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El graznido del buitre

Economistas Sin Fronteras

José Ángel Moreno —

El pasado 16 de diciembre pasado se publicaba en Cinco Días una tribuna de innegable interés: “Sobre buitres, oportunistas y oportunidades”. Estaba firmada por Martin Gruschka, empresario alemán presidente de un fondo de capital riesgo suizo de idílico nombre: Springwater. En ella se defendía el autor de las críticas que desde hace algún tiempo viene cosechando en España por las operaciones de su fondo, que ha adquirido en poco tiempo –directamente o a través de Continuum, una sociedad con domicilio en Luxemburgo controlada al 100% por Springwater– posiciones mayoritarias en una larga lista de empresas nacionales (entre las que destacan firmas como Unipapel, Miró, Delion, Pullmantur, Wamos, Imtech Spain, Peggy Sue, Think Textil, Nautalia, Sgel, Aernnova o Nervion Industries –de la que acaba de vender una participación mayoritaria–). Críticas surgidas ante la peculiar forma de gestión del fondo, que –pese a sus invariables promesas iniciales de nuevas inversiones y de potenciación– está llevando sistemáticamente a la ruina a muchas de sus empresas.

El caso de Unipapel es seguramente el más avanzado y el más característico: vaciado financiero, agotamiento de existencias y cese de nuevos aprovisionamientos, freno radical de la producción, impagos de compromisos contraídos con proveedores, Seguridad Social y Hacienda y paralización práctica de la empresa, con un Expediente de Regulación Temporal del Empleo (ERTE) para la totalidad de la plantilla. Todo en un tiempo récord. Para una información más detallada, me remito a los dos artículos que he publicado sobre este caso en este mismo diario (“Unipapel: una parábola del terrorismo empresarial” y “Más sobre Unipapel...”).

En la medida en que la tribuna del mencionado Sr. Gruschka constituye una sagaz justificación de la labor –tantas veces incomprendida, diría él– de este tipo de fondos, merece la pena sintetizar lo fundamental de su argumentación. En esencia, una indisimulada apología de la labor de este tipo de fondos: reflotar empresas “abocadas a la liquidación o el cierre”. Gracias a su pericia y a su sana audacia son capaces de afrontar situaciones problemáticas que ahuyentan a inversores más convencionales: “Donde otros ven riesgos –asegura Grushka y se señala en la web de Springwater– nosotros vemos oportunidades”. Algo consustancial a su modelo de negocio, en cuyo ADN arraiga irrefrenable el “reto de abordar situaciones difíciles”.

Realizan por eso –mantiene– una impagable y salvífica función de “rescate, estabilización y crecimiento de empresas españolas”, dotándolas de “herramientas para crecer”, aportando soluciones financieras que la banca –tan efectivamente reticente frente a las pymes– ha dejado de desarrollar y evidenciando con ello un incuestionable “compromiso con el tejido productivo español” con un único objetivo –para que luego digan–: “salvar la compañía y, por tanto, el empleo”. Una labor –cómo negarlo– eminentemente noble, pero dura: es verdad –reconoce– que, por su propia dificultad, se trata de “un trabajo que no siempre termina bien”; pero cuando así sucede, son ellos los primeros en perder. Ellos, los abnegados cruzados de la salvación de empresas condenadas a la quiebra, porque fuera de ellos casi nunca hay alternativa: “Sin nuestra presencia –constata embargado por la emoción de un corazón puro– no hay esperanza”. Por eso le duele tanto –¡ay!– que se les llame “fondos buitre”: “No somos aves rapaces –dice, dolido por tanta ingratitud–, ni nos cebamos con las desgracias ajenas”.

Y no deja de ser cierto en alguna medida lo que señala. Aunque muchos economistas solventes no compartan su optimismo sobre las consecuencias de la actuación de los fondos de capital riesgo, ciertamente, en determinadas condiciones, pueden desempeñar una función útil para reflotar empresas en situación comprometida. Pero en esto, como en casi todo, hay entidades mejores y peores. No está de más, en este sentido, recordar algunos rasgos que perfilan el carácter de Springwater, a la luz de los resultados de su intervención en empresas españolas.

