M de Marea
- Galicia, que fue el laboratorio electoral de Podemos, lo es también de las plataformas de unión popular
En Galicia la M (con mayúsculas) ya no pertenece a Don Manuel Fraga. Cuando el dinosaurio se fue a dormir el sueño eterno, surgieron las Mareas Municipalistas. Le han ganado la batalla en la evolución del ecosistema político. Galicia, que fue el laboratorio electoral de Podemos, lo es también de las plataformas de unión popular. Éstas se gestaron en tres fases, que proporcionan otros tantos elementos con los que debieran contar quienes apuestan por esta fórmula desde la izquierda social y transformadora.
Una lectura desapasionada y en detalle de los resultados electorales del 24 de marzo da la razón a los dos modelos en liza. O más, en concreto, a una lista de confluencia que no renuncie al nombre de Podemos, pero con algún añadido o expresión que reconozca la existencia e importancia de sus compañeros de viaje. El partido de P. Iglesias catalizó voto allá donde no había suficiente tejido social movilizado, ni representantes de la sociedad civil capaces de catalizar el voto indignado con la fuerza de los líderes de Podemos. Quienes defienden de “confluencia y desbordamiento de Podemos”, según el modelo de A. Colau o M. Carmena, debieran considerar si cuentan con, al menos, tres factores que han propiciado su éxito.
Uno, dos y tres. Primero, un ciclo de movilización social prolongado, cuya cristalización institucional se demora en el tiempo y sufre vaivenes. Segundo, el fracaso previo de coaliciones de gobierno entre partidos de viejo cuño. Y, tercero, el realineamiento de los liderazgos políticos y culturales, en sintonía con los sectores de la opinión pública más renovadores. La receta se resume en tres M con nombre propio. Nunca Máis, Xosé Manuel Beiras y Manuel Rivas. Más allá de personalismos, representan la evolución imprescindible del campo social, político y cultural para que esa dichosa “unión popular” no sea una quimera y la candidatura que la represente, un artefacto electoral fallido. Las tres M resumen la labor de zapa del legado de don Manuel, realizada por el “viejo topo” que ha arrebatado el poder a sus herederos.
La Marea Humana formada tras el Prestige, para “limpiar las playas y los despachos”, se ha prolongado en el tiempo. A lo largo de diez años resurgió en múltiples contextos, señalizando la obslolescencia institucional, la autonomía de la sociedad civil y su capacidad de auto-organizarse. Los miles de voluntarios que acudieron a Galicia denunciaban la democracia del chapapote y anticipaban el No a la Guerra. Ahí empezaron a militar – sin partidos y con medios propios generados en la Red - muchos de quienes hoy protagonizan la nueva política y el nuevo periodismo. Entonces apenas contaban con veinte años. Hoy son los treintañeros que saltaron “da praza ao Pazo” el 24M.
Podemos tiene su base sociológica en el 15-M, hace apenas cuatro años. Quienes le exigen renunciar a su marca en favor de una candidatura de unión popular a nivel estatal deben preguntarse por la calidad y las urdimbres del tejido social que quieren representar. Las diferencias son notables a lo largo de la geografía española. Y el tempo do orballo – el del calabobos o xirimiri, lento, pero imparable - es un buen antídoto contra “el síndrome de Dos Hermanas”. El que aquejó a Podemos cuando sus líderes calificaron como derrota lo que, en realidad, fue un auténtico éxito: ser la tercera fuerza política más votada en el feudo andaluz del PSOE. La incultura política de la urgencia señaló el resultado como un fracaso. Sólo justificaban esa valoración las expectativas desmesuradas y el derrotismo fruto de la impaciencia.
También el PP obtuvo mayoría absoluta tras el Prestige, pero en aquellas elecciones el voto de izquierda superó al de la derecha. No ocurría desde 1936. El realineamiento del voto se materializó en el gobierno bipartito del PSOE y BNG. Que luego sería sancionado por la falta de cooperación y la competencia desleal de los presuntos socios, que replicaron los vicios de la vieja política, al servicio de las organizaciones partidarias antes que del cuerpo social. El PSdeG apenas se replanteó nada en el plano programático u organizativo. El BNG quiso emular a los partidos hegemónicos de los nacionalismos catalán y vasco. Tras esa decepción vino otra mayoría parlamentaria del PP. Es decir, otra lección clave: además de lenta, la traducción institucional del cambio social experimenta avances y retrocesos, flujos y reflujos... sí, como la marea.
