Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Nadie les mirará a los ojos

Imagen de archivo de ancianos en una residencia.

Esther Palomera

71

Se fueron demasiado pronto. Sin querer marcharse. Pero siguen con nosotros. En nuestros recuerdos. En nuestros sueños. Y en nuestros llantos. Tantas cosas nos quedaron por decir. Y tantas otras que jamás debiéramos haber dicho. Al menos ellos tuvieron la fortuna de irse acompañados. Les apretamos la mano. Los cuidamos. Les besamos la frente. Les miramos a los ojos. Los velamos. Y los lloramos. Y nos quedó el consuelo de que sus últimos días, horas o minutos estuvieron rodeados de quienes más querían. Morir acompañado.

Que una muerte siempre es una muerte lo sabemos. Pero si uno se va teniendo al lado a sus seres queridos, se marcha con la certeza de que su vida continúa entre los vivos. Es la jodida muerte que todos querríamos. Con el último beso. Con el abrazo de un hijo. O la mirada de un nieto.

Este maldito virus que nos ha parado la vida, se ha cebado con los mayores, quienes más sufrieron por nosotros, quienes nos guiaron, quienes se sacrificaron y lo dieron todo para que la nuestra fuera una vida mucho mejor que la que tuvieron ellos. Nadie estamos a salvo, cierto. Y la OMS ya ha advertido a los jóvenes: “No sois inmunes”. Pero, el 33% de los contagiados por COVID-19 en España tiene más de 65 años de edad. De ellos, el 18% tiene más de 75 y el 32% son enfermos graves con neumonía. Y acabamos de saber ahora por la ministra de Defensa que el Ejército ha encontrado ancianos muertos en sus camas en residencias de varios puntos del país, después de que la Unidad Militar de Emergencias haya empezado a realizar en los últimos días labores de auxilio en este tipo de centros.

Hace semanas que algunas Autonomías dieron la voz de alarma, y hubo quien no le dio la importancia que tenía. Ni siquiera consideraron al principio que había que protegerlos del contagio. Como muchos de nosotros. Una gripe común, algo más que un catarro, poco más, decíamos… Relativizar es el verbo que mejor define lo que hicimos al conocer el primer caso de coronavirus en la lejana ciudad china de Wuhan. Y la semana siguiente. Y la siguiente también, cuando el virus llegó a la vecina Italia. Ni los médicos, ni los científicos, ni los políticos, ni los ciudadanos, ni mucho menos los periodistas que ahora damos lecciones diarias de cómo gestionar una crisis sanitaria, nos enteramos de lo que venía y preferimos seguir con nuestras vidas como si no hubiera mañana. Y ahora no sabemos siquiera si ese mañana existirá para muchos de los infectados.

Los militares han acudido, como medida preventiva, para valorar la situación de los pacientes en los centros de mayores y para asesorar al personal en materia de desinfección y prevención. Las residencias se han convertido en unos de los establecimientos más golpeados por la pandemia. Y, aunque Margarita Robles no ha dado los nombres de los centros ni los lugares donde las Fuerzas Armadas han encontrado tan dantescas imágenes donde conviven los vivos con los muertos, sí ha dicho que el Gobierno será “absolutamente implacable y contundente” con los responsables. De momento, la Fiscalía General del Estado ya ha creado una red por todo el territorio nacional para “recabar información, emitir directrices y actuar eficaz y homogéneamente” en todo lo que afecte a las residencias de mayores.

El ejercicio de cinismo es colectivo. Antes del COVID-19, en los diarios se sucedían noticias sobre casos de residencias de mayores donde o se maltrataba o no se atendía como merecen a quienes nos dieron la vida. ¿Qué hicimos ante tanta indignidad? Unos días de titulares de escándalo, cuatro tertulias en las que señalar la responsabilidad de la administración de turno y, de nuevo, el olvido.

La red de centros privados de mayores ha escapado de todo tipo de vigilancia sanitaria y administrativa. Ahora lo vemos cuando los muertos se acumulan entre los vivos y nos llevamos las manos a la cabeza, pero el problema llevaba años invisibilizado, como la propia vejez. Cuando esto pase, que pasará, como todas las desgracias, habrá que poner en limpio lo que hicimos y lo que permitimos. Cada uno de nosotros, como individuos y como parte de una sociedad completamente deshumanizada y egoísta. Ahora lloramos a los muertos. A todos. A los jóvenes y a los mayores. Y nos conmovemos. Pero ellos, los mayores de las residencias, se han ido sin que nadie los pudiera mirar a los ojos, sin la ternura de un beso, sin la calidez de un abrazo y sin que un hermano, una pareja, un hijo o un nieto los pudiera decir un último “te quiero”. Alguien tendrá que pagar algún día por ello. Hasta que llegue el momento, que pongan remedio a este maldito infierno. Y dejen de tirarse los trastos a la cabeza de si fue por culpa de unos o de otros. Fue de todos.

Etiquetas
stats