A la intemperie
Suenas las trompetas del triunfo, vuelven los tiempos de entusiasmo, una vez más España y los españoles son puestos como ejemplo de éxito. La economía española crece y crece más que las, hasta hace un minuto, envidiadas Alemania y Francia. ¿¡Cómo no sentirse orgulloso de ser español!?
Y es que efectivamente, la economía española está creciendo (un 2,8% nos dice la Comisión Europea), se va generando empleo (17.500 empleos nuevos según el INE) y la confianza en el futuro está mejorando (el índice de confianza del consumidor de abril se situó en 101,8, por encima de los mejores resultados de los años previos a la crisis). Tampoco hay que estar todo el día negando lo que es evidente, al menos estadísticamente. Sin embargo, es interesante volver la vista atrás y recordar algunas de las “ideas fuerza” lanzadas por nuestros dirigentes, especialmente políticos y empresariales, particularmente dos de ellas: “Hay que cambiar el modelo productivo” y “las crisis son momentos de oportunidad”. Leídas así, seguida una de otra, se puede llegar a la conclusión de que la crisis, aunque no deseada, era el momento adecuado para abordar el cacareado cambio de modelo productivo.
A la vista de los datos habrá que creer que, en efecto, la crisis ha sido eficazmente aprovechada para generar la transformación de nuestro modelo de crecimiento, las “reformas estructurales”, podría decir cualquier líder económico, han dado sus frutos, o, en lenguaje de cualquier cantamañanas, “se han hecho los deberes”. Maravilloso. Nunca se anunciaron los objetivos reales de las reformas y, curiosamente siempre se negaron los deberes (obligaciones exigidas por otro).
Sin embargo, causa un cierto desasosiego comparar la realidad directamente observable con los escenarios hacia los que debiera de conducir el “nuevo modelo” presentado, y ampliamente aceptado -sin demasiada crítica, hay que reconocerlo- durante los años previos a la crisis. Si la memoria no me falla, entonces se compartía un diagnóstico: el crecimiento del sector de la construcción estaba generando una burbuja en los precios que, además, contribuía a atrofiar el mercado de trabajo, con consecuencias múltiples sobre el sistema educativo al favorecer el abandono temprano de los estudios por parte de los jóvenes ante la oportunidad de empleos relativamente bien remunerados en el sector de la construcción, y sobre la asignación de los recursos financieros dada la elevada rentabilidad ofrecida por la escalada de precios en el mismo sector. Otras consecuencias, que resultaron ser mortíferas a partir del estallido de la crisis, fueron la pérdida de competitividad de la economía española y el desmesurado endeudamiento de la sociedad española.
El modelo alternativo que nos haría felices debería de basarse en la mejora de la competitividad. Para ello, la apuesta por la mejora de la productividad debería ser aceptada por el conjunto de la sociedad y, además, España ya contaba con mimbres para dar el salto definitivo. Las infraestructuras de alto nivel, los avances logrados por nuestros sistema de ciencia y tecnología, la madurez de nuestra sociedad, la preparación de nuestros jóvenes y la responsabilidad y experiencia de los gobernantes llamados a regir nuestras vidas y haciendas eran un abanico de garantías que, lógicamente, nos haría resolver exitosamente los problemas a afrontar.
Los datos recientes no son sin embargo la confirmación del éxito en el logro de la transformación anunciada, sino todo lo contrario. La economía española va camino de ser una economía subdesarrollada. Una economía subdesarrollada es la que es incapaz de tener y sostener una estrategia propia de crecimiento y bienestar colectivo. Y la economía española no la tiene, como, igualmente, carece de una propuesta mínimamente compartida de modelo económico y social por el que trabajar. Se vuelven a ensalzar los positivos datos de la recuperación del sector de la construcción y los nuevos records de visitantes extranjeros, y se disimulan los efectos de la devaluación del euro y la disminución del precio del petróleo.
La construcción se lanza por la caída de los precios, la evidente demanda insatisfecha por la carestía anterior y el interés de los inversores internacionales en la nueva situación del mercado. El turismo se ha beneficiado de los conflictos políticos y sociales en países rivales, de la devaluación del euro y del deterioro de las condiciones laborales, al estar esta actividad, aparentemente, eximida de los controles laborales. Y el petróleo, cuya caída coyuntural de su precio no ha hecho sino contribuir a ensuciar el debate sobre la urgente necesidad de cambiar de modelo energético hacia otro más diversificado, más limpio, más transparente y menos oligopolístico.
Estos resultados esconden la vuelta al pasado en sus más crudos términos, en los salarios, en los gastos en bienestar social, en inversiones en ciencia y tecnología, etc. con incremento de la desigualdad, la expansión de la economía de supervivencia y aumento del riesgo de exclusión social. Todavía hay tres millones menos de puestos de trabajo que en 2008.
La contribución de la industria que disminuyó su participación en el producto nacional un 1,5% entre 2003 y 2013, hasta el 17,5% del PIB, no se ve compensada con la aportación de sectores de servicios avanzados, tecnológicos y científicos que solamente aportan el 7,8% del PIB, frente al 11,5% que lo hacen en Alemania o el 12,4% en Francia (Datos de Eurostat, 2014). Es decir, no hay motor con suficiente potencia para dirigir la superación de la crisis en la dirección correcta de crecimiento basado en incrementos de productividad y exigencia de empleo cualificado.
Sin embargo, no todo está perdido. La lotería de la coyuntura (euro, petróleo, etc.) abre una posibilidad que se debiera de aprovechar para orientar en otra dirección el rumbo económico y social. Para ello habría que moderar el entusiasmo y recuperar los debates sobre el modelo productivo y social, y no confundir los datos coyunturales con los estructurales, los que afectan al proceso de generación de producto y a su forma de distribución.
Un primer paso, puede ser no tratar de ocultar que hasta la Comisión Europea ha reducido en dos décimas (hasta el 2,6%) su predicción de crecimiento para el año 2016. Alguna debilidad habrá detectado, además del incumplimiento de los objetivos de déficit y el elevado endeudamiento público. Así, se justificarán nuevos ajustes que nos mantendrán, todavía más, a la intemperie de los tiempos. ¿Será Grecia culpable? No, nosotros por indolentes.
Este artículo refleja la opinión y es responsabilidad de su autor. Economistas sin Fronteras no necesariamente coincide con su contenido.