Gran parte de las dificultades del mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas
La entrada de la ultraderecha iliberal de Vox en un gobierno no es buena para nadie, excepto para ellos. Y digo bien I-L-I-B-E-R-A-L, palabra en la que la letra i como prefijo alcanza un significado de negación o privación y sustituye al prefijo IM porque va antes de ele. Recalco porque he comprobado estos días que he utilizado el concepto que muchos no lo conocen y otros, a saber por qué, se saltan el prefijo y no lo leen.
Lo de Vox suscita al parecer una confusión que solo puede ser provocada por la desinformación o la ignorancia, involuntaria o interesada, según los casos. Lo de Vox no es franquismo exactamente, no. Lo de Vox no es lo mismo que lo del PP, no. Lo de Vox no es algo que solo afecte a los que “se tienen que aguantar con lo votado”. Lo de Vox no es una oportunidad de movilizar el voto de izquierda, porque si entran en un gobierno habrán saltado ya la primera vuelta y la segunda será para entrar en Moncloa.
Lo de Vox no le interesa a ningún demócrata. Lo de Vox solo les viene bien a ellos y, si me apuran, ni siquiera a sus electores, que en su mayoría no acaban de entender las consecuencias de lo que están apoyando. No es porque sean tontos, sino porque bien se guardan los ultraderechistas de no desvelar de golpe sus objetivos o al menos no todos sus objetivos. La entrada de Vox en un gobierno es el salto de una barrera que no se había dado hasta ahora. No, Vox no está gobernando ya en Madrid, Murcia o Andalucía. Solo quien no conoce o no comprende las implicaciones de estar dentro de un gobierno puede predicar tal cosa. En primer lugar, por el acceso a información y a recursos públicos que ahora mismo no tienen y, en segundo y no menos importante, porque la normalización total de Vox como “un partido igual a los demás”, que es lo que exige Abascal, es el paso decisivo para que parte del voto conservador que aún no se atreve pueda fluctuar del PP a Vox con toda naturalidad. Es lo que busca Abascal y es lo que Casado no quiere ver. Casado no entiende que su oposición a gobernar con Vox no puede ser cosmética ni táctica sino visceral y profunda, porque dar carta de naturaleza a Vox es permitir que éste intente sustituirles.
También es vana la esperanza de muchos peperos de que este órdago de Vox decaiga y de que se vean obligados a abstenerse para permitir un gobierno en solitario. Para Vox el momento de la espera ha pasado y lo están demostrando. Vox necesita ya entrar en un gobierno para demostrar que su opción cuenta. Vox ha envidado esta misma semana a la propia Ayuso identificándola con los independentistas por su ley fiscal y pretendiendo que unos sucesos de bandas latinas son un problema de inmigración. Vox ha mostrado su cara estos días diciendo en el Congreso que para ser español no basta haber nacido en España sino “algo más”, manchando con la ignominia del racismo y la pureza de sangre un parlamento democrático.
Lo de Vox no se puede ponderar con la mera referencia española de la política de titulares y de beneficio en el corto plazo. Hace falta ir a un contexto más global y de más amplio espectro y entender que eso de ser antifascista nunca se ha conseguido sin sacrificio. Es cierto que el PP de Casado es responsable del coqueteo infame de un partido conservador-liberal de gobierno con una formación que rompe los consensos mínimos de convivencia de la sociedad española. En ese coqueteo han participado también algunos medios de comunicación. Vox colisiona con los derechos fundamentales. Vox se opone a la igualdad, a los derechos fundamentales de los extranjeros y las minorías. Vox no comparte la organización territorial mayoritariamente aceptada por los españoles, y quiere entrar en un gobierno autónomo precisamente para mejor poder destruir la España de las autonomías. Vox es antieuropeísta, dado que Europa es el único freno para la voracidad anti liberal de estas formaciones. Vox quiere apagar las voces, siguiendo la estela de los partidos iliberales europeos cuya denominación, curiosamente, siempre utiliza conceptos que están decididos a socavar.
No es posible ni para el Partido Popular ni para el resto de los partidos consentir que Vox entre en un gobierno, en el que sea. A Casado ya se lo habrán recordado sus aliados europeos. Es necesario que asuma que ha sido la política de brandmauer (cortafuegos) la que ha conseguido que Alternativa por Alemania pierda más de un millón de votos en cuatro años. Poca gente vota impenitentemente a una opción que saben que nunca podrá llegar al poder. Hacen falta luces largas para alumbrar este problema. A veces, incluso, bastaría con tener luces, de la longitud que fueran.
Luego está el reparto de culpas, que puede hacerse aunque a estas alturas ya no es decisivo. ¡Claro que Casado tiene culpa por hacer un discurso incendiario contra Vox un día e intentar aproximarse en su discurso al siguiente! Ha sido una maldad más que una torpeza pero todo país democrático necesita un partido conservador democráticamente homologado y, por eso, necesitamos que el PP no abandone su lugar ni tire la toalla. Una mezquindad tremenda, y un error garrafal y una traición antipatriótica, ha sido intentar equiparar la situación española del gobierno de coalición con los gobiernos iliberales de los amigos de Abascal en Europa. Pretender que la democracia española tiene algún problema semejante, ni de lejos, a los de Hungría y Polonia es ser un mendaz a la par de un temerario. Esos pecados los ha cometido Casado y los miembros sensatos de su partido, y los medios de comunicación afines se lo han jaleado.
Tampoco ha ayudado que asociaciones de jueces y fiscales hayan osado llevar a cabo ese mismo engaño. Comparar las violaciones del Estado de Derecho en Polonia o en Hungría con las disfunciones solucionables de España es pecado de lesa honestidad. En Polonia, señores, Morawiecki, ese señor al que invitó el otro día Abascal, ha enviado a su casa a todos los jueces mayores de 65 años, es decir, a todas las cúpulas que se le podían resistir. Prueben a extrapolar eso a España, señores magistrados, y verán que al menos los 200 primeros del escalafón y casi todos los grandes tribunales caerían. A la par ha cambiado los sistemas de designación de jueces y el régimen disciplinario de estos, que se aplica en una sala del Supremo creada expresamente para ello. En Polonia el gobierno cambia de destino obligatoriamente a jueces para impedir que diriman sobre asuntos que no le interesan y, además, se niegan a aceptar la primacía del derecho comunitario sobre éste que están dictando ellos. Díganme si el modelo de Abascal, que es Polonia más que Hungría, sobre todo por el componente ultracatólico que también comparten, es en algo parecido al español. Para comprender qué supone que los de Vox entren en un gobierno hay que entender que hay una pauta que ya se ha implantado en una parte de Europa y que se ha extendido manteniendo en inicio la “apariencia democrática”. En Hungría hay más partidos que nunca pero que se sigan celebrando elecciones no es sinónimo de una democracia real.
Casado es un gran pecador y ha jugado con fuego pero el peligro de incendio no es solo para él o para sus votantes -como ingenua y peligrosamente quieren hacer ver algunos- el peligro de que nuestras vidas tal y como las entendemos salgan en llamas es para todos. Por eso la izquierda está llamada a ser coherente con sus convicciones y principios. ¿Que ellos no lo hacen? Tal vez por eso clamen tanto contra la “superioridad moral de la izquierda” porque, sí, es superior moralmente sacrificar los intereses inminentes por un bien mayor y común.
Vox no puede entrar en un Gobierno. En eso consiste ahora el “No pasarán”.