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Feminismo blanco

Imagen de archivo de una manifestación contra el racismo.
28 de diciembre de 2022 22:24 h

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Una de las acciones más poderosas de la tesis de Contra el feminismo blanco (Contintametienes, 2022), el libro de la periodista y abogada pakistaní Rafia Zakaria, es desenmascarar la mirada falsamente antirracista en los relatos de las feministas blancas que las muestran siempre cumpliendo un papel crucial en las vidas e historias de las racializadas. La emancipación de las segundas dependería en última instancia de los recursos, el trabajo dadivoso y la ilustración de las bienintencionadas que acaban siendo el centro de las reivindicaciones.

Zakaria fija el inicio de la blanquitud feminista y su complejo de salvadora en la era colonial. Mientras en Europa las mujeres blancas eran subordinadas a los hombres blancos, en sus estancias en países africanos, asiáticos o latinoamericanos eran vistas como de mayor rango que los sujetos colonizados y sólo entonces podían sentirse libres y recuperar el poder y los privilegios negados en sus territorios. Viajaban para promoverse como instructoras, educadoras, escritoras, prescriptoras de estilos de vida higiénicos, hablaban por las otras y clamaban que ahí por fin se sentían personas. Ningún hombre marrón podía dominarlas y las mujeres marrones eran sus criadas o aprendices. Mujeres = mujeres blancas cis. Hasta el sufragismo, explica en este libro urgente prologado por Esther Mayoko, fue reivindicado como un avance anglosajón por el factor de superioridad racial. 

Años después, en la India, por ejemplo, se creó una asociación de mujeres por el sufragio de mujeres marrones que estaba formada sólo por mujeres blancas. El Parlamento lo rechazó. “Las mujeres indias querían el voto, pero en un país liberado del sometimiento colonial al Imperio británico. ¿De qué servía realmente votar en un país esclavizado? Las mujeres de la India sabían que la victoria en la lucha por la independencia traería consigo su derecho al voto”, escribe.

Zakaria habla de “ciudadanas del imperio” en el siglo XIX y de “expertas” en el siglo XXI como las únicas operarias universales e históricas de la liberación de las mujeres en todos los campos, también en los de la liberación sexual e identitaria, donde las otras son las colonizadas porque hasta ahora no han hecho nada al respecto. No han dejado a sus maridos, a sus países, a sus guerras, a sus religiones, a sus vestimentas, a sus familias, a sus mandatos patriarcales, a sus trabajos de mierda. Con lo sencillo y necesario que es. Y en eso es contundente: “Construir una verdadera solidaridad feminista implica exponer y minar la supremacía de la blanquitud en el seno del feminismo”.  

Me pregunto: ¿Podrá el Congreso español eminentemente blanco, con muchas feministas en sus filas, aprobar leyes antirracistas? Aunque a veces los confundan, la solidaridad racial no es antirracismo. Las que han sido solidarias toda su vida sienten desde hace un tiempo como una usurpación que las negras, asiáticas y marrones, en especial las migrantes e indígenas y putas, se organicen por sí mismas, tengan pensamiento político propio, espacios y accionen desde ahí. Que dejen de ser ante sus ojos las menores de edad del feminismo, de la izquierda y de los movimientos sociales. 

De hecho, en cada acción antirracista en España hay que lidiar con las ansias de figuración de la blanquitud, por haber dado dinero, subvenciones, apoyo legislativo, cedido sus espacios o haber hecho una pancarta o un libro de teoría feminista anticolonial. Lo que, como explica Zakaria, les da estatus y reputación profesional. Y en cada asamblea, además, deben lidiar con el aleccionamiento y el extractivismo de sus luchas. Lo cierto es que, aunque hay varias iniciativas de crowdfunding para conseguir infraestructura migrante en este país, ahora mismo la autogestión racializada migrante y disidente, salvo excepciones, es solo una utopía en marcha y sigue dependiendo de lo blanco.

En las instituciones, organizaciones, museos, medios de comunicación, centros culturales, centros sociales, ferias, festivales, editoriales, librerías, okupas blancxs, etc. invitan últimamente a racializadas para preguntarles cómo se descoloniza. Me tocó ver hace poco cómo una mujer marrón contestó así a la pregunta de cómo se descoloniza un museo lanzada por una gestora del propio museo: “Siéntate tú aquí y yo me siento donde estás sentada tú”. Tiene razón: mientras las infraestructuras culturales y organizaciones sociales feministas (incluso pro migrantes y antirracistas) sigan siendo gestionadas mayoritariamente por personas blancas del norte global y por una mirada igual de blanca, los cambios seguirán siendo solo discursivos, nunca estructurales, para liberarnos de la opresión económica y racista tanto como de la del género. 

El otro día, celebrando las 700.000 firmas para la ILP conseguidas por RegularizaciónYa en el Espacio Afro, se celebraba también la autonomía de hacerlo en un local racializado gestionado por personas racializadas, hombres, mujeres y disidencias queer. “Dame los papeles que tú los tienes” ha sido uno de esos lemas que han acompañado la campaña por la regularización de miles de migrantes en territorio español. Hay cosas que se dan y cosas que se toman. En eso estamos.

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