En juego el adelanto electoral y el liderazgo de la derecha: 6,5 millones de andaluces deciden algo más que su gobierno
No ha pasado ni un año y aquello parece el Pleistoceno. En las últimas elecciones autonómicas, celebradas en Cataluña el 21 de diciembre, Ciudadanos fue primera fuerza pero no pudo gobernar -ni siquiera llegó a someterse a la investidura- porque la suma de partidos independentistas hicieron a Torra presidente. El PP quedó último, por detrás de la CUP.
Este domingo la que vota es Andalucía y como entonces vuelven a ser mucho más que unos comicios regionales.
Nunca un curso político había dado para tanto. Desde el pasado diciembre ha pasado todo: cayó el Gobierno tras una sentencia que certificó décadas de financiación en negro del PP, llegó Pedro Sánchez a La Moncloa que apenas puede gobernar con 84 diputados, y Mariano Rajoy se ha convertido en un venerable jubilado de la política dedicado a su registro de la propiedad y que nada quiere saber de los líos en casa PP. Pablo Casado trata de hacerse con las riendas de su partido y de la derecha compitiendo no solo con Albert Rivera, también con su excompañero Santiago Abascal.
Seis millones y medio de andaluces eligen a su Gobierno pero los resultados de este 2-D van a condicionar mucho más. Está en juego el liderazgo de la derecha, rota hoy en tres (Partido Popular, Ciudadanos y Vox), que Pablo Casado se consolide como líder del PP, el tirón del PSOE ahora que vuelve a tener los Gobiernos de España y Madrid, y quién sabe si también el adelanto de las próximas generales fijadas en principio para 2020.
Que la legislatura está en el aire ya no es capaz de negarlo ni el propio Pedro Sánchez, que se encuentra muy lejos de poder sacar sus presupuestos y es rehén de su propia hemeroteca: exigió como líder de la oposición que Rajoy se sometiese a una moción de confianza si no era capaz de sacar sus cuentas. En las últimas semanas ha advertido que el horizonte de agotar su mandato, tal y como había dicho que haría, “se acorta” en ausencia de presupuestos.
Las declaraciones de los distintos dirigentes socialistas han sido contradictorias durante el último mes pero la mayoría asume que cualquier cábala sobre una convocatoria electoral tendrá en cuenta lo que suceda en Andalucía.
El principal socio parlamentario de Sánchez, Unidos Podemos, da la mayoría de la moción de censura por finiquitada e invita al presidente a disolver las Cortes, temeroso de que lo que le espere sea un goteo de decretos ley que reserven a Pablo Iglesias y los suyos un papel de comparsas, sin nada que vender a su electorado. De entrada, Pablo Iglesias ya ha convocado unas primarias exprés para ser proclamado candidato antes de la Navidad.
Los otros aliados del Gobierno, los partidos independentistas, siguen inmóviles: sin gestos hacia los presos no habrá apoyo a las cuentas públicas, dicen, por más que la calle se haya levantado esta semana contra el Govern y clamando por el fin de los recortes.
En el Consejo de Ministras hay partidarios -como el responsable de Fomento y secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos- de un superdomingo que tensione al partido y fuerce a ir a todos a una (alcaldes, candidatos autonómicos) en una campaña de municipales, autonómicas, europeas y generales. Otras voces socialistas preferirían convocatorias diferenciadas y no se descarta un adelanto a marzo, visto que el Ejecutivo ni siquiera ha sido capaz de sacar adelante gestos simbólicos como la exhumación de los restos de Franco, una de sus principales banderas desde la llegada al poder.
La máxima del superviviente Sánchez -“cada día que sigo en La Moncloa es un día que ganó y uno que pierden mis adversarios porque lo que realmente desgasta en la oposición”- puede tener los días contados. Durante las últimas semanas, el reloj se ha parado en las filas socialistas a la espera de lo que suceda en Andalucía, uno de sus históricos graneros de votos. La fontanería del PSOE no solo se fijará esta noche en si Susana Díaz repite como presidenta y con qué socios, escrutará los resultados provincia a provincia y medirá el efecto Sánchez que, según algunos de sus estudios demoscópicos, suma ya más en Andalucía que la líder regional. Si los números le salen a los socialistas y el PP se descalabra, que nadie descarte el adelanto de las generales.
