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Morder la bala

El letrado de las Cortes Generales y candidato del PP a uno de los puestos vacantes del Tribunal Constitucional, Enrique Arnaldo

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Bite the bullet es una expresión inglesa que define la acción de hacer algo desagradable y que tiene su origen en la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados heridos eran intervenidos sin anestesia y se veían obligados a morder una bala para soportar el dolor. Tan intenso, al parecer, como el que padecieron muchos de los diputados del PSOE y de Unidas Podemos este jueves al emitir su voto favorable en el Congreso a la candidatura del cuestionado Enrique Arnaldo como miembro del Constitucional.

Ninguno quería, pero todos dijeron sí, a excepción de 11 diputados que votaron en conciencia. Fuera sapo o fuera cocodrilo, el resto aceptó el trágala. Y eso que no existe mandato legal que obligue a un parlamentario a cumplir con la disciplina de voto dictada por un partido. De hecho, la Constitución dice todo lo contrario y salvaguarda jurídicamente el voto en conciencia con el artículo 67.2, donde se puede leer que los “miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo”. El 79.3 añade además que el voto de senadores y diputados “es personal e indelegable”.

Bien que lo sabían, en octubre de 2016, los 15 diputados del PSOE  que votaron contra la investidura de Mariano Rajoy, en señal de protesta por lo decidido en el Comité Federal de su partido, entonces dirigido por una gestora que presidía el asturiano Javier Fernández. ¿Recuerdan? El 'no es no', el voto en conciencia, los principios por delante de las consignas, las convicciones más profundas, la altura moral... 

Aquellos, los de entonces, los de aquel PSOE que se rebeló contra la disciplina de voto por una cuestión de principios han exigido ahora a sus diputados el certificado de voto para comprobar que no hubiera díscolos, a pesar de que se trataba de una votación secreta. Una decisión de la dirección del Grupo Parlamentario de dudosa constitucionalidad y que no emularon, eso sí, los morados. De ahí que en buena medida se pueda colegir que el principal foco de las fugas registradas durante la votación  -se registraron 232 síes frente a los 240 esperados de la suma de PSOE, PP y Unidas Podemos- procediera de sus filas.

Hoy es más necesario que nunca interpelar a la conciencia de los representantes socialistas y de Unidas Podemos que, en privado, se muestran escandalizados por el beneplácito de sus partidos a un candidato que no es idóneo ni imparcial para el cargo de garante de la Carta Magna. Y no por su afinidad ideológica sino por su estrecho vínculo con los populares; por su incumplimiento de la Ley de Universidades al simultanear la docencia en un centro público con otro privado; por sus negocios con las administraciones gobernadas por el PP y por su bochornosa conversación en 2016 con el inefable y entonces investigado por la Justicia Ignacio González, en la que se le escuchó decir al ex presidente madrileño que se estaba moviendo para colocarle “un fiscal bueno”.  

Sobraban razones para decir no a Arnaldo y votar en conciencia. Pero entre tragarse el sapo o perpetuar el bloqueo que el PP mantenía a la renovación de los órganos constitucionales, eligieron lo primero. A costa de sus principios, de su coherencia y de la pureza de una superioridad moral que queda en entredicho.

El ejercicio de cinismo es superlativo. La conciencia ni se compra ni se vende… ni se somete a los dictados partidistas. Si uno está en contra, vota en consecuencia y asume el resultado de su congruencia, que en este caso sería pagar una multa por romper con la disciplina o marcharse a su casa y renunciar al escaño. El único que ha confesado públicamente que no votó a favor de Arnaldo ha sido el socialista Odón Elorza, que sí lo había hecho con anterioridad en la Comisión de Nombramientos. 

La imagen que deja el Parlamento es poco edificante para la ya tan malhadada independencia de la Justicia y no digamos para la política. Unidas Podemos se ha sumado a una insólita y vergonzante alianza de PP y PSOE que, de no haber estado en el Gobierno, jamás hubiera suscrito. Los que venían a regenerar la política han avalado con su voto a un candidato del que sobran los motivos para impedir que se siente en el Constitucional. Los que se forjaron en las instituciones como herederos del 15-M al grito de “sí se puede” han mordido la bala para evitar el dolor y la humillación de saberse partícipes de un sistema de elección que ellos mismos cuestionaron tanto por el procedimiento en sí como por los adulterados criterios que manejaba el viejo bipartidismo en cada renovación. 

Tan cierto es que permitir que persistiera el bloqueo hubiera supuesto blindar el control de los populares sobre la cúpula de la Justicia como que todos aquellos que han confesado que votaron con la “nariz tapada” -y han sido unos cuantos- han quedado señalados por jalear su malestar en los medios de comunicación y no en los órganos internos de sus respectivos partidos pero, sobre todo, por sumarse con su voto a una mayoría que avala la presencia en el Constitucional de personajes con la trayectoria de un Enrique Arnaldo que ni es imparcial ni es en absoluto idóneo para el cargo.

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