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El feminismo, los tratos de favor y la sororidad

Carmen Montón

Violeta Assiego

Por mucho que le pese a Arcadi Espada, esto del caso Máster de Carmen Montón poco tiene que ver con el feminismo. Tratar de desprestigiar a la exministra menospreciando el contenido de un Máster que todavía está por ver si cursó, es querer matar dos pájaros de un tiro sin saber usar un fusil. Más allá de obtener los aplausos de fieles y amigos y un poquito de esa popularidad que da el que hablen de uno, aunque sea mal, creo que su buena escritura, sarcasmo y originalidad no aporta mucho a este asunto de la Universidad Rey Juan Carlos, los cargos públicos y los tratos de favor. Pero ahí queda su aportación como parte de ese saludable hábito que es la libertad de expresión, aunque no sea la perspectiva de género lo que esté ahora en cuestión.

Sin embargo, este caso, aunque tenga muy poco que ver con las demandas del movimiento feminista, nos debería interpelar. ¿Por qué? Porque el supuesto trato de favor que parece esconder el máster de Laura Nuño hacia la ministra Montón, de ser así, es una mala noticia. Si no queremos escandaleras, hagámoslo en la intimidad, pero nos toca reflexionar. ¿Sobre qué? Sobre esas alianzas que se pueden llegar a construir entre nosotras cuando ocupamos posiciones y lugares donde somos parte o tenemos acceso a ‘el poder’. Preguntarnos por qué, para qué y, lo más importante, para quién construimos estas relaciones con otras mujeres feministas no está de más cuando, más allá de los hechos, puede estar el cohecho, ese delito que tanto se aleja de la sororidad.

Construir relaciones, aunque sea entre mujeres, en base a afinidades ideológicas, intereses partidarios y tratos de favor no puede llamarse sororidad. De hecho, esa manera de actuar se aleja mucho de ese feminismo que debe ser interseccional y que lucha contra quienes jerarquizan, engañan y acaparan poder, contra quienes actúan pasando por alto que la igualdad y la universalidad de los derechos no admite excepciones, por mucho que creamos que nuestra causa lo merece o que nosotras lo valemos. Es más, la sororidad, esa de la que habla Marcela Lagarde, tiene más que ver con las diferencias entre nosotras que con nuestras semejanzas. La sororidad es poder debatir sobre lo que nos separa y superar el patrón patriarcal de la enemistad entre mujeres. Es trabajar por ese cambio de sociedad que solo es posible si queda claro que las mujeres somos diversas y diferentes, que no todas pensamos igual, aunque nuestra lucha sea la igualdad. Esa sororidad es la que desmontará los cimientos del sistema patriarcal, pero nunca se podrá tejer si nosotras construimos redes clientelares que premien los tratos de favor e instrumentalizan un movimiento que no es de nadie y es de todas.

Si se confirmarse que el Máster de Estudios Interdisciplinares de Género de Laura Nuño era un brazo más de esa máquina de hacer contactos y malversar dinero que era el instituto de Álvarez Conde, para mí no es la intachable trayectoria política de Carmen Montón lo que estaría en cuestión. Para mí, como feminista de esto sacaría una lección a aprender: que una mujer feminista comprometida con la igualdad también se puede embriagar con el poder, y al hacerlo se olvida que la lucha de las mujeres es por un mundo justo y libertario donde la responsabilidad ética está por encima de la ambición personal.

Si todo esto se confirma no está de más que aprovechar y hacérnoslo mirar. E incluso aprovechar para revisar alguno de los últimos debates que estamos afrontando y que tenemos que resolver, no vaya a ser que no lo estemos haciendo desde la sororidad, sino desde el binomio enemistad/amistad.

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