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Sri Lanka, paciente cero

El portavoz del Parlamento anuncia la dimisión del presidente de Sri Lanka EFE/ Chamila Karunarathne

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Manifestantes enfurecidos asaltan el palacio presidencial de Sri Lanka y después incendian la residencia del jefe de gobierno. Impactantes imágenes con una historia detrás. Una extensión algo menor que Andalucía. 22 millones de habitantes. Un paraíso en el Índico, en pleno Golfo de Bengala, vive momentos extremadamente convulsos que, como tantas cosas de las que ocurren fuera de nuestro país, no nos son ajenas en absoluto. Sri Lanka sería el paciente cero de la pandemia de pobreza e indignación que bulle por causas bien explícitas. A la isla, conocida como Ceilán durante su colonización europea, la golpean los males globales resultado de la pandemia o la guerra de Ucrania ahora, y los suyos propios no tan diferentes algunos de ellos a los de otros países. Los peores, eso sí, los han sufrido en alto grado. De ahí que la espiral de caos que venía padeciendo haya estallado en multitudinarias protestas culminadas con los violentos incidentes del sábado 9 de julio. Pero son meses, años de alguna manera, los que se iba viendo venir la catástrofe.

El presidente del país, ahora huido, es Gotabaya Rajapaksa, considerado héroe de guerra por vencer a los Tigres Tamiles después de una guerra étnica de 20 años (entre 1983 y 2009)  que causó más de 100.000  muertos de ambos bandos. Antiguo militar, emigró a Estados Unidos para especializarse en la tecnología de la información, y regresó para ayudar a su hermano mayor en la campaña electoral de 2005. Tras la victoria electoral ocupó la cartera de Defensa hasta 2015. En 2019 triunfó en las elecciones a la presidencia con una plataforma nacionalista y budista que contó con un gran apoyo de votos, más del 50% de los emitidos.  

Sri Lanka obtuvo la independencia de su último colonizador, Gran Bretaña, en 1948 y, bajo diferentes gobiernos, fue labrándose su propio camino. En 1960, se distinguió en ser el primer país del mundo en elegir a una mujer como primera ministra: Sirimavo Bandaranaike. Sri Lanka fue potenciando el turismo como motor económico: es un país que tiene una de las faunas más variadas del mundo y muchos otros atractivos. Intentó una reforma agraria, suprimiendo los fertilizantes químicos que no dio el resultado económico esperado.

Un cúmulo de desgracias se fueron sucediendo después hasta desembocar en un debilitamiento de su economía que había conocido un notable crecimiento. El tsunami de 2004 en el Índico les dejó graves daños. Los trágicos atentados de 2019 contra cinco hoteles de lujo y tres templos cristianos - atribuidos al terrorismo islamista radical de Daesh Asia- con un balance de 260 muertos y 500 heridos, le asestaron un golpe brutal. El turismo, ya resentido por ellos, terminó de hundirse con la pandemia. Uno de los clásicos recientes.

De ahí ha llegado a tener una deuda externa a niveles de ahogo y millones de personas se han hundido en la pobreza. Deben más de 51.000 millones de dólares y no pueden ni pagar los elevados intereses de sus créditos. Otro clásico. La corrupción fue otro componente al uso. No ha sido la primera vez en la que las protestas han asaltado las residencias de algunos mandatarios encontrando coches de alta gama y todo tipo de lujos. La familia del presidente Rajapaksa llegó a simultanear hasta cinco de sus miembros en puestos de poder. La ira fue adueñándose de la población. Y el gobierno, desde las primeras grandes protestas en marzo, respondió con una dura represión policial y bloqueando el acceso en Internet a las principales redes sociales, lo que aumentó la indignación.

Ante los ojos ciegos de medio mundo que no les miraba, el paraíso de Sri Lanka se había ido desmoronando. Subió la inflación, llegando a hacer prohibitivos productos elementales de primera necesidad, desde alimentos a medicinas. Se fue acabando el combustible. El gas, el petróleo. Hay cortes de suministro eléctrico. Se restringe hasta la gasolina. La ONU dice que están al borde de la emergencia humanitaria.

El primer ministro dimitido, Ranil Wickremesinghe, solo llevaba dos meses en el cargo. Ahora, porque ocupó el mismo puesto en otras tres ocasiones. Era el político más experimentado. De corte conservador, puso en marcha privatizaciones y recortes, pero nada se ha resuelto, al contrario. Las protestas eran cada vez mayores. Tras anunciar su dimisión, espera dejar el cargo el miércoles, si alguien quiere aceptarlo. Se estudia un gobierno con miembros de todos los partidos para salir de la situación.

Por si faltara poco, la guerra en Ucrania ha contribuido a encarecer productos básicos y ha dificultado los abastecimientos. La inflación alcanza el 40% y la moneda local se ha desplomado un 80%. En abril, Sri Lanka se declaró en suspensión de pagos de su deuda externa e inició negociaciones de rescate con el Fondo Monetario Internacional que, esta vez contra la costumbre del organismo, se lo pone difícil: el país está en bancarrota. Con sus 22 millones de habitantes dentro. La calma ha vuelto tras las dimisiones, pero la solución está por llegar y no es nada fácil.

Sri Lanka ha sido la primera víctima de una escalada de países que, por problemas comunes y particulares, se encuentran en verdadero riesgo. No es el único. Más del 20% de los emergentes con deuda en dólares están en esa situación de enorme precariedad. Con Sri Lanka, Senegal, Ruanda, Maldivas, Bahamas, Belice o Etiopía se acercan a la caída. Y amenaza crisis de solvencia para pagar su deuda externa en Líbano, Egipto o Pakistán. Difícilmente podrán hacerse cargo de ella si nada cambia.

Hay una cierta similitud de lo que ocurre hoy con la crisis del capitalismo en 2008 cuando el FMI tomó parte activa convirtiéndose en el prestamista al que acababan pagando los ciudadanos en muy gravosos recortes. Grecia fue la principal víctima, la sangraron a fondo. En Sri Lanka, como en otros países, queda poco que sacar. Y la gran diferencia es que el interés por convivir en paz ha desaparecido. El belicismo, como prioridad, es un factor clave y una incógnita cuál puede ser la evolución.

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