Los aborígenes australianos son los pobladores originarios de dicho país. Está establecido que migraron hacia la isla/continente hace unos 65000 años y es la cultura más antigua del mundo. En el censo de 2022 se registraron 167 lenguas y dialectos distintos -algunos incomprensibles entre ellos (se estima que antes de la colonización inglesa habían 250 lenguas). Cada nación/grupo es responsable de su territorio, animales y plantas, así como de mantener el vinculo con la tierra para las generaciones venideras. La asociación con la tierra no es baladí. Por ejemplo, Brisbane, desde donde escribo, se estableció en la tierra de los Yuggera, Turrbal y Yugambeh, mientras que Sydney comprende, por lo menos, la tierra de los Gayamaygal, Gamaragal, Garigal, Darramurragal, entre otros. Cuando uno ve la televisión pública australiana, a menudo ya se informa desde qué zona están retransmitiendo.
Cuando los británicos liderados por Cook en 1770 llegan a las costas australianas declaran que es ‘Terra nullius’, que no pertenece a nadie. Esto justifica legalmente el asentamiento. Pero no deja de ser curioso, también desde una perspectiva legal: cuando Cook llega tiene instrucciones del Conde de Morton de tomar posesión de los territorios de los nativos “con su consentimiento” llegando a decir que los habitantes nativos “son sus naturales y, en el estricto sentido de la palabra, los poseedores legales de las regiones que habitan” y que “ninguna nación europea tiene el derecho a ocupar ninguna parte de su tierra, o asentarse en ella sin su consentimiento voluntario.” Como decía, el 22 de agosto de 1770 Cook declara la costa este del continente posesión británica. Australia se convierte en país en 1901 pero la ‘terra nullius’ sigue en vigor. Hasta que en 1982 Eddie Koiki Mabo, Sam Passi, David Passi, Celuia Mapo Salee y James Rice empiezan una batalla legal para reclamar la propiedad de sus tierras en la isla de Mer en el estrecho de Torres -curiosidad: se llama estrecho de Torres en honor al marino Luis Váez de Torres, que iba al mando de uno de los barcos de la expedición de Pedro Fernández de Quirós que había partido del Perú en 1605 en busca de la mítica Terra Australis Incógnita. El caso, conocido Mabo, llevó 10 años, hasta que el Tribunal Supremo (a nivel federal) dictaminó que los pobladores originarios de la isla de Mer eran los legítimos propietarios de la tierra; que la posesión que hicieron los británicos no había eliminado la propiedad de los pobladores de la isla de Mer; y que “los pobladores de Mer tenían derecho frente al mundo entero a la posesión, ocupación, uso y disfrute de las tierras de las islas”. A esta decisión le siguió Ley de Títulos Nativos de 1993 con la intención de establecer y codificar las implicaciones de la decisión del tribunal y, a la vez, establecer un régimen legislativo bajo el cual los pueblos indígenas de Australia podrían solicitar el reconocimiento de sus derechos de títulos nativos. Esto fue una mejora en el reconocimiento de los pueblos aborígenes australianos.
Pero este país tiene una relación compleja -por ser diplomático- con los indígenas. Por ejemplo, desde una perspectiva representativa y política, consiguieron el derecho a voto en mayo de 1962 y mientras que para todos los australianos el registro del votante es obligatorio, para ellos se estableció en 1983. Igualmente, solo se les incluye en el censo a partir de 1971. Alguien puede pensar que eso no es del todo importante -si es así, que piense si le gustaría no poder votar o si cuando rellena el censo no puede decir cuales son sus orígenes. Tal vez más brutal es lo siguiente: durante muchas décadas, generaciones de niños y niñas aborígenes eran extraídos por la fuerza de sus familias y educados en misiones de iglesias o dados en adopción. Había una correlación positiva entre el grado de claridad de la piel del niño y la niña aborigen y su posibilidad de ser adoptado. En 2008, el primer ministro Kevin Rudd, pidió disculpas en el parlamento a lo que se conoció como las Generaciones Robadas. Lo que sigue tampoco es agradable: la tasa de suicidios entre aborígenes australianos es el doble que la de los no indígenas. Y esta tampoco ayuda: los aborígenes representan el 4% de la población del país. En las cárceles son el 32%. En definitiva, no es controvertido asegurar que hay un problema y no creo que sea muy loco asegurar que algo hay que hacer.
