“Así como tiene que llegar a las más pobres, si el feminismo no es transversal al animalismo, no es feminismo. Ya son cuarenta años de los 70 para acá, ya es hora de que el feminismo baje hasta las mujeres más necesitadas y se dirija directamente a todos los animales. Si no, ¿para qué?”. Lo dice una mujer que lleva décadas de activismo feminista en México: la dramaturga Jesusa Rodríguez, ahora también senadora de la República mexicana con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Sus palabras ilustran estos días de confusión que tienen de fondo la ciudad de Pamplona, donde se están perpetrando los primeros sanfermines tras la sentencia a la Manada y la puesta en libertad provisional de sus miembros. Ante esta coyuntura se han expresado diversos colectivos feministas del Estado español.
En redes se hizo viral una campaña para que este año durante el txupinazo (pistoletazo de salida de la celebración de la violencia: los sanfermines son un evento eminentemente taurino y, por tanto, violento) las mujeres fueran de luto, vistiendo camisetas negras en lugar del tradicional atuendo blanco. El pañuelo rojo al cuello sería morado, el color del feminismo. Sería una manera de hacer visible la indignación por esa sentencia y esa libertad. Una propuesta que difundieron numerosos colectivos y personas feministas, pero que rechazaron las organizaciones feministas de Pamplona. Estoy de acuerdo con ellas aunque no por las mismas razones. Las mías son muy simples: creo que el luto no es completo, que incluso es falaz, si no se refiere a todas las víctimas de la violencia de los sanfermines. La mujeres violadas y los toros asesinados. Defender a unas víctimas y olvidar a otras no es propio de un movimiento justo como el de la liberación de las mujeres. Menos aún promover la violencia contra esas otras, que es lo que hicieron las organizaciones feministas de Pamplona cuando rechazaron la propuesta de las camisetas negras: pidieron a las mujeres que “no abandonen las fiestas de San Fermín”. O lo que es lo mismo: el pánico, la tortura y la muerte de los toros.
“Queremos estar divirtiéndonos y siendo libres”, afirmó en rueda de prensa la portavoz de las asociación Andrea-Lunes Lilas. Habló en nombre de unas feministas que no solo obvian que hay otras víctimas en esas “fiestas”, sino que basan su diversión y su libertad en el tormento y cautiverio de aquellas. Es posible que reaccionando en contra de la iniciativa de las camisetas negras ese feminismo de Pamplona marcara las distancias con otro feminismo: el de las personas que cada año, desde hace ya unos cuantos, manifiestan en sanfermines su repulsa por todas las violencias en un acto público para el que este año han vestido camisetas negras. Un feminismo liberador que no defiende otras violencias. Un feminismo antiespecista.
Teresa Saez Barrao, una de las feministas que fundó Andrea-Lunes Lilas, ha luchado muy duro por la memoria de Nagore Laffage, asesinada en sanfermines hace diez años, y contra el terrorismo machista. “Los machirulos deben abstenerse de venir a sanfermines”, ha declarado. Una contradicción en los términos. Pues no habrá sanfermines sin machirulos mientras se trate de un festejo taurino: machirulo por definición. Con o sin mujeres violadas y asesinadas, los sanfermines son violentos, pues en violencia contra otros se basa esa cita. En la Estafeta y en el coso. Y de la sangre inocente ahí derramada puede brotar, desgraciadamente ha brotado, otra sangre inocente. Porque violencia llama a violencia. Justo hace ahora dos años, cuando supimos de la existencia de la víctima de esa Manada que no merece tal nombre, escribí un artículo aquí al que ahora me remito: Tetas, sangre e historia patológica. Pido especialmente a las feministas de Pamplona que lo lean.
Incluso si de esa historia patológica de los sanfermines se lograra erradicar la violencia contra las mujeres, un feminismo justo y liberador nunca deberá ignorar a otras víctimas, y mucho menos fomentar su discriminación. Un feminismo que no se haya quedado, como mínimo, en los 70. Y eso que para entonces ya existía Angela Davis: “Existe una conexión entre la forma en que tratamos a los animales y la forma en que tratamos a las personas que están abajo en la escala jerárquica”.