“Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán”.
Esta fue la promesa estrella que José Luis Rodríguez Zapatero se reservó para el mitin de clausura de la campaña electoral del PSC de las autonómicas catalanas de 2003. Con el fin de dar último impulso a la candidatura de Pascual Maragall, Zapatero se animó a extender un cheque en blanco a los socialistas catalanes para que pudieran reformar a su antojo el modelo territorial de nuestro país.
Puede que Zapatero creyera que la lealtad de partido se impondría y que Maragall acabaría planteando un Estatuto dócil y asumible para el conjunto del PSOE. O puede que simplemente se tratara de un farol, de una promesa tan atractiva para una mayoría de catalanes como poco costosa para quien la ofrecía, pues entonces el CIS situaba al PSOE a casi ocho puntos por detrás del PP. Las promesas parecían asumibles cuando lo que se esperaba era que el responsable de negociar con Maragall fuera Rajoy, y no Zapatero.
Al margen de cuál fuese el motivo original, es probable que la decisión de Zapatero de abrir una reforma territorial sin tener un proyecto claro y con el compromiso de refrendar ciegamente lo que saliera del parlamento catalán diera inicio a la profunda crisis territorial de nuestro país. Una crisis que acabó por pasar factura al PSOE. La desorientación de los socialistas en torno al modelo territorial abrió una ventana de oportunidad para que pudieran irrumpir partidos de corte anti-nacionalista (o nacionalista español, según gusto del consumidor) como UPyD o Ciutadans. Ambas formaciones, junto con la ayuda del PP, consiguieron utilizar de forma eficaz la cuestión nacional para abrir una grieta en las bases electorales del PSOE.
Fue durante la primera legislatura de Zapatero (2004-2008), cuando el PSOE empezó a perder la batalla en la dimensión territorial. Los socialistas, desorientados y sin una idea clara de cómo organizar la España de las autonomías, se dieron cuenta de que enfrentarse al PP o a UPyD en esa materia se traducía en un desgaste electoral. Debido a ello, el PSOE renunció a dar la batalla, y asumió o al menos renunció a enfrentarse abiertamente a los postulados de sus rivales políticos.
El PSOE quedó fuera de juego, sin capacidad de liderazgo en materia territorial, justo en un contexto en la que el “problema catalán” crecía año tras año. Sin embargo, con la ruptura del bipartidismo, llegó Podemos. Y con esta nueva formación, la izquierda (o mejor dicho una parte de ella) decidió dejar de ir a remolque y volver a tomar las riendas del debate territorial.
Cuando Podemos irrumpió en el escenario político, los españoles de izquierdas en la mayoría del territorio eran más partidarios de una recentralización del Estado que de dotar a las comunidades autónomas de mayor autogobierno. Podemos se encontraba, pues, con una izquierda, a priori, poco simpatizante con propuestas de mayor descentralización. Sin embargo, aún con el considerable riesgo electoral que implicaba, Podemos decidió defender la necesidad de realizar un referéndum de independencia de Cataluña.
El tiempo ha demostrado que Podemos ha sido capaz de revertir esta situación inicialmente hostil, y ha conseguido arrastrar a sus simpatizantes hacia sus posiciones. Según la encuesta de GESOP para El Periódico publicada en febrero, tres de cada cuatro votantes de Podemos (excluyendo Cataluña) estaría dispuesto a aceptar la celebración de un referéndum como vía de resolución del “problema catalán”. La inmensa mayoría del electorado de Podemos es hoy favorable al referéndum. De hecho, actualmente ya existe un porcentaje similar de partidarios (49%) como de detractores (47%) del referéndum de independencia entre los españoles de izquierdas que no viven en Cataluña.
El gráfico de arriba muestra la probabilidad de que los votantes españoles (excluyendo Cataluña) simpaticen con el referéndum y con un posible pacto fiscal en función de su afiliación partidista. En el caso del referéndum, existe un claro “efecto Podemos”. La probabilidad de simpatizar con la idea del referéndum es claramente superior entre los votantes de Podemos que entre los votantes del resto de partidos. Sin embargo, este “efecto Podemos ”se desvanece completamente si nos centramos en la posibilidad de un pacto fiscal diferenciado para Cataluña. Contrariamente a lo que ocurre con el referéndum, el hecho de votar a Podemos no lleva a considerar el pacto fiscal como una buena opción para la resolución de conflicto catalán.
¿Por qué simpatizar con Podemos está relacionado con una mayor propensión a aceptar el referéndum pero no el pacto fiscal? Es posible que esta discrepancia esté relacionada con una cuestión de percepción de costes. El referéndum puede no resultar costoso (si gana el “no”), pero una mejora de financiación para Cataluña conlleva trasladar de forma inmediata los costes de esta medida al resto de comunidades autónomas, especialmente a aquellas que hoy cuentan con un saldo positivo. Sin embargo, los datos no avalan la idea de que exista una relación clara entre entre el apoyo o no a un nuevo pacto fiscal para Cataluña entre los habitantes de una determinada comunidad autónoma, y el déficit fiscal de dicha comunidad autónoma. Si bien es cierto que el apoyo es particularmente bajo en regiones con balanzas positivas como las Castillas y Galicia, existen importantes excepciones. Por ejemplo, Andalucía, que cuenta con un superávit fiscal similar al de Castilla la Mancha, revela un apoyo a un nuevo acuerdo fiscal para Cataluña comparativamente elevado.
Una explicación alternativa puede residir en la capacidad de los partidos de liderar o convencer a la opinión pública de que cambien de preferencias y asuman como propias las propuestas políticas de los partidos. Como comentábamos en el inicio del artículo, Podemos decidió –a pesar de contar con una opinión más bien desfavorable a la descentralización- defender el uso del referéndum de independencia para resolver la crisis territorial. Sin embargo, la propuesta de un nuevo pacto fiscal para Cataluña no ha cobrado un protagonismo destacado ni el debate público ni en los planteamientos de Podemos.
En definitiva, es un error creer que los políticos deben tomar las preferencias de los ciudadanos como fijas e inalterables. La ciencia política ha demostrado en numerosas ocasiones que las élites políticas a menudo rechazan acomodarse a lo que piensa la gente y deciden enfrentarse a la opinión pública para lograr que sean los ciudadanos los que se acomoden a ellos. Los políticos no se limitan a atender las demandas que les trasladan los ciudadanos, sino que son capaces de crear, o al menos moldear, las preferencias de sus votantes.
Puede que el PSOE, tras la errática política territorial de Zapatero, perdiera su capacidad de liderar a sus votantes y arrastrarlos a sus postulados. Pero no hay nada que impida que los socialistas puedan volver a recuperar su capacidad de liderazgo en esa materia. La excepcional adhesión al referéndum catalán entre los votantes de Podemos parece una clara demostración de que la opinión pública es más moldeable de lo que a veces tendemos a pensar.
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Nota metodológica: el gráfico muestra las probabilidades predichas a partir de un modelo de regresión logísitica en el que se incluye la ubicación de los individuos en la escala ideológica y nacionalista como variables de control.