Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
¿Qué esperar de las aplicaciones de rastreo de contagios?
Para que la aplicación de rastreo que prepara el Gobierno sea efectiva, tiene que proporcionar información clara, ser fácil de usar y aportar algún valor a los usuarios
La respuesta rápida es que han sido poco útiles en otros países que las han probado con anterioridad. La respuesta un poco más elaborada, de la que me ocuparé en esta entrada, es que, también como en otras experiencias, se está poniendo todo el foco en el problema tecnológico y apenas se está trabajando sobre el problema fundamental para el éxito de estas tecnologías: que sean adoptadas por un número suficiente de usuarios. Lo bueno es que empezamos a tener evidencia de otros países que podría dar pistas al Ministerio de Economía, que anunció hace algunos días que realizaría un piloto de la nueva aplicación española en Canarias.
Cuando hablamos de experiencias anteriores, hay dos países que destacan: Islandia y Australia. El caso islandés es interesante, y potencialmente informativo para el piloto canario, porque se llevó a cabo en una isla con una población relativamente pequeña (364.000 personas) y homogénea. Aunque ha sido considerado como el caso de más éxito, menos del 40% de islandeses usan la aplicación. El caso australiano también es interesante porque proporciona datos diarios de descargas de la aplicación, lo que nos permite entender mejor los patrones de difusión de esta tecnología.
Lo primero que se observa en el caso australiano (figura 1) es que se produjo una adopción muy rápida al principio, pero después ésta se frenó en seco. En concreto, en tres días se alcanzaron los tres millones de descargas, pero hizo falta un mes entero para aumentar otros tres millones. Curiosamente, hay 16,4 millones de adultos con smartphone en Australia, lo que significa que la adopción actual de la aplicación estaría por debajo del 40%; un porcentaje casi idéntico al caso islandés. En los dos casos, las autoridades públicas reconocen que, aunque tienen cierta utilidad, estas aplicaciones no han cubierto las expectativas depositadas en ellas por no alcanzar un mayor nivel de adopción entre la población. Hay que tener en cuenta que, incluso en estos casos exitosos, el hecho de que casi cuatro de cada diez usuarios descargue la aplicación no quiere decir que ése sea el porcentaje de uso de la misma. En realidad, los mayores problemas para los gobiernos que las lanzan vienen después de la descarga, ya que para que sean efectivas los usuarios deben mantenerlas activas. Pero, ¿por qué es tan difícil la extensión de una tecnología tan prometedora?
Figura 1: Evolución de las descargas de app de rastreo en Australia
La aplicación de rastreo es un ejemplo claro de “juego de bien público con umbral”. La aplicación, como las vacunas, las mascarillas o el distanciamiento físico, es un bien público en tanto que su adopción individual beneficia al resto de la sociedad. Descargar la aplicación, como llevar mascarilla, es algo costoso desde un punto de vista individual, pero contribuye a la disminución del contagio, lo que supone una ganancia colectiva. Y es esta tensión entre los costes individuales de un comportamiento y los beneficios colectivos lo que explica que muchos bienes públicos que consideramos esenciales (reducir las emisiones contaminantes) cueste tanto alcanzarlos. Pero la aplicación, como hemos visto más arriba, es un tipo de bien público especial, “con umbral”, en el que el beneficio del bien solo se obtiene si un número mínimo de personas contribuyen al mismo (se descarga la aplicación y la usa). Esto hace que conseguir este bien público sea incluso más difícil. Pero, ¿por qué las personas no contribuimos a los bienes públicos? Y, ¿qué pueden hacer los gobiernos para incrementar la contribución a los mismos?
