¿Sustituirán los robots a los médicos?
La irrupción de los coches autónomos en la cultura popular y en los medios de comunicación de todo el mundo está reforzando la puesta en escena de una cuestión vital. Una que había estado latente desde hace menos de un siglo, presente inicialmente en los libros de ciencia ficción gracias, sobre todo, a Asimov, pero que cada vez resulta más urgente y prioritaria plantear y contestar: ¿cuándo y hasta qué punto los robots nos reemplazarán en nuestros trabajos?
Tanto para los trabajos más manuales, de baja cualificación (chóferes, albañiles, agricultores...) como otros más complejos y de oficina (analistas financieros, periodistas o banqueros...) la respuesta a esta pregunta resulta muy poco prometedora para los humanos: muy pronto y puede que usted sea totalmente innecesario para el trabajo que hace ahora mismo. Sin embargo, es mucho menos frecuente encontrar esta pregunta aplicada a los médicos, no sólo por la complejidad e incertidumbre que conlleva su trabajo sino también por su lado humano, esencial en la comunicación y trato con las personas. Aun así, ¿puede ser la robótica una “amenaza” también para los médicos?
Dentro del ámbito sanitario, ya podemos encontrar robots haciendo tareas básicas como transportar a pacientes, recordar la toma de medicamentos o citas con el médico, o hacer un registro de los signos vitales. Pero ¿qué ocurre con tareas más complejas y decisivas como diagnosticar, pautar fármacos o realizar operaciones quirúrgicas? En estas áreas los robots llevan ya tiempo haciendo acto de presencia aunque, por el momento, no como sustitutos sino como potentes aliados del médico que, con su ayuda, son capaces de superar sus limitaciones humanas. Así pues, el futuro cercano dista de ser una lucha de médicos versus robots: se trata de un futuro en el que médicos y robots trabajan juntos y se complementan.
Un ejemplo paradigmático de este caso es el robot quirúrgico Da Vinci. Gracias a éste, un cirujano puede realizar cirugías mínimamente invasivas con mucha mayor precisión, lo que disminuye los riesgos de la operación y el tiempo necesario para la recuperación del paciente. También tenemos a R2D2, un robot que ha demostrado que es posible realizar cirugías oculares tan precisas como retirar una membrana de una milésima de milímetro de la retina de un ojo o administrar virus para terapia génica en el interior del globo ocular. Se tratan de cirugías que no serían posibles si sólo las realizaran humanos.
Aunque los robots quirúrgicos son la avanzadilla robótica que más se está “infiltrando” en la medicina; éstos, en forma de inteligencia artificial (IA), llevan también bastante tiempo desarrollándose para ayudar al médico a realizar diagnósticos más certeros. derribando, de nuevo, las limitaciones humanas, que son muchísimas. De hecho, se estima que alrededor del 15% de los diagnósticos realizados por médicos son erróneos.
Teniendo en cuenta esa cifra, los robots no necesitan ser perfectos para diagnosticar o recetar tratamientos, simplemente necesitan ser mejores que los humanos, lo cual no parece un gran reto para las IA: pueden memorizar de forma impecable miles de enfermedades e historias clínicas con todos sus detalles, incluyendo las dolencias más raras (que son las más difíciles de diagnosticar, precisamente por ello) y pueden actualizarse a partir de las publicaciones científicas médicas constantemente (es literalmente imposible que un médico pueda estar al día de todo lo que se publica a lo largo del año). Aun así, también hay que considerar que tienen sus limitaciones: carecen de esa cosa abstracta y difusa llamada intuición y pueden tener muchos problemas a la hora de distinguir lo que es un dato fiable de lo que es simplemente ruido.
Así pues, la tendencia actual es que las IAs separen el grano de la paja (analizando datos rápidamente), aportando al médico una lista de diagnósticos más probables para que él decida el diagnóstico final. De esta forma, el diagnóstico no sólo sería más preciso, sino también más rápido, incrementando la calidad de la atención sanitaria al tiempo que se reduce el coste. Aunque algunos gurús afirmen que los robots convertirán en inútiles a especialistas médicos como los radiólogos, lo cierto es que los hechos indican que sencillamente serán más eficientes y fiables, de la misma forma que los pilotos automáticos en los aviones no han convertido en inútiles a los pilotos.
Probablemente el ejemplo más llamativo entre las IAS que se están perfeccionando como apoyo al diagnóstico y tratamiento médico sea IBM Watson Health. Entre sus logros: elegir el mismo tratamiento que el 99% de médicos tras analizar casos de pacientes con cáncer, además de encontrar opciones terapéuticas que los doctores no tuvieron en cuenta en el 30% de los casos. También han sido muy publicitados ciertos casos de éxito: El año pasado esta IA diagnosticó correctamente a una mujer japonesa que sufría leucemia en 10 minutos, mientras los médicos de la Universidad de Tokio no acertaron durante los meses previos.
Ahora bien, todos los logros de los robots citados antes sólo tienen lugar en el lado científico y tecnológico de la medicina. También hay que tener en cuenta que ésta es también un arte y tiene un importante lado humano esencial para la interacción entre personas. Los pacientes no sólo acuden al médico para ser tratados, sino también para ser cuidados y recibir empatía. En definitiva, sentir humanidad. ¿Se imaginan recibir un frío diagnóstico de cáncer terminal por una IA sin el más mínimo tacto? Para muchos, eso resultaría traumático; pero, quizás, otros podrían plantearse el falso dilema del televisivo Doctor House “¿Preferiría un médico que le coja la mano mientras se muere o a un robot que le ignore mientras mejora?” . Pudiendo elegir, y vistos los logros de la unión de médicos y robots, parece que lo mejor para todos sería que el doctor escuchara al robot mientras nos da la mano y mejoramos.