La magia

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Creo que somos pocos, pero quizá encuentre alguno de los míos por aquí: no me gusta la magia, los espectáculos de magia, ni tan sólo el espectáculo de Mago Pop, a quien le reconozco un talento aclaparador. No son ellos, soy yo. Me parece una tomadura de pelo. No sé sobrellevar la sensación de ver hacer lo imposible y un segundo después, menos, una fracción de segundo, pensar bueno, ha parecido que lo hacía, el mérito es que yo no haya visto cómo lo hacía, el trilero, y eso es mucho mérito, pero no lo es que la chica, a pesar de la sierra, no esté partida en dos derramando sangre sobre el escenario. Después de esa fracción de segundo, el show me parece un chiste malo. No son ellos, soy yo, porque lo que en el fondo querría, yo pienso, es tocar de verdad la posibilidad de la magia, no el ilusionismo, que es lo que llamamos magia, sino la magia de verdad. Lo que quieres que pase, lo que invocas para que pase, y nunca pasa.

La vida no tiene magia, me soltó este fin de semana un conocido, un conocido de largo recorrido, desde los quince, después de comentar el mal trago que está pasando un amigo común. Yo me adentraba en una conversación algo etílica y emocionada de cuánto podríamos hacer por el amigo enfermo, pero él me frenó en seco: la vida no tiene magia. Y lo dijo él, que yo sé por ese largo recorrido de conocernos y por lo oscura que se ha vuelto su mirada que la vida le ha sido perra. Me lanzó la losa y tuve que dejar mi copa de vino para poder sostenerla sin que se me cayera sobre el pie, con el daño indescriptible que hacen los golpes en el pie, incluso el de la venda caída de los ojos.

A esa misma hora del viernes, calculo, en A Coruña Samuel recibía una paliza hasta la muerte. Maricón de mierda fue, quizá, lo último que escuchó. La última idea que entró en su cerebro quizá, casi seguro, fue que era una mierda. Y después se murió. Perdonen la brutalidad, pero recuerden lo de la magia, no hay truco. Feliz orgullo, le escribía una semana antes a mi amigo Toni, a quien demasiadas veces, me doy cuenta, he dado por garantizada su libertad. El domingo después de la paliza mortal a Samuel me escribió que empieza a tener miedo de salir a la calle cogido de la mano de Miguel. Lloré con él y por la brutalidad del asesinato de Samuel y por la falta de magia, por los trucos que a veces nos hacen creer que parece que, pero al final no, nunca. Andemos con los ojos abiertos, le contesté como amiga y como mujer. La magia es una copa de vino desparramada, la lucha es compartida.