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Carta abierta a Rocío Monasterio
Estimada Rocío,
Le escribo como madre de una niña de 3 años. Hace unos días hacía usted estas declaraciones sobre la fiesta del Orgullo LGTBI en Madrid. Hablaba sobre un “espectáculo denigrante” y “falta de civismo”, además de señalar lo terrible que era para las familias con niños y niñas ver a gente que se quiere y está de fiesta o reivindicando sus derechos.
Empezaré por explicarle lo que es un espectáculo denigrante, aunque merece calificativos más gruesos: denigrantes son los ataques continuados que sufre la comunidad LGTBI, como que un joven vaya a comprarse una hamburguesa a McDonalds y otro le increpe por su pluma con amenazas como “Te voy a hacer heterosexual a hostias” en un McDonalds de Barcelona. Denigrante es que dos madres que pasean con su hijo sean agredidas al grito de “Os mataré, bolleras de mierda”.
Más que denigrante, es doloroso, terrible, insoportable, inasumible, intolerable.
No quiero que la LGTBfobia exista en la sociedad en la que crece mi hija ni quiero que mi hija presencie atentados contra la libertad como el del vídeo, como la agresión a estas dos mujeres o como sus declaraciones, señora Monasterio. Eso sí me ofende, me hiere, me duele y eso sí es para tapar los ojos de nuestros hijos e hijas.
Quiero que Nina, mi niña, crezca rodeada de amor y yo he visto en pocos sitios tanto amor como en las manifestaciones y en las fiestas del Orgullo, donde nadie ofende a nadie, nadie insulta a nadie, nadie odia a nadie. Quiero que vea amor de todos los colores y de todas las maneras. Quiero que no le asuste ni su cuerpo ni el de nadie.
Quiero que sepa que todas las personas merecen todos los derechos y que no existe solo una manera de existir, ni de estar en el mundo, ni de amar. Quiero que respete a todo el mundo, independientemente de a quién besen, con quién se acuesten o cómo expresen su identidad.
Quiero que sea libre para experimentar, crecer, amar, disfrutar y ser útil a la sociedad. Que conozca la alegría para pelear las tristezas y en pocos sitios he visto tanta alegría como en esas manifestaciones y en esas fiestas.
Quiero que aprenda sobre solidaridad, tolerancia, lucha por los derechos de todas las personas, justicia… y hay mucho de eso en los cuerpos y las miradas de las personas que han sufrido la privación de esos derechos, aquellas que han tenido que pelear la aceptación y sobrevivir al rechazo. Puede aprender más en el desfile del Orgullo que en una clase de historia, señora.
Quiero que mi hija crezca como lo ha hecho hasta ahora: aprendiendo que el amor y el cariño no tienen nada que ver con el género, el color de la piel, la procedencia o el dinero.
Quiero que Nina no insulte, no arrincone, no denigre, no discrimine y no haga daño a nadie nunca por razón de su orientación sexual, su raza, su procedencia o su condición social, como usted lo hace.
Quiero que pelee por un mundo mejor y defienda con toda su energía a aquellas personas que necesiten su apoyo.
Quiero que si le gusta una mujer, se acueste con ella y que eso no le cueste ni los insultos ni las presiones de aquellas personas que, como usted, han hecho de la intolerancia y el odio una forma de vida.
Quiero que si mi hija siente que es un chico en algún momento de su vida pueda hacer esa transición sin que eso le traiga de la mano la exclusión social, vivir en los márgenes y hasta el suicidio.
Así que, contradiciendo absolutamente sus declaraciones, como madre de una niña pequeña le aseguro que sí, que quiero que mi hija sepa qué es el Orgullo, por qué se conmemora y por qué estamos a este lado de la trinchera: junto a cualquier persona que sufra discriminación sea por la razón que sea. Llevaría a Nina mil veces a las fiestas del Orgullo; con cremita para el sol, un gorrito, mucha agua en la mochila… Y brilli-brilli si hace falta.
Eso sí, y que no le siente mal. Nunca llevaría a mi hija a una cena familiar a su casa, que los niños aprenden lo que ven y yo no quiero que sea una intolerante.
Y es que, como le dijo Pedro Zerolo a Ana Botella: “En nuestra sociedad cabe usted pero en la vuestra nosotros no cabemos”.
Ni falta de decoro, ni falta de civismo, ni espectáculo denigrante… El amor es siempre cívico y hermoso. Lo denigrante son sus declaraciones, su LGTBfobia, su extremismo religioso y su intolerancia. Y si hubiera falta de civismo, sería la misma que en San Fermín, la verbena de la Paloma o la pradera de San Isidro y las fiestas de San Juan. Las mismas ganas de pasarlo bien, de hacer cosas bien y de portarse regular que cualquier hetero. Faltaría más. Exactamente igual de buenos, malos y regulares. El Orgullo es normalidad democrática y visibilidad para un colectivo que ha vivido demasiado tiempo en la sombra.
Mi pequeña, con 3 años, ve con absoluta normalidad que su amiguito tenga dos padres o que dos mujeres sean mamás. Mi hija sabe mucho más sobre amor, tolerancia y respeto que usted.
No se ponga triste por mis palabras. De la LGTBfobia también se sale, y hasta su racismo y su xenofobia tienen cura.
Yo le invito, desde estas líneas y formalmente, a venir el sábado conmigo a dar una vuelta por el Orgullo en Madrid. La alegría es contagiosa y el sexo no es solo para procrear, señora mía. Mire: nos bailamos una de Ladilla Rusa, otra de la Terremoto de y brindamos por Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, por Nazario y Ocaña, y por la gran Audre Lorde.
Podemos hablar de sus luchas, de los asesinatos, de los crímenes de odio que aún hoy sufren las personas LGTBI en todas las partes del mundo. Podemos hablar de la pena de muerte, de los sanatorios mentales, de la cárcel, de la huída, los insultos y el dolor. Podemos hablar del camino recorrido y del que queda por recorrer, que es mucho, y que hace que hoy siga siendo necesario que las personas LGTBI se visibilicen en las calles. Es más necesario que nunca porque, desgraciadamente, hay gente como usted, como el agresor de Barcelona y como el de McDonalds.
Un saludo
PD: Llevo yo brillantina para todas. No me llames tú que ya te llamo yo…
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