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Manchester

Montero Glez

 

El terrorismo se define cada vez que tiene lugar un acto violento indiscriminado contra la población civil. Ejemplos de actos terroristas son Guernica, Hiroshima, Nagasaki, Hipercor, el 11-M, Las Torres Gemelas, así hasta la bomba casera de Manchester el otro día. En resumidas cuentas, el terrorismo es una explosión de pánico que necesita acumular respuestas.

Luego están las palabras que, además de categoría gramatical, nos dan significados que generan matiz de pensamiento. Por algo, el pensar no es otra cosa que hablar con uno mismo.  Pero Hermann Tertsch no parece que establezca mucho diálogo consigo mismo antes de soltarse con la tecla sino que –ignorando su propio desconocimiento– hace alarde de todo lo contrario, como si en su indignación hubiera algo de dignidad cuando ya se sabe que el decoro nunca ha sido su virtud.

Hermann Tertsch no es original, se trata de un hombre que, como otros muchos, vive de espaldas a la luz, reduciendo el mundo a las sombras que se proyectan en la pared de una caverna, sin pararse a escuchar otras palabras que las que buscan respuesta de sangre cada vez que el teatro de guerra levanta su telón. Porque el terrorismo no es guerra, sino teatro de una guerra cuya tramoya se pone en marcha para que el miedo nos paralice en la butaca. Decir estas cosas es denunciar el acto terrorista desde su semántica, desde su raíz más pensada, la que va a formar y conformar las estructuras psíquicas.

Pero claro, cuando periodistas como Tertsch informan sobre una desgracia, no sólo tratan de evitar señalar al tramoyista, cuya sombra amiga contemplan a cada rato, sino que convierten el terrorismo en espectáculo de la catástrofe, una mercancía a la que –a su valor de cambio– se le añade valor de utilidad pública desde el momento que empuja al espectador a consolarse de sus propios padecimientos, a alegrarse incluso de esa cotidianidad de madrugones, desahucios, paro y demás amenazas que siempre resultan gratas ante el espectáculo de las víctimas de un ataque terrorista. De esta manera, Tertsch y los periodistas de su cuerda sacan su aspecto más humano para ofrecernos un cúmulo de consuelo a todos los que asistimos al espectáculo que nos presentan.

No sé si me explico pero el periodista a la manera de Tertsch, además de no denunciar en profundidad el terrorismo desde su definición, lo que hace es provocar alivio ante la desgracia ajena. Una putada.

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