Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Es hora de construir un país para jóvenes

Carlos Martínez Núñez

FUHEM Ecosocial —

Paro, precariedad o exilio. Esa es la disyuntiva que ahora mismo vivimos millones de jóvenes en nuestro país cada día. Las cifras están ahí: más de un 42% de desempleo para las personas menores de 30 años, un 38% de quienes sí consiguen un trabajo lo hacen cobrando entre 6.000 y 12.000 euros anuales, o informes de Eurostat que señalan que España es el país de la UE que más población está perdiendo desde que comenzó la crisis. Los datos muestran a un país que está siendo desmantelado de arriba abajo condenando a varias generaciones de jóvenes a verse excluidas de un presente y un futuro digno en su tierra. Hasta organismos internacionales como el FMI (nada sospechosos de ser críticos) han calificado de “extrema y alarmante” la situación de la juventud en España. Pero sería un error quedarse en señalar y describir el problema, hay que preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí.

Si se analiza la historia reciente, se comprueba que el paro juvenil no es un fenómeno nuevo, sino que va muy asociado a los momentos de fuertes crisis económicas. Sin embargo, hay quienes se empañan en achacarlo a cuestiones individuales como la falta de formación o el grado de pasotismo de las nuevas generaciones. Como por ejemplo, el mantra que no se ha parado de repetir sobre la existencia de una generación “ni-ni”, que ni estudia ni trabaja, como si la culpa de que casi la mitad de la juventud esté en paro fuera porque somos un país de “jóvenes vagos”, dedicados al ocio y nada preocupados por querer un empelo. Una idea nada inocente y que persigue individualizar el problema del paro y de la falta de trabajos decentes para que no se vincule con las decisiones que se han ido tomando como país durante las últimas décadas. Las élites económicas y políticas nos han conducido a un modelo de crecimiento bajo una integración neoliberal europea (la UE) que exigía que los países del sur como el nuestro emprendieran grandes procesos de desindustrialización progresiva de nuestra economía.

Este proceso se consiguió maquillar durante años a través de diferentes burbujas financieras e inmobiliarias que permitieron generar muchos puestos de trabajo, a la vez que se producía un empeoramiento masivo de las condiciones laborales de quienes accedían a un empleo. Era la época de los llamados mileuristas, de cientos de jóvenes cada vez con mayor formación y con unas expectativas de futuro muy alejadas de lo que nuestro modelo productivo podía ofrecer. El resultado fue una precarización de las condiciones de vida que retrasaba la edad de acceso a las condiciones mínimas de incorporación a una vida adulta. Una época donde la emancipación cada vez era más tardía, pero donde aún quedaba la esperanza de que llegado un momento de tu vida tendrías, ya por fin, un trabajo que te garantizaría unas mínimas condiciones de independencia para poder llevar a cabo tu proyecto de vida.

Con la crisis todo saltó por los aires. Entramos en una dinámica económica de descomposición y de unos gobiernos que priorizaban salvar bancos y no personas, a la vez que emprendían los mayores planes de austeridad y recortes de las últimas décadas, cuyo efecto ha sido contar con las mayores tasas de desempleo juvenil del mundo. La situación para varias generaciones se convertía entonces, no en un retraso en las condiciones de emancipación y acceso a la vida adulta, sino en una ruptura de cualquier posibilidad de futuro que garantizase unas condiciones de vida dignas. Las cifras de paro se dispararon provocando que las condiciones laborales fueran aún peores. Esta situación ha conducido a que no haya expectativas de futuro, convirtiendo a varias generaciones en las generaciones perdidas, generaciones obligadas a emigrar forzosamente como ya lo hicieran otras hace más de 40 años.

Con este panorama, es evidente que hay una ruptura sociológica entre las generaciones más jóvenes y las generaciones adultas, y que la crisis económica y política que atravesamos también es una crisis generacional. Por eso, la gran mayoría de espacios de respuesta, como el 15M, que reivindicaban que la democracia estaba secuestrada por unas élites privilegiadas que empobrecían a la mayoría, son espacios fundamentalmente conformados por personas de una generación que veía como se les está negando su país. Una generación que cada vez se sentía menos vinculada a las instituciones que surgieron de la Constitución del 78 que no tuvieron ocasión de poder votar y que no les está garantizando derechos fundamentales como el derecho a un trabajo o a una vivienda.

Frente al mito de una generación joven que no se compromete, se ha demostrado que hay una ciudadanía joven, formada y con ganas de cambiar su país para construirse un futuro. La cuestión que ahora mismo está encima de la mesa es cómo hacerlo. Por eso, espacios y encuentros como el de Precarity and Youth que tendrá lugar el 24 y 25 de octubre en Madrid y que contarán con la participación de jóvenes de diferentes países de la UE, son más que necesarios para debatir qué está pasando y articular diferentes respuestas que nos permitan recuperar nuestro país.

Etiquetas
stats