Los partidos políticos en España claramente no pasan por su mejor momento. Su desprestigio social ha llevado a que los ciudadanos los sitúen, junto a la clase política, como el tercer gran problema de España. Entre las múltiples razones que lo explica destaca la percepción de ser organizaciones controladas por una élite más preocupada por mantener su posición de poder que por impulsar el cambio social (tal y como ya describió Robert Michels hace cien años). No es sorprendente, por tanto, que nuevos partidos emerjan en el panorama electoral con la vocación de renovar la política y, entre otros objetivos, acabar con los “aparatos”. Para ello, una de las propuesta estrella son las primarias abiertas. En su versión más renovadora, estas consisten en suprimir el aparato del partido y cualquier papel que este juegue en la selección de candidatos, permitiendo que cualquier ciudadano, independientemente de su vinculación anterior con el partido y sus principios, pueda tanto presentarse como votar en ellas. Este proceso, con diferentes intensidades, ya se ha puesto en práctica con motivo de las elecciones europeas en varias organizaciones.
Que los partidos son maquinarias de movimiento lento y los “aparatos” tienden a la burocratización es cierto. Otros defectos son también de sobra conocidos por todos. Aun así, creo también necesario llamar la atención sobre algunos de los riesgos de prescindir del “aparato” y los límites de este tipo de primarias para reemplazarlo.
En primer lugar, creo que las primarias es una de esas cosas en los que “más” no necesariamente es mejor. Circunvalar a la organización de los partidos es siempre promocionado como un movimiento hacia más democracia. En cambio, albergo muchas dudas de que los procesos de primarias diseñados de esta manera sean grandes avances democráticos. Lo hemos visto en casos recientes. En la práctica, abrir completamente el partido se traduce en una elección entre decenas de candidatos para la que apenas contamos con unos párrafos de presentación y una pequeña glosa biográfica e ideológica. Una elección, en estas condiciones y con este nivel de información, no parece una cosa muy seria. Creo que si queremos fortalecer la democracia en los partidos, debemos esperar otra cosa y no una mera democratización por acumulación. Entre un partido sin primarias y unas primarias à la facebook (clique usted en “me gusta”), hay margen de mejora. Si no, se corre el riesgo de que se conviertan en un mero placebo democrático.
Existe un segundo problema. Si con este tipo de primarias abiertas lo que se pretende es evitar la primacía del aparato, nada asegura que la organización vaya a quedar sorteada. Probablemente se produce el efecto contrario. Precisamente porque son primarias por acumulación, el resultado es un sistema de elección con un fuerte componente elitista. Primero, porque aquellos candidatos que provienen de la organización siempre tienen mucha mayor capacidad (y recursos) para competir. Segundo, porque el proceso también dificulta la coordinación de los rivales. Dentro de la organización probablemente es más fácil fomentar las coaliciones entre distintas sensibilidades, grupos o intereses. Los sistemas de decisión orgánicos requieren de pactos entre los valedores de distintas ideas y entre aquellos que pueden desear un cambio en la dirección del partido. En cambio, si la organización desea imponer su candidato, una de las mejores estrategias es permitir un proceso en que decenas de candidatos se presenten contra ella. Divide y vencerás.
Un tercer argumento habitual en contra de la organización interna de los partidos es que el aparato coarta el debate interno. Sin negar esto, de nuevo nada asegura que este tipo de primarias potencien un mayor y mejor intercambio de ideas programáticas. De hecho, las primarias rara vez son ideológicas y fácilmente devienen en carismáticas. Encontrar matices entre cincuenta candidatos dentro de un mismo partido puede ser, cuanto menos, exigente con el votante. Los ciudadanos que deseen participar probablemente terminarán recurriendo a otros criterios que no necesariamente serán los programáticos. Es comprensible (pero no lo que buscábamos con las primarias).
Por último, uno de los problemas de fondo es considerar que los partidos políticos pueden proponer proyectos políticos viables prescindiendo de un “aparato”. El aparato asegura, al menos, dos cosas. Primero, facilita la coordinación entre todos los miembros del partido. Un partido es algo más que una lista para las elecciones generales. Cuando un partido compite en distintos niveles, es muy fácil que se produzcan disensiones entre candidatos sobre objetivos y programas. La existencia de una organización fuerte permite que el proyecto mantenga cohesión. En segundo lugar, el aparato facilita la continuidad del partido cuando los resultados electorales no son buenos. La existencia de una organización interna es el pegamento que consigue que el proyecto permanezca y se redefina cuando llegan las vacas flacas. Sin ella, lo lógico es que el partido se desmorone como un castillo de naipes cuando pierde (y así lo hemos visto en múltiples ocasiones en Europa).
Con todo esto, no pretendo argumentar que los partidos políticos no necesiten abrir su ventanas y renovarse. Necesitamos partidos más democráticos, y las primarias pueden ser un instrumento útil, pero depositar todas nuestras esperanzas en ellas probablemente no sea buena idea. Más aún si se hacen como un proceso sin discreción y como sustituto del aparato. Democratizar y perfeccionar nuestros partidos no es necesariamente incompatible con la existencia de una organización sólida.