Por ejemplo, la quiebra teledirigida de una empresa perfectamente viable como Unipapel, diagnóstico en el que ha coincidido la sentencia de la Audiencia Nacional que anuló el ERTE planteado, confirmando su finalidad torticera y concluyendo que “se hace evidente que la suspensión de los contratos sólo tiene por finalidad dejar de pagar salarios y cotizaciones a la Seguridad Social, endosar esos costes al Servicio Público de Empleo Estatal y esperar a que el juzgado mercantil, una vez admitido el concurso de acreedores, extinga los contratos de trabajo, cuyas indemnizaciones correrán a cargo del Fogasa”.

Por ejemplo, los oscuros objetivos de su adquisición de la propia Unipapel, que cada vez más parece configurarse como una operación ficticia por la que Adveo cuasi regaló en la práctica la empresa a Springwater para que ésta se encargara de su cierre y de la expulsión de la plantilla, desempeñando la función de liquidadora al servicio de la vendedora, que se libraría así de los posibles costes de conflictividad y de reputación de una actuación de este tipo. Algo que parece avalado por el muy significativo voto particular de la magistrada Ruiz Jarabo en el mencionado tribunal de la Audiencia Nacional, que calificó la operación como: “Un claro caso de constitución de empresas ficticias o meramente formales (...) con las que se pretende la dispersión o elusión de responsabilidades laborales”.

Por ejemplo, la forma en la que está llevando a la quiebra a Electrodomésticos Miró, en la que también la prometida inversión no se ha producido, pero que sí ha endeudado a coste incomprensible, para ser después vaciada de los recursos financieros, enviados a la matriz de Springwater para tapar otros agujeros (en una operación claramente cuestionable en la medida en que no forman parte de un grupo empresarial formalizado).

Por ejemplo, la repetición en las firmas tecnológicas Delion y Spain Imtech del procedimiento seguido en Unipapel de no invertir, agotar las existencias, incumplir con proveedores y después dejarlas morir paulatinamente.

Por ejemplo, la reestructuración radical que está efectuando en la empresa de cruceros Pullmantur, reduciendo drásticamente costes, rompiendo acuerdos con proveedores y cerrando líneas de operativa, pero sin ninguna mejora apreciable en las ventas, con el objetivo indisimulable de vender cuanto antes al mejor precio posible.

Demasiados ejemplos de lo que está suponiendo el paso de Springwater por España, regado ya de una serie de cadáveres que no puede considerarse casual, sino fruto, efectivamente, de un modelo específico de negocio, que cada día más parece basado en pilotar –de una u otra forma– la quiebra de empresas. Objetivo, por otra parte, que no se limita a sus intervenciones en España: recientemente aparecía en Le Monde la noticia del deterioro que está provocando también Springwater en la papelera francesa Ecocis, en la que participa mayoritariamente contando como socio con el banco público Bpifrance, que, harto de los manejos de Gruschka y sintiéndose estafado por él, le ha denunciado y asegura que “le perseguiremos hasta el infierno”.

Un modelo, en definitiva, que, más que el reflotamiento de empresas en dificultades, lo que persigue es comprar barato y vender más caro: en conjunto o despedazando las empresas para venderlas por trozos. Por eso compra compañías con problemas en España: a la espera de una recuperación de la economía que le permita hacer caja.

Pero si entre tanto surgen otras posibilidades de beneficio –aunque sea a costa de destruir las firmas– no las desaprovecha. Se trata de obtener el máximo beneficio en el menor tiempo posible a través de cualquier tipo de procedimientos: por lo que parece, nada positivos ni para las empresas ni para sus desgraciadas plantillas ni para la economía española. Una muestra extrema de lo que está suponiendo la prioridad de los criterios estrictamente financieros en la gestión empresarial, en buena parte impulsada por la toma de posiciones dominantes en el accionariado por inversores institucionales eminentemente cortoplacistas, como son genéticamente los fondos de capital riesgo. Un fenómeno que, más que alternativas salvadoras para empresas en crisis –como pretende el Sr. Gruschka–, se está convirtiendo en un corrosivo cáncer para el tejido productivo.

Es ésa la razón por la que entidades como la suya han merecido el apelativo de fondos buitre, por mucho que le duela. Sin duda, su tribuna de Cinco Días merece consideración, porque no es nada habitual que financieros de su estilo intenten explicarse frente al gran público. Pero, por todo lo anterior, es difícil que esa explicación se acepte socialmente: no hay justificación posible para especuladores como él. Por eso su cínico alegato no convence: suena sólo como el imaginario graznido del buitre. No existe, pero se presiente su gelidez en cuanto se divisa su fúnebre aleteo.

1. No es posible la remisión al artículo.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor.

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