Mandela, Israel y un apartheid actual

“Sabemos muy bien que nuestra libertad será incompleta sin la libertad de los palestinos”

Nelson Mandela

Todos pretenden hacer de Mandela algo suyo, y eso de por sí simboliza el triunfo del activista sudafricano. Consiguió la legitimación de su lucha y de su nombre y por eso estos días estamos presenciando, entre divertidos e indignados, cómo mandatarios de todo el mundo se suman al coro de loas y alabanzas a Mandela.

Nadie ha querido quedarse fuera. Aquí en España, por ejemplo, el mismo gobierno que limita el derecho de los inmigrantes a la atención sanitaria y que defiende vallas con concertinas ha elogiado ‘las ansias enormes de libertad’ de Mandela.

En los Centros de Internamiento para Extranjeros de España hay arrestadas personas con ‘ansias de libertad’ que huyen de su país por razones políticas y cuya única falta es no tener papeles. En las bocas de metro hay policías que interrogan e identifican a las personas en función de sus rasgos raciales. Pero viva Mandela y blablabla.

En algunos medios nacionales y extranjeros se ha dicho que Mandela “ponía la otra mejilla”, que fue un pacifista como Ghandi, y otras muchas incorrecciones propias del revisionismo que se está aplicando sobre la figura del Premio Nobel de la Paz sudafricano.

Mandela, el mismo que estuvo en la lista de terroristas de Estados Unidos hasta 2008, el que apostó por la violencia “no como fin sino como estrategia”, “porque la vía pacífica no daba resultados”, el que recibió entrenamiento militar en Argelia o Etiopía, el que en 1985 rechazó renunciar a la violencia a cambio de salir de la prisión, se convierte ahora en una figura distorsionada por algunos.

El Premio Nobel de la Paz sudafricano defendió la reconciliación, y eso fue parte de su enorme inteligencia. Lo hizo cuando sus enemigos ya estaban aislados y derrotados gracias, entre otras cosas, a la lucha de Mandela y su gente y al boicot internacional.

Solo entonces, con el sistema de segregación dando sus últimos coletazos, y desde una situación de ventaja moral reconocida prácticamente en todo el mundo, Mandela optó por la reconciliación. Lo hizo sin voluntad de venganza, pero con una Comisión de la Verdad que ofreció reparación y memoria, algo que ha faltado en la transición española.

Palestina

Estos días he recordado a Yasser, un palestino al que los israelíes le arrebataron sus tierras y a algunos de sus amigos más queridos, asesinados extrajudicialmente. Hace unos cuantos años, en Cisjordania, Yasser clavó sus ojos en mí y me dijo, sin acritud, con cierta frustración:

“Llevo años pensando sobre ello, y la conclusión a la que he llegado, a mi pesar, es que lo que te quitan por la fuerza solo lo puedes recuperar por la fuerza”.

Yasser fue expulsado poco después de su propia tierra y ahora vive condenado al exilio. ¿Se dirá algún día de Yasser que luchó por recuperar su casa, sus tierras, sus derechos básicos? ¿Se hablará de Yasser como ese alguien admirable que luchó por la libertad, y blablabla?

El armamento nuclear

Israel es ese país donde se sigue ocupando tierras palestinas, donde el Plan Prawer prevé expulsar a miles de árabes de sus territorios a través de una clara discriminación racial, donde se aplican dos sistemas legales, uno civil para la población israelí y otro militar, para los palestinos.

Allí, en uno de los últimos vestigios del colonialismo, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ha dicho que Mandela es “un luchador por la libertad que repudió la violencia”. Ante ello, el periodista israelí Gideon Levy ha escrito:

“Allí estaba él, [Netanyahu en tv] elogiando al ”líder moral“ y de fondo se veía una ciudad ocupada, Jerusalén, cuyos residentes palestinos son oprimidos y desposeídos, una ciudad donde prevalece el régimen de separación, un ejemplo del apartheid israelí, aunque no el peor”.

¿Y qué me dicen de Simon Peres, el presidente de Israel, que ha dicho que Mandela era “un gran dirigente que cambió el curso de la historia”?

Peres es el mismo que en los años 70 formaba parte del gobierno israelí aliado de Sudáfrica y de hecho fue él, como ministro de Defensa, el que ofreció armamento nuclear al régimen del apartheid sudafricano, contra el que Mandela luchaba. Sudáfrica fue en aquella época el mayor cliente de la industria militar israelí, en un momento de estrechas relaciones entre ambos países. Por aquél entonces también Ronald Reagan o Margaret Thatcher estaban al lado de la Sudáfrica segregacionista.

