El extraño silencio en torno a los clubes de carretera
No puedo evitar, cada vez que sale el tema de la prostitución, preguntarme por qué en los debates, propuestas abolicionistas y discursos políticos apenas se habla del papel que juegan los clubes de alterne en el negocio del sexo. Me resulta extraño ese mutismo que existe en torno a estos locales. Desconozco si al escribir esta columna estoy rompiendo algún pacto de silencio sobre cómo en estos espacios, bajo la connivencia de empresarios, políticos, autoridades y administraciones, es donde está teniendo lugar, en palabras del Tribunal Supremo, la esclavitud del siglo XXI.
Los magistrados, en una sentencia muy reciente e histórica de julio de 2019, lo dejaban claro. Está delante de nuestro ojos: “no hace falta irse a lejanos países para observar la esclavitud del siglo XXI de cerca, simplemente adentrarse en lugares tan cercanos, a lo largo de los márgenes de nuestras carreteras, en donde hallar uno o varios clubes de alterne en cuyo interior se practica la prostitución con personas forzadas, esclavizadas, a las que, sin rubor alguno, se compra y se vende entre los distintos establecimientos, mientras tales seres humanos se ven violentados a pagar hasta el billete de ida a su indignidad”.
La contundencia de la sentencia no parece que haya servido de mucho. Quitando contadísimas excepciones, los clubes de alterne cuentan con una extraña inmunidad a la hora de abordar el tema de la prostitución en los debates, las polémicas, las campañas en redes sociales y las declaraciones públicas. De esta forma, sin saber muy bien por qué, se da la paradoja de que desde el movimiento abolicionista se contempla el boicot a universidades y administraciones públicas que programan actos en los que se aborda una cuestión histórica dentro del movimiento solo porque a estas acuden representantes de las posturas pro-derechos o regulacionistas de la prostitución. Sin embargo, existe una falta total de posicionamiento y movilización cuando, por ejemplo, una mujer denuncia al club donde trabaja, club que es propiedad de un importante grupo empresarial que tiene locales de alterne repartidos por toda España, con la presión que eso implicaba hacia la mujer. El problema era que Evelyn, que así se llama ella, denunciaba por la vía laboral que estaba siendo explotada y lo hacía apoyada por Hetaira. Evelyn luchaba por sus derechos como trabajadora.
La sentencia en este caso, de la que ahora hace casi un año y que el club ha recurrido ante el Tribunal Supremo, marcó un importante precedente. Reconocía que entre la mujer y el club Flowers de Las Rozas (Madrid) existía una relación laboral y que su trabajo de alterne era fundamental para la buena marcha del negocio del establecimiento. La resolución del Tribunal Superior de Justicia de Madrid reconocía de esta forma que, en estos locales, se ejerce la prostitución y algo que es muy relevante, que esta actividad lucra a los dueños de estos sin que las mujeres cuenten con suficiente protección ante las vulneraciones de derechos que sufren tanto de explotación laboral como sexual. Literalmente señalaba que era “esencial la presencia de estas [mujeres] para atraer a los clientes que, sin duda, acuden buscando su compañía, que es la que determina que consuman copas”, subrayando la sentencia: “y es el titular del negocio el que se lucra de ello”.
En el caso de Evelyn llaman la atención muchas cosas, una de ellas es que cuando acudió a la policía y la Guardia Civil, los agentes que la atendieron la disuadieron de denunciar. ¿El motivo? Era inútil, no le iba a pasar nada al empresario dueño del club a pesar de que los hechos eran claros: pagar 90 euros al día de alquiler por su habitación, trabajar entre 11 y 15 horas, costearse los gastos de toallas y sábanas, asumir la obligación de cobrar 5 euros extra a los clientes por cada media hora de más de uso de la habitación y si no pagarlo del propio bolsillo.
El Centro de Inteligencia contra el Crimen Organizado (CITCO) calcula que hay entre 40.000 y 50.000 mujeres en los clubes de alterne. A pesar de las redadas y de sentencias como las del Tribunal Supremo que señalan estos espacios como hervidero de la explotación sexual, este sigue siendo un lucrativo negocio en cuyo interior se realizan negocios igual o más de lucrativos. Se ha normalizado en determinados ambientes que sean estos los lugares donde empresarios y políticos van a celebrar reuniones y cerrar contratos. Los clubes de alterne pueden llegar a ser una pieza clave en esos submundos donde combinan tan bien poder, dinero, sexo y mujeres disponibles.
Varios informes policiales describen como los clubes de carretera resisten a todas las crisis económicas. Desde hace muchísimos años son un negocio rentable. Ya lo era en los tiempos de Franco cuando se diferenciaba casi a la perfección -casi como sucede ahora- entre esa prostitución que se ejercía en los pisos de citas y los locales de alterne, lugares a los que acudían relevantes representantes de instituciones del Régimen; y esa otra prostitución que se perseguía con la ley y la moral en la mano y que se ejercían en las calles, las esquinas, los dormitorios de las propias casas o en pensiones, aquella a la que ejercían las mujeres pobres que el franquismo no quería.
Miro con perspectiva aquellos tiempos de la dictadura y estos del siglo XXI, y me pregunto si no se sigue manteniendo aquella estructura dual, hipócrita e interesada a la que beneficia que se ponga el foco de atención en esas mujeres prostitutas de las calles y los polígonos mientras es en los clubes y en los pisos (propiedad de empresarios o aspirantes a serlo) donde se esconde el verdadero lobby proxeneta, donde el negocio del sexo puede prácticamente identificarse con el de la trata para la explotación sexual.
Estos hechos no encajan del todo con las propuestas que han formulado las asociaciones de clubes de alterne al Estado: regular la prostitución en los clubes y prohibirla en las calles. Viendo casos como los de Evelyn donde el club explota laboralmente a las mujeres o las redadas en las que se liberan a las víctimas de las redes de trata, cuesta creer que en los clubes se garanticen los derechos de las mujeres. Da que pensar que en los debates sobre prostitución que se abren desde el abolicionismo los clubes de alterne no sean un tema a abordar.
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