A finales de diciembre del año pasado, sucedió un hito histórico en el terreno de los alimentos modificados genéticamente para mejorar la salud humana. Tras 18 años de existencia, se aprobaba para el consumo humano el arroz dorado en Australia y Nueva Zelanda, abriendo la puerta a su aprobación en otros países. Este arroz está modificado genéticamente para la producción de beta caroteno, precursor de la vitamina A, que da el color característico a verduras como la zanahoria. Se creó para combatir la deficiencia severa de esta vitamina en áreas pobres de África y Asia donde el cultivo de arroz está muy extendido y no tienen fuentes importantes de vitamina A en su dieta (el arroz no lo contiene).
La carencia de vitamina A es un importante problema de salud pública (se estima en 250 millones los niños afectados) y causa, entre otras enfermedades, ceguera, problemas durante el embarazo, mayor riesgo de enfermedades infecciosas… Por tanto, el cultivo de arroz dorado en las zonas anteriores tendría un impacto muy positivo en la salud de la población, especialmente para los niños.
Aun así, a pesar de los potenciales beneficios para la humanidad del arroz dorado, que además está libre de patente y es gratuito para fines humanitarios, la lucha de los creadores del arroz dorado para su aprobación en el consumo humano ha sido intensa y duradera. Y lo ha sido no sólo por el lado técnico y científico o los estrictos controles que los transgénicos tienen que pasar para aprobar su cultivo y consumo (mucho más estrictos que productos alimentarios normales) sino por importantes conflictos ideológicos, especialmente de ciertos partidos políticos y organizaciones ecologistas como Greenpeace, que han realizado campañas muy agresivas en contra de los transgénicos en general con un discurso científico que brillaba por su ausencia. Debido a ello, más de 100 premios Nobel de ciencia hicieron causa común para firmar un manifiesto acusando a Greenpeace de crímenes contra la humanidad por su rechazo sistemático a los transgénicos.
Esta férrea oposición a los transgénicos de ciertos sectores de la población con más base ideológica e irracional que científica es simplemente un reflejo de la naturaleza humana del miedo a lo nuevo, a lo desconocido. A lo largo de la historia de la humanidad, es muy frecuente encontrar fuertes conflictos por avances científicos o técnicos que hoy nos resultarían ridículos e increíbles de creer.
Por ejemplo, hace siglos, cuando se empezó a exportar patatas desde Sudamérica a Europa, la población huía como de la peste de este tubérculo, que consideraba “invento del diablo” y causante de enfermedades. Preferían, literalmente, morirse de hambre a comerlas, hasta que una ingeniosa maniobra de marketing monárquica impulsó el cultivo (fácil y resistente a las inclemencias del tiempo) y el consumo de la patata evitando hambrunas. Tampoco hace falta remontarse tanto en el tiempo, hace apenas 50 años, el principal médico responsable del primer trasplante de corazón recibió una avalancha de críticas e insultos por su logro. Puede que a nosotros, españoles orgullosos de un sistema de trasplantes líder en el mundo, nos parezca surrealista pero hace poco más de medio siglo, para muchos el trasplante de órganos era tabú, era jugar a ser dioses.
Inicialmente, las primeras plantas transgénicas se desarrollaron con el fin de producir plantas más resistentes a herbicidas, plagas o a la sequía. Sin embargo, en la actualidad, también existen multitud de líneas de investigación que están desarrollando plantas o animales transgénicos potencialmente beneficiosos para la salud de la humanidad y que, al igual que el arroz dorado, se han enfrentado o se enfrentarán, tarde o temprano, a un sector de la población que los juzgan basándose en creencias y no en hechos.
Al igual que el arroz dorado, se están desarrollando otros alimentos que, a través de la modificación genética, son más nutritivos, porque contienen más antioxidantes, vitaminas, oligoelementos… Como ejemplos tenemos: arroz modificado rico en hierro y zinc, aceite de soja con ácidos grasos omega 3, tomates con más antioxidantes, plátanos ricos en provitamina A… También se han desarrollado alimentos que tardan más en echarse a perder, como las manzanas árticas, cuya oxidación al cortarse es considerablemente menor a las manzanas convencionales (tardan 3 semanas para ponerse marrones).
Un campo de investigación prometedor es el desarrollo de fármacos o vacunas de forma mucho más efectiva y barata en plantas o animales transgénicos, lo que se llama “molecular pharming”. Hace años, por ejemplo, se aprobó el primer medicamento para uso humano producido a partir de plantas transgénicas que ha conseguido que el tratamiento de pacientes con la enfermedad de Gaucher sea más barato, sencillo y seguro.
Otro campo muy interesante de investigación es el desarrollo de plantas modificadas genéticamente para que puedan consumirse por personas alérgicas o intolerantes a componentes típicos de esos alimentos. Por ejemplo, existe una investigación española muy prometedora para producir trigo sin glutentrigo sin gluten (modificado genéticamente pero no transgénico, porque no se inserta ningún gen). De esta forma, los celíacos no sólo dispondrían de harina de trigo apta para ellos, sino que también los productos derivados de ello podrían ser sensiblemente más baratos. Además de eliminar alérgenos de los alimentos, también pueden eliminarse compuestos tóxicos o cancerígenos. En este sentido, hay patatas modificadas con menores concentraciones de acrilamida (una molécula cancerígena que puede producirse al cocinar la patata a altas temperaturas) y que ya han sido aprobadas en Canadá y Estados Unidos.
¿Veremos los alimentos transgénicos citados antes en nuestro supermercado en las próximas décadas? La clave a esta pregunta está en qué predominará en el futuro; Si la desinformación ideológica o las evidencias científicas. Por el momento, en Europa, la desinformación parece estar ganando la partida pero, al igual que los franceses y su miedo irracional a las patatas, el conocimiento se abrirá paso tarde o temprano, como ya lo está haciendo en otras zonas del mundo.
Para saber más:
La ciencia confirma que los transgénicos son igual de sanos que el resto de alimentos