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Las villanas feministas

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María Ramírez

Una de las partes más relevantes de She Said, el libro de Jodi Kantor y Megan Twohey acerca de su concienzuda investigación en el New York Times sobre Harvey Weinstein, es el descubrimiento de dos inesperadas villanas.

Se trata de Gloria Allred y su hija Lisa Bloom, célebres abogadas y feministas que durante años han abanderado las causas de la igualdad y la defensa de los derechos de las mujeres. Según descubre el libro, ambas presionaron a sus representadas, mujeres acosadas, para que aceptaran acuerdos extrajudiciales a cambio del silencio como la única y lucrativa opción (también para las abogadas, que se llevaban hasta un 40% de comisión). A menudo, sin embargo, lo que querían las víctimas de personajes como Weinstein era denunciar para que saliera a luz lo que les había pasado y evitar que le pasara a la siguiente. Las abogadas las desanimaban para que no lo intentaran y siguieran guardando el secreto. Este sistema promovido por personas como ella ayudó en Estados Unidos y Reino Unido a que el productor siguiera su patrón de abuso durante años con impunidad mientras borraba el rastro de lo que había pasado y seguía pasando. Así sucedió en muchos otros casos.

El caso de Lisa Bloom es especialmente sangrante porque, como revela un mensaje a Weinstein publicado en el libro, utilizó su experiencia con mujeres víctimas de acoso sexual para ir a por las que acusaban al productor. También mintió e investigó a las periodistas del Times para intentar parar su trabajo con la ayuda de una agencia de detectives israelí. Todo, mientras tanto ella como su madre seguían presentándose como grandes defensoras de la igualdad, algo que le aconsejaban hacer también a Weinstein, donante del partido demócrata y de causas feministas.

Esto es relevante más allá de la hipocresía de estas dos abogadas porque revela el sistema de abuso, silencio y lucro perpetuado durante décadas en Hollywood y otros sectores. El protagonismo que tienen en She Said también es una demostración más de cómo funciona una investigación periodística hecha sin activismo, sin prejuicios y con la curiosidad que lleva a descubrir hechos sorprendentes.

Una de las trampas que había puesto a Jodi Kantor la agencia de detectives israelí contratada por Weinstein era una espía que se hacía pasar por una profesional que quería empujar causas feministas y estaba muy interesada en conseguir la colaboración de la periodista para un congreso. Aparte del instinto de la buena reportera, lo que le echó para atrás a Kantor fue el excesivo entusiasmo y activismo que desprendía la mujer. El mantra de la periodista es que el reporterismo no tiene que mezclarse con el activismo y por eso rechazó las invitaciones de quien era una espía, según descubrió después.

En tiempos en que los periodistas tenemos la presión y la crítica continua de los activistas para que crucemos la línea -al New York Times le pasa en su propia redacción- el trabajo escrupuloso reflejado en She Said es una buena muestra de que mantener los estándares, el sentido crítico y el escepticismo incluso hacia las personas y las causas más benévolas es la mejor garantía para que nuestro trabajo sea sólido y tenga el impacto deseable de un servicio público.

Esto no significa que el periodista sea un robot que no empatice con las personas que cubre, especialmente con las que están en dificultades o las que se arriesgan para mejorar las cosas. Kantor cuenta cómo se le saltaban las lágrimas y apenas pudo balbucear una frase cuando la actriz Ashley Judd la llamó para decirle que aceptaba aparecer con su nombre en aquel primer artículo de octubre de 2017.

Pero lo esencial es no perder de vista el objetivo último de conseguir acercarse a la verdad sin que otros propósitos, por buenos que sean, la empañen. La realidad siempre es compleja más allá del primer vistazo. A menudo, descubres que el villano no es sólo quien imaginabas. En casos excepcionales, como el de Jodi Kantor y Megan Twohey, acabas cambiando el mundo.

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