Se representa al gallego en una escalera, sin saber si sube o si baja. Es el estereotipo de una mirada rápida y cortoplacista. Otra más demorada le mostraría subiendo dos peldaños arriba y bajando otro. Algo propio de quien se sabe débil y ante un poder que le quiere inmóvil. Subirá cuando vea a otros señalizando y haciendo factible la ascensión. Los políticos y tertulianos que reprochan a la ciudadanía no haber finiquitado el bipartidismo en las urnas debieran considerar cuántos notables, con visibilidad pública, han desertado de las filas del PPSOE. ¿Cuántos han roto amarras con sus tradiciones ideológicas, con los aparatos de partido y comunicación a los que servían? ¡Qué fácil les resulta exigir al electorado una ruptura que ellos son incapaces de protagonizar! ¡Cuánta similitud con la militancia y la comandancia ortodoxas que, inconscientes de sus contradicciones, desprecian las de la gente común!
Los voluntarios de mono blanco ocupan ahora los muncipios más relevantes de la provincia de A Coruña. Pero Xosé Manuel Beiras ya había dado a mediados de los 90 del siglo pasado el giro hacia la nueva política. Visitaba los foros altermundistas y constataba la pujanza de nuevos imaginarios y artefactos políticos que rebasaban los límites de la izquierda clásica. Luego rompió (con) el BNG. Una estrategia que, por ejemplo, Anguita ha sido todavía incapaz de formular, menos aún de impulsar respecto a la IU rehén del PCE.
Fue en Galicia donde Pablo Iglesias comenzó a hacer campañas electorales para AGE. Alternativa Galega de Esquerdas, con X.M. Beiras a la cabeza, rompió el tabú nacionalista. Quienes abandonaron la secta identitaria, romperían luego el techo electoral del BNG, con alianzas antes consideradas anti-natura. El pacto electoral con IU daba primacía al tema social sobre el nacional. Todo un anatema para quienes consideran la política un asunto identitario. Todo un ejemplo de cómo rebasar al PP y al PSOE que habían hecho del “galleguismo” un ejercicio de “enxebrismo” (el transunto galaico del casticismo). Mientras, el BNG se iba quedando solo, algo lógico en quien pretende arrogarse la exclusividad monolítica del nacionalismo... o de la izquierda “verdadera”. No es cuestión (sólo) de etiquetas y vocabulario. Una candidatura de unidad requiere nuevos aprendizajes, rupturas con el pasado y la reformulación de un presente preñado de futuro. Eso sí que es desbordar y no surfear lo que, al final, se revela una moda y un simple modismo.
Manuel Rivas aportó la tercera M. El escritor gallego con mayor reconocimiento y capital simbólico, también respaldó las mareas. Al igual que Beiras, no asumió protagonismo y rechazó figurar en la primera línea de las listas y en los mítines. Rivas representa la intelectualidad que, con la Burla Negra (la facción cultural de Nunca Máis) aprendió a vivir a la contra, renunció a la dependencia institucional, y la reemplazó por un sostén social y comunitario. La disposición al diálogo – antes que al monólogo – representa al nuevo intelectual. Se sabe apenas un nodo más de una red y que – antes que el enfrentamiento, consciente de su labor catalizadora – se muestra conciliador y amable. Sin fronteras pero con raíces, como el emigrante gallego: sensible tanto a lo local como a lo global. En comparación nada odiosa sino palmaria, ni uno solo de los (muchos) comentaristas madrileños de El País se sentó a hablar en público con M. Carmena, como hizo Rivas con Ada Colau en la campaña de la Marea Atlántica. Menos aún puso en peligro su columna y renunció a ella.
Les pido un ejercicio de imaginación. Piensen qué habría ocurrido si dos históricos de la política y la cultura irredentas y con igual reconocimiento público hubiesen apoyado la candidatura municipalista madrileña. La Marea Atlántica de A Coruña triunfó en una ciudad donde la L de su nombre era objeto constante de disputa falaz: sus habitantes hablan, simplemente, de Coruña. La nueva ortografía y gramática políticas usan código abierto y libre. Esto explica el uso del gallego que hicieron las mareas en campaña: una seña de identidades plurales y amables, nunca un ariete, un muro numantino o una marca partidista.
La unidad popular vendrá de la mano de las evoluciones y los giros del tejido social, los partidos y los referentes intelectuales. La vieja política concibe las candidaturas unitarias incompatibles con el logo de Podemos. Un partido cuyo objetivo de alcanzar la mayoría electoral en solitario resulta improbable; al menos, a corto plazo. Pero sin el cual no será posible adelantar electoralmente al PSOE o andarle a la zaga, muy de cerca, hasta el próximo embate en las urnas. La discusión sobre la fórmula electoral se basa todavía dinámicas de exclusión o cooptación. No confiere suficiente importancia a las sinergias que pudieran emerger en una coalición de las diferencias. Y las diferencias reales no están en las siglas, sino en las trayectorias individuales y colectivas, que o son convergentes o no. Y ahí, en el realismo para constatarlo, radica, creo yo, la verdadera cuestión.