Respecto a lo primero, que hay un problema, todos los actores sociales así como los partidos políticos y las administraciones están de acuerdo. Respecto a lo segundo, durante años, de hecho, se han realizado diversas políticas de toda índole para intentar reducir la brecha entre los aborígenes australianos y el resto de la población. Y sin embargo la brecha ahí sigue. En algunos casos, ha ido a peor.
En 2017, unos 250 lideres aborígenes se reunieron en Uluru, y la gran mayoría aprobó una resolución, conocida como el Uluru Statement from the Heart, en la que se llamaba para el establecimiento de una ‘Voz de las Primeras Naciones’ en la constitución australiana, así como una comisión para la verdad y para un proceso de acuerdo. Durante la última campaña electoral en 2022, el candidato laborista y actual primer ministro, Anthony Albanese, prometió un referéndum sobre, precisamente, la voz. ¿En qué consiste la voz? En establecer un organismo para que presente propuestas y sugerencias al gobierno federal en asuntos relacionados con los aborígenes. Es el parlamento quien tendría el poder para hacer las leyes en relación a los asuntos de los aborígenes así como la regulación, composición, poderes y procedimientos de dicho organismo.
El primer ministro ha cumplido su promesa y hace campaña activa por el sí. Se vota el 14 de octubre. Hasta inicios de 2023, el apoyo a la voz estaba por encima del 60%. Pero en marzo empezó a declinar y, según todas las encuestas ahora se encuentra por debajo del 50%. Mientras que los representantes laboristas y verdes están claramente a favor del referéndum -al menos en público prácticamente no se ha oído ninguna voz discordante-, los liberal-conservadores están más divididos. Sin embargo, a nivel ciudadano (que es quien vota), la diferencia partidista está marcada, pero algo menos: tan solo un 26% de los votantes conservadores votarán a favor de la voz, pero solo un 60% de los laboristas y un 72% de los verdes. También hay diferencias claras por edad. Las generaciones más jóvenes (18 a 34 años) claramente apoyan el referéndum (65%) mientras que la de los mayores de 55 lo harán un 24%.
A día de hoy, el sí tiene la victoria bastante difícil por cuatro razones. La primera es que se necesita tanto una mayoría de votos ciudadanos como de los estados. Y hay 6 estados. Esto es, se necesita que el sí gane en 4 estados, además del total de los votos. La segunda es el contexto: como en otros lugares, la situación económica de los hogares en Australia se ha deteriorado de forma evidente en los últimos meses con subidas de precio y de tipos de interés. Muchos votantes que confiaron en los laboristas -quienes hicieron campaña con el argumento del coste de la vida- pueden preguntarse sobre la necesidad del referéndum cuando se llega a fin de mes con estrecheces. Este argumento está presente en algunos medios (y no es exclusivo de Australia). Tercero, la campaña que se está realizando desde el lado del no es simple, pero resuena: ‘si no sabes, vota no’. Es un argumento absurdo, porque el procedimiento que se ha establecido es claro -si sale que sí, el parlamento entonces tiene que decidir qué hace, como organiza dicho organismo, etc. Pero esto no consiste en lo que uno piense si no en lo que la mayoría decida. Por último, de los 44 referéndums que se han realizado hasta la fecha en Australia, solo 8 se han aprobado. El anterior referéndum que se votó fue en 1999 y fue sobre el establecimiento de una república. Salió que no. Los republicanos -los hay en ambos lados del espectro ideológico- saben que su causa, casi 25 años después, sigue perdida.
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