Curiosamente, tanto Netanyahu como Peres optaron por no acudir al funeral de Mandela en el último momento. El primero alegó que el viaje era muy caro; el segundo, que tenía gripe. Sus ausencias también responden a la actitud de Sudáfrica, que recientemente anunció la limitación de sus relaciones con Israel y donde diversas instituciones -sindicatos, universidades- apoyan la campaña de boicot contra los productos de las colonias israelíes. Una pitada pública en suelo sudafricano contra Netanyahu o Peres no habría sido la imagen ideal para Tel Aviv.

El apartheid en Israel

“El apartheid existe en todo el país. Este es un territorio donde viven dos pueblos gobernados por un solo gobierno que es elegido por un solo pueblo, pero que determina el futuro de todos”, ha escrito esta semana la periodista israelí Amira Hass.

Las leyes israelíes facilitan la discriminación y segregación de los palestinos. Contemplan el arresto de palestinos sin cargos ni juicio por un tiempo que puede superar los dos años. Limitan la libertad de movimientos de los palestinos, recluidos en pequeños bantustanes sin unión territorial, aislados y rodeados de muros, checkpoints militares y vallas.

Son las leyes las que permiten que, como ha ocurrido esta semana, militares israelíes disparen contra civiles y menores palestinos, o que los ataquen cuando protestan con fotografías de Mandela en la mano, como han hecho estos días.

Son las leyes las que sostienen la existencia de dos infraestructuras separadas -electricidad, agua, transporte, carreteras- una para los israelíes, otra -evidentemente la precaria- para los palestinos. Es el Estado israelí el que beneficia con un sistema de incentivos económicos y becas a los colonos que ocupan territorio en Cisjordania, a los que protege con su propio ejército.

Es la Ley del Retorno la que permite a cualquier judío del mundo - o a cualquier que decida hacerse judío- vivir en Israel pero niega el derecho de los palestinos a estar en su propia tierra, que ha sido suya durante cientos o miles de años. Son las leyes las que han permitido que los israelíes se quedaran con terrenos y casas de palestinos y las que siguen legitimando la ocupación, que continúa practicándose cada día.

Una carta a Mandela desde Palestina

“Desde la celda de mi prisión nuestra libertad parece posible porque ustedes alcanzaron la suya”, ha escrito, en memoria de Mandela, el activista palestino Marwan Barghouti, encarcelado por Israel en 2002 y considerado por algunos como una de los potenciales líderes del pueblo palestino.

“Su país se ha convertido en un faro y nosotros, como palestinos, estamos desplegando las velas para llegar a sus costas”, ha añadido.

¿Habrá en el lado israelí alguien capaz de asumir el rol que desempeñó el presidente sudafricano de Klerk, que reconoció haber experimentado “un proceso de introspección, de arrepentimiento, de reconocimiento de políticas fallidas y de la injusticia que trajeron consigo”?

¿Qué papel estarían dispuestos a desempeñar Europa o Estados Unidos, que al igual que en su día apoyaron a la Sudáfrica del apartheid, hasta ahora no han dado la espalda a Israel?

Darle la vuelta a lo hegemónico

Mandela pasó de terrorista a héroe. Eso fue parte de su triunfo. Logró darle la vuelta al discurso hegemónico. Lo que en los años 70 era políticamente incorrecto -simpatizar públicamente con la lucha contra el apartheid- fue transformado en pensamiento dominante. Mandela puso al mundo de su lado, cuando lo había tenido en contra.

¿Qué demuestra todo esto? Que la historia la escriben los vencedores. Que de vez en cuando ganan los buenos, aunque solo sea muy de vez en cuando. Que lamentablemente demasiado a menudo una lucha justa solo obtiene legitimación pública cuando triunfa.

Que debemos preguntarnos cuántos Mandelas se quedaron en el camino, olvidados por no haber ganado, enterrados en las páginas no escritas de nuestra historia.

Y que mientras hablamos de lo terrible que era el régimen del apartheid de Sudáfrica, atreviéndonos a criticarlo porque hacerlo forma parte ya del discurso hegemónico, hay otras discriminaciones sistematizadas, otras segregaciones, y todo un pueblo, el palestino, sufriendo un claro apartheid ahora mismo, en estos instantes, en tiempo real.