La insuficiente contribución a bienes públicos es el problema que más han estudiado economistas y otros científicos sociales experimentales, tanto en el laboratorio como en situaciones de interacción cotidiana. Los miles de estudios realizados pueden resumirse en esta famosa figura del artículo de Ernst Fehr y Simon Gächter sobre contribución a bienes públicos (figura 2). En el eje vertical vemos el porcentaje de contribución al bien público y en la parte inferior el paso del tiempo. Si nos fijamos en los diez primeros períodos (puntos blancos), podemos observar algo muy similar al proceso de adopción de la aplicación australiana. Al principio la contribución es relativamente alta, muchos contribuyen al bien público (se descargan la aplicación) por curiosidad, porque creen que es lo que hay que hacer o por otros motivos. Pero conforme pasa el tiempo, la contribución decae con fuerza. Ya no nos pica tanto la curiosidad, observamos que otras personas no la usan o creemos que no nos sirve para nada. ¿Cómo puede revertirse esta tendencia negativa? Una forma simple, como nos contaba José A. Noguera aquí hace poco, es mediante sanciones. Como vemos en la segunda parte del gráfico, cuando introducimos sanciones todo el mundo acaba cooperando. Esta sería la dinámica que está ocurriendo con las mascarillas: al hacerlas obligatorias y sancionar su no uso, acaban utilizándose de forma masiva.
Figura 2: El problema de la contribución a bienes públicos
El problema con las aplicaciones es que no podemos obligar a que se usen. India ha experimentado con esa posibilidad, obligando a los trabajadores a usar la aplicación, y ha recibido numerosas críticas por ello. Por tanto, nos encontramos ante el complicado problema de la contribución voluntaria a un bien público. Un bien público que, además, necesita un mínimo de contribuciones (umbral) para ser efectivo. Descartadas las sanciones, ¿qué podemos hacer? Hay tres estrategias en las que el ministerio debería estar trabajando: información, facilidad en el uso e incentivos individuales. El lanzamiento de la aplicación tiene que venir precedido de una campaña publicitaria masiva, como la de los estrenos de Hollywood o el comienzo de La Liga de fútbol. Es necesario generar un efecto como el australiano, donde en pocos días millones de personas la hayan descargado. Esto es fundamental porque el patrón de difusión de una tecnología como ésta tiene forma de S, como se ve en la figura 3. Es decir, tiene un “problema de inicio”, hasta que un número suficiente de personas se une a la tecnología. Una vez que esto ocurre, la contribución o adopción es muy rápida, hasta que llega a un punto donde se estabiliza. Por tanto, la campaña de información masiva debe solucionar el problema de inicio. Pero esto no es suficiente.
Para que la aplicación no sea flor de un día, el ministerio tendrá que trabajar sobre los costes individuales de usarla, fundamentalmente a través de un diseño sencillo, y sobre los beneficios individuales de utilizarla. Este último punto es donde más están fallando los países más avanzados en el uso de las aplicaciones de rastreo. Por ello, voy a terminar con dos propuestas acerca de qué incentivos podrían utilizarse para que la mayoría de personas utilicen la aplicación. La primera la propuso el premio Nobel Richard Thaler en el debate en torno al caso australiano. Se trataría de que todo el que se descargara/usara la aplicación entrara en una lotería para recibir un premio. Ese premio sería financiado por las multas impuestas a aquellos que se saltan comportamientos de prevención de la COVID-19. Puede parecer algo extraño, pero la ciudad de Estocolmo ha puesto en marcha una lotería muy parecida para aquellos que no se saltan los límites de velocidad. En mi opinión, el ruido mediático que generaría una campaña como ésta podría incrementar los millones de descargas de la aplicación de forma significativa.
Pero si el ministerio considera una estrategia experimental como la anterior algo muy arriesgado en este clima de polarización política extrema, me atrevo a sugerir otra idea mucho más conservadora. Se trataría de combinar dos aplicaciones en una. Por una parte, una aplicación donde se explique la “nueva normalidad” de forma simple y atractiva, vamos, que traduzca el BOE de forma que incluso a los niños les resulte interesante. En esa misma aplicación informativa y gratuita, se integraría la de rastreo de casos. Se trata de “crear valor” para el usuario de la aplicación, es decir, ofrecerle un incentivo individual, en este caso en forma de información y entretenimiento, para que adopte un comportamiento beneficioso desde el punto de vista colectivo.
Todo lo contado en esta entrada respecto a las aplicaciones de rastreo puede extenderse a otro tipo de medidas no coercitivas que van a ser necesarias en los próximos meses y años. Los gobiernos deberían invertir en herramientas que consigan un seguimiento masivo de las recomendaciones de salud pública sin recurrir continuamente a las leyes y sanciones. Nos va la vida en ello.
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