Trump, Kamala Harris, las trampas y el mundo en las urnas de EEUU
La sociedad mundial tiene una cita el martes 5 de noviembre con un seísmo de enormes proporciones que llega a fecha fija. Su epicentro se encuentra en Estados Unidos y la onda expansiva será de largo alcance y profundidad, mayor o menor según sea el resultado de las elecciones presidenciales norteamericanas que se celebran ese día. Un gran número de variables se verán afectadas. En menor medida si gana la demócrata Kamala Harris que si lo hace Donald Trump. En principio, habrá de verse a tenor de la experiencia la reacción de Trump en el caso de perder. Se aguarda con expectación ese desenlace porque son cuestiones trascendentales las que dependen de la persona que ocupe la Casa Blanca durante los próximos cuatro años.
Los grandes tramposos del planeta están ya volcados en las elecciones de noviembre y más lo harán conforme avance el apenas un mes que falta para la convocatoria. Tienen a millones de personas convencidas a su favor de antemano. No se explicaría de otro modo el alto apoyo que mantiene el expresidente republicano pese a estar condenado por varios delitos y, sobre todo, haber instigado el asalto al Capitolio, símbolo de la democracia norteamericana que tanto solían valorar. Es inaudito que Trump pueda presentarse y no es imposible que, pese a todo, gane.
Las encuestas en este momento dan un triunfo muy ajustado de Kamala Harris, nada decidido aún. Los seguidores del Partido Demócrata, millones de norteamericanos con derecho a voto, saben lo que implicaría un triunfo de Trump. Es la principal baza de Harris. Ha hecho una buena campaña que la saca con nota del ostracismo de su vicepresidencia, pero lo principal es que se trata de elegir entre el continuismo con los Estados Unidos que conocemos -para bien y para mal- y el cataclismo que se propone sin ocultarse Trump. No tendrán que votar más, llegó a decir. Lo que ha tenido diversas interpretaciones, pero no deja lugar a grandes dudas.
No se descartan ni sospechosos supuestos atentados, ni nada que pueda influir en los votantes. Un elemento trascendental concurre también: el potencial casi ilimitado ya de la trampa, capaz de simular con realismo lo que sea preciso a través de la Inteligencia Artificial, entre otros métodos. Ya hubo influencias espurias en elecciones anteriores por medio del uso de datos recopilados de cuantos facilitamos alegremente cada día los usuarios por todas las redes y plataformas. Ahora se ha avanzado exponencialmente y lleva camino de extenderse mucho más. Si ponen a un zote convencido frente a una imagen o concepto tergiversado que parece cierto las posibilidades de que se lo trague son prácticamente del cien por cien.
En el libro colectivo Derribar los muros (Roca Editorial 2019 ) que publicamos varios autores, Pedro de Alzaga ya explicó el papel fraudulento que la empresa Cambridge Analytica, con sede en Londres, había desempeñado al procesar la información de más cincuenta millones de perfiles de Facebook para diseñar el mensaje político de Trump que le llevaría al triunfo en 2016. Diseñarlo al gusto de los deseos de los votantes. El mensaje, no el programa. Ahí está el negocio.
La IA ha irrumpido con fuerza en ese campo pero no es solo una herramienta: se está convirtiendo en un agente independiente -así lo definía el historiador Yuval Noah Harari- y peligroso. El negocio está en los datos, sí, y “en la búsqueda de este objetivo, los algoritmos de las empresas descubrieron que la forma más fácil de captar la atención humana y mantener a más gente más tiempo en la plataforma es pulsar el botón del odio, o el botón del miedo, o el botón de la ira en la mente, y difunden deliberadamente noticias falsas y teorías conspirativas que aumentan el odio, el miedo y la ira”. Esta conclusión es ya más que un clamor.
El problema principal de la IA es su cuerpo cerrado que expulsa el diálogo, aunque aparentemente haya una conversación en el ChatGPT. No da fuentes, absorbe aportaciones de otros -que por cierto no paga- y concluye en acierto, error o ambigüedad. De ahí que Harari alerte de que “ahora la inteligencia artificial podría hacer posible la creación de regímenes de vigilancia total que aniquilarían la privacidad. En un país de IA, no se necesitan agentes humanos para seguir a todos los humanos”, dice.
