Una de las primeras consecuencias de la llegada de Donald Trump a la Casablanca es que Estados Unidos va a dejar de ser el principal impulsor de la lucha contra el cambio climático para convertirse en un auténtico outsider.
La obsesión del nuevo presidente por reconducir a la administración norteamericana hacia el negacionismo es enfermiza. Solo desde la terquedad se puede entender que sus primeras acciones tras jurar el cargo hayan sido las destinadas a borrar cualquier referencia al calentamiento global de la web presidencial y ordenar a la Agencia de Protección Ambiental (EPA, su acrónimo en inglés) que haga lo propio. Pero la cosa sigue.
Haciendo alarde de su petulancia y tras poner al frente de la EPA al que ha venido siendo su principal enemigo, el senador Scott Pruitt, a sueldo de la industria petrolera para desafiar a la agencia, Trump ha prohibido a los investigadores facilitar cualquier tipo de información a los periodistas e incluso aportar datos desde sus redes sociales.
Silencio absoluto. “Muera la ciencia”, ese parece ser el lema de la administración Trump para frenar en seco los avances contra el cambio climático y eliminar las certezas científicas. Un lema que nos recuerda aquel funesto “muera la inteligencia” con el que el fascismo patrio quiso imponer la testoesterona sobre la razón.
Debemos levantar la guardia del conocimiento. El peor Trump está por venir. Como Edgardo en El Rey Lear, aquí también podemos afirmar que “todavía no está pasando lo peor cuando pensamos: esto es lo peor”. Por eso haríamos bien en tomarnos perfectamente en serio a este perfecto necio y prepararnos para resistir sus embestidas contra el clima.
Nada de venirnos abajo, nada de caer en la desconfianza y dejarnos arrastrar hacia el catastrofismo. Estados Unidos ha sido un gran aliado en la lucha contra el cambio climático. Y volverá a serlo. Pero mientras reorganizamos la resistencia frente al cambio climático, una resistencia en la que seguiremos contando con algunos estados, muchas ciudades y organizaciones y muchísimos políticos y ciudadanos de ese gran país, toca resistir.
Resist. Ese es el mensaje que lucía en la enorme pancarta que los valientes activistas de Greenpeace colgaron el miércoles de una grúa situada junto a la Casa Blanca para alentar a la opinión pública a mantener la esperanza. Y esa debe ser la actitud que debe guiar nuestro ánimo de ahora en adelante para continuar haciendo frente al mayor reto al que se enfrenta nuestra especie.
A pesar de nombrar secretario de Estado al presidente de la principal petrolera del mundo. A pesar de sus oleoductos, de sus acuerdos con la industria del automóvil para librarla de los recortes de emisiones. A pesar de sus alianzas con los que quieren destruir el Ártico, de sus ataques a la ciencia y la justicia medioambiental o de sus deserciones de los grandes tratados contra el cambio climático (incluido el más que probable abandono del Acuerdo de París). Resistiremos a Trump. Entre otras cosas porque no nos queda otra: si le oponemos resistencia podemos perder; si no lo hacemos estamos perdidos.