La izquierda no ha perdido todavía la partida
Todo indica que la cosa pinta mal para la izquierda. Pero eso no es un descubrimiento de última hora. Desde que, a principios de año, resultó evidente que el PSOE no iba a acordar una fórmula de gobierno con Podemos, era obvio que lo único que cabía esperar era que el PP terminara haciéndose de nuevo con el poder, aunque para ello hicieran falta dos, tres o hasta cuatro elecciones. La crónica política de los últimos diez meses es el relato de cómo se ha tratado de retrasar ese resultado ineluctable. Pero una vez alcanzado, empieza un nuevo proceso. En el que no está dicho, aunque hoy parezca imposible, que la oposición al PP no pueda recuperar la iniciativa.
Tres son las incógnitas de las que depende el devenir político a medio plazo. La primera y hoy por hoy la más decisiva, está en saber en qué va a terminar la formidable crisis en la que está sumido el Partido Socialista. La segunda está en ver si Unidos Podemos es capaz de superar los muchos problemas que hoy lo limitan y se convierte en una opción real de poder. Y la tercera está en el PP, que por mucho mando que hoy parezca ejercer en el tablero, tiene por delante retos que puede perfectamente no superar.
El PSOE, como colectivo, tiene dos opciones. Una es asumir con resignación que quien hoy manda en el partido, es un decir, es el conglomerado de barones y vieja guardia que encabeza Felipe González y renunciar a seguir peleando contra el mismo a la espera de tiempos mejores. La otra es seguir avanzando, con contribuciones de todas las partes, hacia una escisión. Formalizada o bien de hecho.
En estos momentos cualquiera de las dos hipótesis puede terminar convirtiéndose en realidad. Lo único que cabe prever es que en los próximos días y semanas se produzcan nuevos hechos que confirmarán que la guerra interna sigue sin visos de acabar nunca. Pero eso no va a ocurrir eternamente. Llegará un día en que unos y otros decidan una solución al conflicto. Que puede ser la división u otra distinta.
Cabe apuntar dos elementos que van a ser importantes a la hora de orientar la posición de cada uno en el marasmo que es el PSOE en estos momentos. Uno es que prácticamente todos los cuadros del partido, sea cual sea la posición que defienden, viven de la política, son profesionales cuyos ingresos proceden del ejercicio de un cargo, público o partidario, que depende de su vinculación al PSOE. Dos, que el poder territorial del partido sigue siendo importante, aunque en no pocos de sus ámbitos se ejerza cada vez más en precario.
Salvo que la indignación por lo ocurrido en los últimos tiempos le haya convertido en alguien dispuesto a todo, ningún militante va a olvidar esos condicionantes que refuerzan la opción conservadora. Sin embargo, hay otro elemento que puede actuar en sentido exactamente contrario. El de las perspectivas electorales del partido. El declive del voto socialista y el ascenso de Podemos es el primer motivo de la crisis interna, aunque ningún dirigente, y menos Pedro Sánchez, haya querido abordar de cara este asunto hasta ahora.
Pero, además de causa primigenia del desastre, es también un condicionante decisivo de las opciones futuras. Porque la conservadora, la de los barones y la vieja guardia, no puede garantizar que si se acepta su propuesta, que inevitablemente llevará a nuevos entendimientos con el PP, los resultados electorales del PSOE mejorarán. No sólo, sino que lo más probable es lo contrario. Y un nuevo bajón en el número de votos puede llevarse por delante cientos si no miles de puestos de trabajo que dependen del partido. Tras las futuras elecciones generales y también tras las autonómicas, que se celebrarán dentro de dos años. En las últimas, los socialistas perdieron fuerza en casi todas las autonomías. Y no poca en Andalucía, por ejemplo. Muchos militantes están pensando en esas cosas y de ello puede depender su decisión en materia interna.
Pongamos que el PSOE termina sufriendo una escisión o algo parecido. Y que una parte del partido rechaza todo entendimiento con el PP y se acerca, de hecho, a las posiciones de Podemos. O que, sin llegar a eso, adquiera tal fuerza que condicione seriamente la libertad de maniobra del sector conservador. La andadura de Mariano Rajoy podría no ser tan feliz como ahora le auguran sus corifeos.
En lo que a Unidos Podemos respecta, está claro que la crisis del PSOE le favorece. No sólo en cuanto a sus posibilidades electorales, que por lo menos en un año y medio o dos no deberían ser decisorias porque no va a haber elecciones en ese periodo. Sino también porque le va a ayudar, y mucho, a definir su espacio político. Que va a ser, lo es ya, el de la única oposición real. Para ser exactos, junto a la de los nacionalistas catalanes y vascos, que también va jugar un papel importante en esta legislatura. Y asimismo porque va a reducir la intensidad de sus querellas internas, como parece que ya está ocurriendo.
Pablo Iglesias ha hecho una buena intervención en el debate de investidura. Su rechazo del poder político de de los últimos cuarenta años, fue tan contundente y eficaz como el que lanzó el Podemos que hace tres años se asomaba a la escena pública. También lo fue la sensación de liderazgo que transmitió.
Pero con eso no basta. Unidos Podemos también tiene que avanzar todo lo rápido que pueda hacia una propuesta de alternativas reales sobre los asuntos que necesitan un cambio. Obteniendo los apoyos necesarios para hacerlas creíbles. Para que la gente que apoya a la formación y la que podría hacerlo sepa por qué cosas concretas lo hace, para que crea en un futuro mejor.
Al tiempo, tiene que trabajar todo lo que sea preciso, que es mucho y muy complejo, para dar contenido a su lema de que ha llegado el momento de la movilización popular. De nada vale que Unidos Podemos saque cada semana a las calles a unos cuantos miles de sus simpatizantes. Lo que hace falta es que cree estructuras propias y llegue a acuerdos con las que ya existen, o están naciendo, para que quienes están sufriendo los efectos nefastos de la política del establishment expresen abiertamente sus reivindicaciones. La práctica inexistencia de ese tipo de movilización es uno de los mayores agujeros de la política española.
Se llega así a la tercera de las incógnitas citadas al principio. La de si Rajoy y los suyos van a poder hacer frente a los retos que el Gobierno tiene por delante. El primero, el catalán. La hipótesis de que choque contra ese muro y sufra graves consecuencias en términos de solidez política de su entramado no es ni mucho menos descartable. También la de que no sepa gestionar la reforma de la financiación autonómica a fin de resolver los gravísimos problemas que genera el modelo actual. O la de que la aplicación de la política económica continuista se le escape de las manos si el panorama financiero europeo se ennegrece o si los nuevos recortes generan más rechazo social del previsto.
Aunque el mensaje que ha salido esta semana del Congreso podría llevar al pesimismo, a la convicción de que todo está atado y bien atado, conviene escarbar un poco más en la realidad de los hechos. Y puede que el futuro no esté ni mucho menos escrito.