Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
Nuestro sistema electoral penaliza a las formaciones con pocos votos y muy distribuidos por el territorio. El pasado 20-D, Izquierda Unida vio cómo el 80% de sus votos (734.000, los obtenidos fuera de Madrid), se quedaron sin lograr un solo escaño. De haberse sumado los votos de IU a la candidatura ideológicamente afín de Podemos, esta hipotética lista conjunta hubiese logrado 14 diputados más de los obtenidos por las dos candidaturas por separado. Pero es evidente que este es un análisis insuficiente para conocer cuáles son las previsibles consecuencias en términos de representación de una coalición electoral: la gente no vota igual cuando dos partidos van juntos que cuando van por separado.
Así, por un lado, habrá votantes de uno y otro partido que, movidos por el rechazo que les genera el nuevo aliado, decidirán dejar de votarlo. Por otro, no es descartable que haya también quien se sienta tentado de votar a la nueva coalición, aun sin votar a ninguno de sus miembros cuando presentan listas diferenciadas. Aunque este segundo efecto parezca a primera vista menos evidente, no conviene desdeñarlo: sin él, sería por ejemplo muy difícil de explicar el éxito de algunas confluencias en las elecciones municipales de hace un año.
En el caso de la lista conjunta entre Podemos e IU, ¿cuánto pesará cada uno de estos factores? Y más importante, ¿cómo se comparan estos efectos con los del premio “mecánico” que el sistema electoral otorga a las listas que concentran votos? Lo que propongo a continuación es sólo una especulación, aunque informada a partir de datos de encuesta. Usaré el barómetro de enero, el último para el cual están disponibles los microdatos, y la previsión electoral del recién publicado barómetro de abril.
Un primer indicador del posible coste en términos de votos de presentar una lista conjunta viene dado por la falta de afinidad entre los electorados de los dos partidos. Para cada partido, el CIS pregunta la posición del entrevistado en una escala 0-10 en la que 0 significa “no lo votaría nunca” y 10 “lo votaría siempre”. ¿Son los más propensos a votar a Podemos propensos también a votar a IU? El gráfico muestra la correlación entre las propensiones a votar entre todas la combinaciones de partidos. Las correlaciones pueden tomar valor entre -1 y 1. Valores positivos indican que cuanto más alta es la propensión a votar a un partido, mayor es también la propensión a votar al otro (hay, por así decirlo, “afinidad” entre los electorados). Valores negativos indican lo contrario: cuanto más favorable alguien es a un partido, menos lo es al otro. La magnitud de la correlación indica la intensidad de esta relación entre las propensiones a votar.
Gráfico 1. Afinidad entre electorados (correlaciones entre propensiones de voto a diferentes partidos)
Fuente: Barómetro Enero 2016, CIS.
Es evidente que existe una fuerte afinidad entre electorados de Podemos e Izquierda Unida. Los siguientes electores más afines según este indicador son los del Partido Popular y Ciudadanos, pero la correlación es en este caso significativamente más débil.
Pasemos a analizar el riesgo de posibles “deserciones” en los dos partidos como consecuencia de la lista conjunta. Es posible hacer una estimación, indiscutiblemente imperfecta, a partir de las respuestas a las preguntas de propensión de votar. Llamaré “potenciales desertores” a aquellos que, declarando intención de votar a Podemos y IU (aclaro: uso voto más simpatía, para aumentar el tamaño muestral), no son absolutamente fieles a su partido (es decir, no responden con un “lo votaré siempre” en la pregunta de propensión a votar) y además contestan con un “no lo votaré nunca” a la pregunta sobre la propensión de votar al otro partido de la coalición. Según este método, alrededor de un 20% de aquellos que declaran intención de voto hacia Podemos o IU son potenciales desertores de la coalición electoral. No es una cifra pequeña, aunque es probable que este método exagere el tamaño del grupo, toda vez que los encuestados que declaran rechazar al otro partido en la encuesta lo hacen bajo el supuesto de que está compitiendo contra el suyo. (Esta encuesta de Metroscopia, en la que sólo un 12% de los votantes de IU y un 3% de los de Podemos declaran que seguro que no votarían a una hipotética coalición, apunta en esa dirección).
Más difícil aún es estimar cuántos votantes procedentes de otros partidos o de la abstención podría atraer la coalición. Sobre todo, porque la tentación de votar a la coalición variará en función de las expectativas: si las encuestas apuntan a un posible “sorpasso” del PSOE, es posible que haya más votantes de izquierda que se planteen agrupar su voto en torno a esta candidatura. Una posible forma indirecta de medir la magnitud de la bolsa de votantes para las cuales la coalición podría ser atractiva el 26-J es la proporción de encuestados que, sin declarar intención de votar a Podemos o IU, le dan un 5 o más a ambos partidos en la pregunta de escala 0-10 de propensión de voto. Son, en el conjunto de la muestra, un 25% más de los clasificados como “potenciales desertores” de acuerdo con el método anterior. Insisto en que esta cifra no se puede leer como la de futuros votantes de la coalición, sino más bien como la del grupo de electores que podrían pensar en votarla. Lo que indica este ejercicio especulativo es que no podemos estar seguros de que las pérdidas en términos de votos vayan a ser necesariamente muy superiores a las ganancias. Esto es importante, porque nuestro sistema electoral hace que para que la coalición no sea rentable en términos de representantes, las primeras tienen que ser extraordinariamente superiores a las segundas.
Para verlo, he realizado el siguiente ejercicio: tomo como punto de partida el porcentaje de voto estimado por el recién publicado barómetro de abril, y, suponiendo que los cambios de las candidaturas son uniformes en todos los distritos, calculo el número de escaños de Podemos e IU en caso de ir separados y, en caso de ir unidos, en función de cuántos “desertores” dejan de votar a la coalición (del 0 al 20%), y en función de cuántos votos atrae por cada voto que pierde (1 a 1, 1 por cada 2, o 1 por cada 10). Los resultados se presentan en el siguiente gráfico. Los escenarios más “optimistas” para la coalición (aquellos en los que la lista conjunta atrae más votantes de los que pierde), aunque no son necesariamente descartables, no están representados.
Gráfico 2. Simulación de escaños para Podemos e IU en caso de presentar lista conjunta, bajo diferentes escenarios, a partir de la estimación de voto del Barómetro de Abril de 2016 del CIS.
De acuerdo con los datos del barómetro de Abril y mi simulación, en caso de ir separados, Podemos e IU obtendrían 64 escaños (56 serían de Podemos y las confluencias, y 8 de IU). En caso de ir juntos y no perder un solo voto, Podemos e IU tendrían según mi simulación 81 escaños, 17 más. ¿Pero qué ocurre si la coalición hace perder votantes? Lo que muestran las simulaciones reflejadas en el gráfico es que para que el resultado de la coalición empeore el resultado de las listas separadas las pérdidas han de ser muy grandes (en torno a un 20% del electorado conjunto de los dos partidos), y que no sean apenas compensadas por la entrada de nuevos votantes.
En conjunto, mi lectura es que una coalición entre Podemos e IU hará seguramente que algunos votantes de estos partidos dejen de votarles. Pero como no serán necesariamente muchos, como es previsible que sean parcialmente compensados por la llegada de nuevos votantes, y sobre todo, como el sistema electoral otorga enorme beneficios a la concentración del voto, la coalición entre Podemos e IU es seguramente una buena idea para maximizar la representación conjunta de estas dos formaciones.
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