El rey tiene mucho que celebrar
¿Que como le ha ido al rey este primer año tras la abdicación? Pues muy bien, la verdad: viajes de placer, mesa en los mejores restaurantes, visitas a amigos, descanso y mucha tranquilidad. Lo que se dice vivir como un rey. Sin tener que leer discursos tediosos. Y sin la reina al lado. Ah, perdón, que se refieren al otro rey, el hijo. Es que como desde hace un año tenemos dos reyes, no sabía de cuál me hablaban.
¿Felipe VI? No ha disfrutado tanto como su padre, pero también ha tenido un annus mirabilis, un año borbonísimo. Que el mayor aprieto que haya sufrido en todo un año haya sido asistir a la pitada del himno en un partido de fútbol, da la medida del éxito de la operación relevo. Ah, perdón, también tuvo que pasar el trago de que le regalasen un pack de Juego de tronos.
Parece que hace un siglo, pero fue hace solo un año, recuerden: la monarquía vivía en plena convulsión, su momento más bajo. El rey se tambaleaba física y sobre todo moralmente. De la Zarzuela salía un hedor de fin de época y de escándalos por aclarar. La familia real se descomponía, y la carretilla del museo de cera escenificaba la caída en desgracia de sus primeros miembros. Tras unas europeas de susto, el rey doblaba la rodilla tal día como hoy.
Pues nada, aquí estamos, a la vuelta de doce meses. Tras unos primeros días de incertidumbre y tricolores, en los que se llegó a hablar de referéndum (hablar, solo hablar), “se cumplieron las previsiones sucesorias”, tuvimos una coronación de papel cuché y mucho amor, el rey hizo unos pocos cambios cosméticos para que el invento tire otros cuarenta años, y a seguir. Sí, se bajó un poco el sueldo, repitió la palabra “transparencia” muchas veces, y eliminó algo de pompa y crucifijo en sus rutinas. Pero en el fondo todo sigue igual, la misma monarquía blindada y opaca (si no me creen, lean el dossier del último número de La Marea, o el que publica Orgullo y Satisfacción).
Que sepamos, Felipe VI no tiene amistades peligrosas, amantes comisionistas, cuentas en Suiza, pasión por matar bichos grandes, y negocios por aclarar. Pero si los tuviera como su padre, también tardaríamos años en descubrirlo, pues al día siguiente de su coronación los grandes medios y los principales partidos cerraron filas con él.
Un año después, todo el entramado institucional de España está peor: más corrupción, menos bipartidismo, más tensiones, más rechazo ciudadano, nuevas fuerzas políticas sacudiendo el tablero. Todo se ha hundido un poco más, menos la corona, que ha reflotado y hoy presume de normalidad, tranquilidad. Tienen razón los monárquicos cuando dicen que el rey es un factor de estabilidad. Aunque solo sea para sí mismo.
No es que yo esperase que fuésemos a proclamar la república aprovechando una ocasión de las que solo se presentan cada cuarenta años. Abandoné toda esperanza cuando vi cómo, en el peor momento de la crisis social, con colas en los comedores sociales y familias arrojadas en la calle, supimos que el rey estaba cazando elefantes en un safari de lujo (un 14 de abril, para más recochineo), y no lo pusimos de patitas en la frontera, nos conformamos con un “lo siento”.
El rey tiene motivos de sobra para celebrar a lo grande este primer aniversario. Si hace justo un año alguien le hubiese vaticinado que iba a estar así de pancho solo doce meses después, lo habría firmado y dado su alma a cambio.
Le diría a su majestad que al menos nos pagase una ronda, que algo hemos contribuido a su año feliz. Pero mejor déjelo, que esa también la pagaremos nosotros.