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Opinión - La violencia. Por Rosa María Artal

La violencia

Personas mirando el móvil

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Esta madrugada, durante un desvelo, me he topado en X con una carga de agresividad preocupante. La Red se ha convertido en vehículo esencial para esa violencia de raíces claramente ultraderechistas, desde luego, pero la furia se expande también por los medios, por la política y por la propia sociedad. No es buen camino. Es el previsto, el anunciado, el que hubo de pararse, no se hizo y ahí está, ¿hasta dónde va a llegar?

De momento, en Alemania, dos lander del Este, Turingia y Sajonia, han situado por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial a la ultraderecha en el primer y segundo puesto respectivamente en las elecciones del domingo. Es evidente que guardaron el germen del nazismo para estamparlo en la cara de la sociedad. Y eso que, a diferencia de España con el fascismo franquista latente, allí se ha combatido esta ideología totalitaria y genocida. No se comprende la tibieza de la democracia que ha permitido sin embargo anidar en su seno un cáncer para pudrirla concediendo que partidos de ideologías contrarias a derechos humanos fundamentales sean legales y puedan concurrir a elecciones.

El ganador, Björn Höck, líder de Alternativa para Alemania (AfD), es un Hitler en potencia, sin disimulo alguno. Ha sido multado por sus eslóganes a favor de esa ideología. Quiere expulsar a los emigrantes, incluso a los alemanes que se opongan, y no descarta la violencia para conseguirlo. Le han votado masivamente los jóvenes. Malcriados, sin conciencia social, prefieren darse un tiro en el pie y poner una soga al cuello de la sociedad que usar la cabeza.

Turingia fue clave en el ascenso de Adolf Hitler. Un oscuro austríaco, moreno, ceñudo, cabo del ejército bávaro, logró convencer a los alemanes de que eran una raza superior a preservar en su pureza por cualquier método. Este 1 de septiembre se cumplían precisamente 85 años de la invasión de Polonia, que desencadenó la Segunda Guerra Mundial.

La inmigración se convierte también en arma de la derecha y ultraderecha españolas contra el Gobierno, que tampoco es un adalid de las puertas abiertas. Con éxito, no solo se considera ya el cuarto problema para los españoles, como citábamos recientemente, sino que sus tópicos y bulos se propagan por la sociedad proclive. A unos niveles alucinantes: perfiles con miles de seguidores, voces en todas partes, aseguran que todos los emigrantes llevan una navaja al cinto, son violadores y ocupan sus casas. No hay peligro mayor para una sociedad que gentuza tan torva y obtusa como los racistas.

Arrecia la crispación en el curso que comienza y, conocidos sus términos, es temible hasta dónde alcanzará. La violencia, en realidad, con toda su carga de agresividad y daño. Porque violencia es el desparrame de mentiras de líderes del PP por los medios afines. Feijóo ha tenido lo suyo con Alsina en Onda Cero, Griso recibió entre algodones a Ayuso en Antena 3 y, entre otros, Marhuenda dedicó a la presidenta de Madrid una portada –con una foto inapropiada para su cargo– para hablar de los golpes que prepara Sánchez. Gratuitamente, sin pruebas, ni refutaciones.

Entretanto, se multiplican los contratos troceados del gobierno de Ayuso. Las juezas que la preservan de denuncias. Y, si no fue suficiente con los 7.261 ancianos muertos en las residencias sin asistencia médica durante la pandemia, crecen las quejas del trato de ancianos en otros centros… y los colegios y… para qué seguir: es la protegida del sistema al que beneficia y daña a los más desfavorecidos.

Y aquí paz y después gloria. Porque ni siquiera los bienpensantes de ese mismo sistema permiten a Ione Belarra, secretaria general de Podemos, quejarse de las múltiples causas que emprendió, sin base (fueron todas fallidas), el juez García Castellón contra la formación y algunos de sus miembros ahora que se jubila. Le cita como corrupto y prevaricador. Ignasi Guardans sale en su apoyo contra Belarra: “Sr García-Castellón, haría Ud. muy bien si presentara una querella criminal por esto. A ver si esta mujer entiende de una vez, aunque sea pagando una buena cantidad, en qué consiste el Estado de Derecho”. Es precisamente Belarra quien merece aprenderlo con dolor, parece ser.

La realidad de este juez es mucho menos loable. “Su labor ha sido impagable en el sentido más literal del término. No hay dinero para pagar tantos servicios al Partido Popular y además sería totalmente ilegal”, contaba Iñigo Sáenz de Ugarte en esta semblanza.

El Tribunal Supremo, por cierto, acaba de confirmar la anulación ( recién jubilado su instructor García Castellón causalmente) del caso Tsunami contra Puigdemont sobre el que no había indicios reales. Y por fin se ha desatascado el Poder Judicial, nombrando presidenta a la jueza progresista Isabel Perelló, la primera mujer que ocupará el cargo y también la presidencia del Supremo. A ver si es posible que se pueda enderezar de un vez la justicia en España.

La extensión de la violencia en nuestra sociedad es un hecho y no resulta tan fácil de entender como método de convencimiento. No es un buen negocio. Sin duda es expeditivo: el que gana, aplasta. En general provoca resentimiento y se establece una cadena de agresiones. Los grandes conflictos se basan en esto. Los pequeños, de alguna forma, también, pero es más difícil de entender. Si aporta alguna solución volcar la ira, quizás una satisfacción, pero sería en determinado tipo de personas. ¿Qué hacen esos miles o millones de personas arrojando descomunales improperios, un odio prestado en buena parte de los casos, sobre gentes que ni conocen? Mordiendo a quienes les ayudan y babeando a quienes les roban hasta la diginidad.

Esa violencia desperdigada por las redes aplaudiendo el éxito de los nazis alemanes, contra Milei y a su favor, en la obscena venta de las mentiras de la derecha española se puede eludir cerrándolas. Pero vuelven a salir por las pantallas, los kioskos, por la pura realidad. Porque esa violencia existe y genera violencia de respuesta.

Casi abrumada en ese despertar he recordado las ingenuidades perdidas en el tiempo de poetas como Rabindranat Tagore: Sé como el sándalo que perfuma el hacha que le hiere. Igual ni se nota, frente al hedor. O la del catolicismo: pon la otra mejilla para ver si se ha recuperado del bofetón anterior. Porque normalmente estas cosas repiten.

Ante esta deriva convendría solucionar los problemas de fondo. Y apagar el origen de la ira que desde algunos medios se extiende por las redes y la sociedad. Y educar, sobre todo educar, en la empatía, en la justicia, en valores. En el criterio, a ver si se aprende a elegir con cabeza.

Leo que la Penn State, la universidad pública de Pensilvania, ha  publicado un estudio en el que demuestra que el humor en la educación hace funcionar mejor la relación entre los padres y los niños, en los entornos laborales también. No sé, reírse de los propios errores, de las estupideces ajenas, sonreír en la adversidad buscando el lado bueno que seguro lo tiene, jugando a ser felices, igual. Es una idea como método. Porque por este camino vamos de cráneo.

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