Porque esa es la otra gran incógnita de la noche. Para la política estatal interesará -casi tanto como el Gobierno que salga de los comicios- el liderazgo de la derecha, partida en tres. Un sorpasso de Ciudadanos -que en las últimas andaluzas obtuvo nueve escaños- al Partido Popular -que sumó 33- dislocaría el tablero político por la derecha y amenaza con sumir al PP en otra crisis de consecuencias impredecibles, a las puertas de una gincana electoral. Albert Rivera e Inés Arrimadas lo saben y por eso se han volcado para apoyar -cuando no sustituir- al candidato más desconocido de los cuatro en Andalucía, Juan Marín.
Algunos dirigentes populares no solo han mostrado en privado su preocupación con la locuacidad de su nuevo líder -y del secretario general, Teodoro García Egea- sino que están en franco desacuerdo con los anuncios recentralizadores que Casado lanza por su cuenta, sin que semejante giro programático se haya sometido a votación en los órganos internos ni en ningún congreso. En plena campaña, las voces críticas -entre las que están algunos de sus rivales en las primarias- no han ido a más, pero en el partido nadie descarta que los decibelios aumenten tras un mal resultado en Andalucía, visto lo que se juegan sus principales dirigentes en los próximos meses.
El núcleo de fieles a Casado repite que el presidente el PP no se la juega en estas elecciones y da a entender que sacar un voto más que Ciudadanos sería ya una victoria pero la sobreexposición del líder del PP, tan candidato en la cobertura mediática como el propio Juanma Moreno Bonilla, amenaza con chamuscarlo si las urnas vienen mal dadas. El propio Casado ha repetido que considera las andaluzas “una primera vuelta de las generales”, una frase que ha dejado pasmados a algunos de sus compañeros de filas que tiemblan ante las encuestas.
Cómo será las cosa para que el PP haya olvidado ya aquella letanía de “la lista más votada” y “el gobierno de perdedores” que agitó contra Pedro Sánchez. Ahora no solo considera legítimo un presidente de su partido que no sea el más votado sino que se abre a votar con la extrema derecha de Vox, otra de las grandes incógnitas que debe despejar la noche electoral.
La suma de los diferentes bloques -izquierda y derecha, que aparecieron en campaña por primera vez nítidamente diferenciados después de que Ciudadanos descartase cualquier tipo de apoyo a Díaz para los siguientes cuatro años- y sobre todo, la gestión de los pactos a partir del día después darán también pistas sobre el escenario que viene en otras instituciones que también elegirán gobierno el año próximo. Para medirlo será clave el resultado de Adelante Andalucía, la coalición que lidera Teresa Rodríguez, y que pugna por superar o al menos manener los resultados por separado de Podemos (15 escaños) e IU (5) en 2015.
La configuración de un pacto entre Adelante Andalucía que suponga un giro a la izquierda en la comunidad ahondaría en la tesis de Pablo Iglesias de que Podemos tiene la llave para implementar políticas de progreso que están por escrito en los Presupuestos de 2019, incluida la subida del salario mínimo a 900 euros, a la espera de que puedan ser aprobados o, en caso de que no, sirvan como programa electoral de la izquierda para las próximas elecciones generales.
Hasta la propia Susana Díaz, que se había empeñado en organizar una campaña con “acento andaluz” frente a sus rivales que metieron en los mítines todo tipo de polémicas -desde Catalunya a Alsasua- acabó pidiendo el voto para que “Andalucía sea el dique de contención de la derecha”.
Andalucía es mucho más que la primera parada de una larga contienda electoral que se extenderá durante 2019 y que configurará los gobiernos autonómicos, municipales, la representación española en el Parlamento Europeo y quien sabe si también el Gobierno de España.