Ejercer nuestra libertad sexual
Un grupo de chicas adolescentes reciben fotos de ellas desnudas que resultan ser falsas. Alguien –a día de hoy la policía judicial ha identificado a varios presuntos autores– ha utilizado una aplicación de inteligencia artificial para crear esas imágenes a partir de fotos reales y difundirlas. No es ni mucho menos el primer caso de lo que es una nueva forma de violencia contra las mujeres que empieza a extenderse: a la grabación y/o difusión sin consentimiento de fotos y vídeos reales de carácter sexual –por la que, por ejemplo, fueron detenidos varios futbolistas de los filiales del Real Madrid la semana pasada– se suma ahora la creación de imágenes falsas con inteligencia artificial.
Real o artificial, esta violencia machista se asienta sobre una premisa: utilizar la sexualidad y el cuerpo de las mujeres como manera de avergonzarnos, amedrentarnos e, incluso, extorsionarnos. La sospecha sobre si las mujeres que sufren este tipo de violencia han hecho algo para, si no merecerla, sí contribuir a ella, está sutilmente extendida. ¿Qué es eso que han podido hacer esas mujeres? Ejercer su libertad sexual, a veces su libertad a secas.
Como ha sucedido históricamente con las violencias machistas, también aquí el foco se pone en demasiadas ocasiones sobre el comportamiento de las mujeres. Así, ante la violencia sexual y la violencia digital hay quien interpela a las mujeres. ¿Por qué subimos determinados vídeos o fotos a redes sociales?, ¿por qué hacemos sexting?, ¿por qué nos grabamos teniendo sexo?, ¿por qué enviamos fotos calientes a quien nos da la gana? Podría ser la versión moderna del 'iba provocando'.
De esta manera, la libertad sexual de las mujeres aparece siempre como un bien atacado y vulnerado, y no como algo que tenemos pleno derecho a ejercer. Las mujeres somos conminadas a protegernos de esos comportamientos ajenos: no somos vistas como sujetos con derechos –derecho a ir donde queramos, a vestirnos como queramos, a tener sexo con quien decidamos, a decir que sí y que no, a explorar y a probar sin ser violentadas por ello– sino como objetos susceptibles de sufrir agresiones y que deben hacerse cargo de su propia protección.
Antes nos preguntaban cómo se nos ocurrió pasar por esa calle a esa hora sin ir acompañadas. Antes nuestra falda corta era un reclamo. Ahora el reclamo son nuestras fotos sugerentes. Ahora quizá tengamos que responder sobre cómo se nos ocurrió sextear con tal o con cual hombre. La sociedad nos señala como responsables de nuestra protección y esa supuesta protección pasa por coartar nuestra libertad sexual. Ese señalamiento explica en parte la culpa y la vergüenza que muchísimas mujeres padecen como castigo añadido después de haber sufrido un delito contra su libertad sexual.
El resto procede de las ideas preconcebidas, estereotipos y roles de género acerca de la feminidad, la masculinidad, el sexo, el valor y la reputación que están en la base de nuestra sociedad patriarcal. Una buena mujer no provoca. Una buena mujer no folla, o, al menos, no mucho o, al menos, comedidamente. Una buena mujer no tiene varias relaciones. Una buena mujer no puede enseñar su cuerpo o mostrarse sexy o sexual si quiere ser respetada. Una buena mujer no sube a tu casa si luego pretende decir no o poner sus propias condiciones.
La libertad sexual no es solo eso que perdemos cuando nos tocan sin consentimiento, cuando nos violan, cuando nos extorsionan con fotos desnudas o difunden vídeos contra nuestra voluntad. La libertad sexual es ese bien intangible al que tenemos derecho y que queremos ejercer cada día.
La responsabilidad y la vergüenza deben situarse del otro lado; de quienes siguen considerando que el cuerpo y la sexualidad pueden ser armas arrojadizas contra las mujeres, de quienes insisten en reproducir la cultura de la culpa y el pudor femenino, de quienes vulneran el consentimiento y la voluntad de las mujeres con quienes se relacionan, o de cualquier otra mujer.
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