Pandemia de la desigualdad

2 de octubre de 2020 23:27 h

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Al principio pudo parecer que la pandemia no diferenciaba entre grupos o clases sociales, pero ya ha quedado claro que sí. Los barrios más “populares”, más pobres y hacinados, en todo el mundo están sufriendo más. En EE UU, la covid-19 se ha cebado proporcionalmente más con la población negra o afroamericana, la más vulnerable y desprotegida. Y con el impacto económico de la covid-19 ocurre lo mismo: van a sufrir, están sufriendo más, los de más abajo. Lo que no dejará de tener consecuencias políticas y sociales, globales y locales, con marcados retrocesos en el bienestar.

En términos internacionales o globales, sin embargo, la división social del fenómeno epidemiológico no está tan clara. Sí, países más pobres ha sufrido más -el peor y más poblado ejemplo en India, seguido de Brasil-. Pero África subsahariana -República Surafricana es la más afectada- pese a las previsiones iniciales y a la inseguridad de los datos, se está defendiendo en general bastante bien, probablemente porque están más habituados a las pandemias víricas, y han reaccionado antes. Algunos países de África Occidental ya disponían de una infraestructura que pusieron en pie para responder al Ébola en 2013-2016. Ante el coronavirus, por experiencia y falta de medios -la mitad de estos países carecen de instalaciones médicas modernas y faltan accesos a agua potable-, se confinaron y cerraron sus fronteras antes. Su población es más joven, con una media de edad de unos 19 años. A través de los Centros Africanos para el Control y la Prevención de Enfermedades, 54 países se han coordinado en una alianza ejemplar para otras regiones, muchas más ricas. La Unión Africana ha lanzado una iniciativa público-privada para adquirir equipos de testeo, mascarillas y respiradores.

Los efectos económicos son otra cosa. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), calcula que el desarrollo humano global va a retroceder por primera vez desde 1990 (año en que la organización empezó a calcularlo). Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), a alcanzar en principio en 2030, están sufriendo un retroceso en varios campos. Según un informe de Naciones Unidas, la covid-19 va a hacer retroceder los avances en el Objetivo 3 de salud y bienestar para todos. También en lo que se refiere a la pobreza. Según un estudio en la revista The Lancet, debido a la pandemia, unos 71 millones de personas adicionales podrían haber caído ya a niveles de pobreza extrema. Por su parte, Oxfam calcula que la crisis puede volver a situar en la pobreza a unos 500 millones de personas. 

Hay otros aspectos que la pandemia ha puesto de manifiesto o agravado, como las brechas digitales, cuando la manera de lucha contra la pandemia ha hecho de lo digital y de la conectividad un bien necesario, al que no todo el mundo tiene igual acceso. Hay brechas sociales -se ha visto con la retirada a la educación on line con los confinamientos y cuarentenas-, generacionales, de género y entre países o regiones, siendo los más desfavorecidos, los menos proclives al teletrabajo, dadas sus ocupaciones, cuando no las han perdido. No es que no se haga nada. El Plan Educa Digital del Gobierno español está dirigido a reducir esa brecha digital en medio millón de hogares. Pero para muchos, y muy especialmente menores de 40 años, esta crisis económica y social se suma a la experiencia de la Gran Recesión de 2008-2014 en España, con el paro y, a menudo se olvida, la devaluación interna que supuso. Con la pandemia, todos somos ya más pobres, pero algunos más que otros.

Los momentos de crecimiento de la desigualdad alimentan los populismos de varias clases y la ira social. En EE UU, Trump -aunque es el jefe del Ejecutivo responsable de la política que se está llevando a cabo- está intentando, como en 2016, atraer el voto de los que se han quedado atrás, y que los demócratas habían durante años olvidado. Esto está pasando también en diversos países de Europa, y veremos en el nuestro.

Este es un tema a abordar desde cada país, pero también desde más arriba. La dimensión social de la pandemia es algo a lo que está prestando más atención la Comisión Europea y algunos programas de ayuda de la UE. Italia, que asume a partir de diciembre la presidencia del G20 -tras Arabia Saudí, a la que esta crisis le ha venido grande-, ya ha señalado que una de sus prioridades va a ser abordar las consecuencias sociales de la COVID-19.

Una prueba del algodón vendrá, si viene, con las vacunas. Veremos si no se reproduce con ellas una división social que iría, además, en detrimento de todos.