Open Ai, la creadora precisamente del ChatGPT, que aparece a finales de 2022 como una auténtica revolución, nació como una Asociación sin ánimo de lucro “por el bien de la Humanidad”. Pero Microsoft ya ha metido en ella 10.000 millones de dólares porque quiere liderar ese mercado. De hecho han salido más versiones, hasta en China, naturalmente. Apple, Google o Meta luchan por su hegemonía también con tal bagaje en su apuesta que no todas ellas quedarán en pie, aseguran los expertos. Intereses inmensos se están moviendo. Noticia de hoy mismo: Zuckerberg, Altman y Musk se sacuden los pocos controles a los que se somete a los magnates tecnológicos. “Los emperadores de Silicon Valley ya no quieren pedir permiso ni perdón”, titula El País. Un poder casi omnímodo al que le están saliendo respuestas. En Brasil, donde Elon Musk ha tenido que ceder, o en la UE, donde la vicepresidenta española Teresa Ribera tiene mucho que decir.
Con un gran tirón que promete pero aún no da con certeza de momento, la principal rentabilidad de la IA ahora está en su potencial eficacia para manipular si es el caso. En convertirse en ayuda indispensable de gobernantes poco escrupulosos, si es el caso. Y de este modo consolidar su negocio. En mutua colaboración.
Fijémonos en el caso del antiguo Twitter. No es una IA, sino una Red, pero la X de Elon Musk ya está al servicio de Donald Trump. Su dueño no lo oculta, se ha colocado como asesor del candidato y está detrás del programa de captación de votantes de Donald Trump en los estados clave para las presidenciales. Claramente trabaja en su favor con millones de usuarios como receptores. Y sus teorías de libertad ultra -ya conocemos el peculiar concepto aquí- admite desvíos de gran envergadura.
Elon Musk ha publicado un informe de transparencia de X, largamente solicitado, brindando cifras específicas de solicitudes gubernamentales de información y eliminación de contenido, y datos sobre qué contenido fue denunciado y, en algunos casos, eliminado por violar las políticas. Normalmente no elimina ni auténticas bestialidades. El anterior informe publicado, antes de la compra de Musk, abarcaba el segundo semestre de 2021 y el número de cuentas que Twitter suspendió por publicar contenido de odio fue 1.300.000 de los 11.600.000 denunciadas. Tenía 50 páginas. El de X es más corto, 15 páginas. Afirma haber recibido 224 millones de denuncias de odio y suspendido, dice X, 5,4 millones de cuentas. Los parámetros que se contemplan en ambos periodos no son iguales, como explica la información de Wired, pero da una idea sobre la transparencia del periodo actual.
Toda la ultraderecha mundial se vería alentada por un triunfo de Trump, con Harris sería el continuismo de los Demócratas. En los grandes conflictos, Trump es aliado y “socio” en la sombra de Putin y los Demócratas prefieren ir cortando las subvenciones a Zelensky. En el núcleo principal para ellos, Israel/Palestina/Líbano y lo que venga, Trump -cargado de bulos en campaña- dice que Kamala odia a Israel, cuando con tibias palabras de condena por los miles de muertos, heridos y desplazados, ella sigue mostrando su apoyo a Netanyahu. Trump tiene una buena relación con él, comparte su falta de todo rasgo de honestidad y la ideología ultraderechista y sobre todo sabe la importancia del lobby judío en EEUU, que suele decantarse por los demócratas.
El presidente israelí fuerza la máquina al máximo estos días, atacando también Líbano y tentando a todo el polvorín de la zona. Esas víctimas destrozadas que nos desgarran a las personas y las que vendrán no saben que sus destinos están marcados de alguna manera desde los Estados Unidos de América, en el voto de millones de personas influidas por quienes pugnan por obtener múltiples intereses por todo tipo de medios. Lo mismo que el conflicto que se libra bien cerca de nosotros en la guerra de Ucrania. Por poco que varíe su destino, no será igual, ni el de millones de personas en todo el mundo.
Y… muy atentos: no crean en todo lo que ven.
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