En menos de un año pasó de ser el hombre discreto al hombre para todo. Félix Bolaños (Madrid, 1975) se ha convertido en el 'apagafuegos' de un Gobierno que está en riesgo de quemarse antes de lo que esperaba. Pedro Sánchez tomó la decisión de remodelar el gabinete el pasado mes de julio con la intención de imprimir un revulsivo y que las nuevas caras se asociaran al Ejecutivo de la recuperación tras más de un año de pandemia, pero el desafío económico por la guerra en Ucrania y ahora el escándalo del espionaje que han situado a la coalición en su momento más delicado en la legislatura amenazan con truncar esos planes. Y es ahí donde emerge la figura de Bolaños, el ministro de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, que está detrás de todos los asuntos delicados con sus luces y sus sombras.
“El vicepresidente político”, como le denomina un destacado socialista hoy en la retaguardia. Y es que Bolaños heredó todas las funciones que tenía Carmen Calvo, salvo el rango de la vicepresidencia, en parte porque no tenía el peso de la cordobesa y también porque Sánchez presume ahora que no está Pablo Iglesias de que todas las vicepresidentas sean mujeres. Al titular de Presidencia le toca lidiar no solo con la coordinación de la coalición, sino también con la negociación con los grupos parlamentarios en su calidad de responsable de Relaciones con las Cortes, para lo que cuenta con un veterano fontanero como secretario de Estado: Rafael Simancas. Pero en las últimas fechas ha tenido que tomar las riendas en el tema más peliagudo al que se ha enfrentado el Gobierno: el espionaje.
Su talante le permite tener una mejor relación tanto con Unidas Podemos como con las fuerzas independentistas de la que tenía Calvo, pero durante su breve mandato ha contenido la respiración en dos votaciones de infarto: el plan de choque frente a la guerra y la reforma laboral. En esa ocasión, aunque el peso lo había llevado Yolanda Díaz en su calidad de ministra de Trabajo, tuvo que involucrarse Moncloa porque la negativa a incluir asuntos como las indemnizaciones por despido dejaba fuera a los aliados de la coalición (PNV, ERC y EH Bildu).
Bolaños activó el 'plan B' para que la norma estrella de la coalición saliera adelante por la derecha. Le sirvió la relación que había forjado con Ciudadanos en las conversaciones para sacar adelante las prórrogas del estado de alarma durante la pandemia, cuando negociaba entre bambalinas como secretario general de Presidencia. Pero Moncloa aprendió de aquella una lección tras la traición de los dos diputados de UPN, Carlos Adanero y Sergio Sayas. El líder de esa formación, Javier Esparza, había asegurado que sus dos representantes en el Congreso votarían a favor de la contrarreforma laboral en una cena con Bolaños y el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán. Aquella fue la gran primera derrota para el ministro de Presidencia, aunque la votación salió adelante gracias al error del diputado del PP Alberto Casero. En la retina estaba la negociación frustrada de la moción de censura en Murcia, que había tenido los mismos interlocutores y que desencadenó la convocatoria electoral en Madrid en la que los socialistas se hundieron. En ninguna legislatura anterior se habían acumulado tantos casos de transfuguismo.
El plan de choque contra los efectos de la guerra mantuvo en vilo al Gobierno, que llegó a temer que no saldría adelante. EH Bildu lo salvó en el último momento. Para entonces ya había estallado el escándalo del espionaje a los líderes independentistas y las sospechas se centraban en el CNI. Fue Bolaños en encargado de entablar contactos con la Generalitat para intentar templar las aguas e incluso viajó a Barcelona para reunirse con la consellera de Presidencia, Laura Vilagrà, a la que ofreció un “control interno” en el CNI, explicaciones de la directora, Paz Esteban, en la comisión de gastos reservados y una investigación del Defensor del Pueblo. Las propuestas han sido insuficientes desde el primer momento para los aliados del Gobierno.
El espionaje es un asunto que le ha tocado de lleno a Bolaños. Fue él el encargado de revelar que los móviles de Sánchez y la ministra de Defensa, Margarita Robles, habían sido infectados con el software Pegasus en una rueda de prensa convocada de urgencia por Moncloa el lunes a primera hora. Aunque también estaba presente la portavoz, Isabel Rodríguez, su papel se limitó a agradecer la presencia de los periodistas, a darles posteriormente la palabra y a introducir la intervención del titular de Presidencia: “Le voy a ceder la palabra al ministro de la Presidencia para darles cuenta de un asunto de especial relevancia que es el que ha motivado esta comparecencia”. No tardó en anunciar el espionaje a Sánchez y Robles que desató una batalla interna por la asunción de responsabilidades y en el que él y la ministra de Defensa han sido los protagonistas y se han visto obligados a reconducir la situación.
Bolaños ejerce como portavoz extraoficial de la coalición y tiene de facto atribuido el papel de confrontación con el PP. Su nivel de conocimiento duplica al de la portavoz, que tampoco lleva la voz cantante en el diálogo con la Generalitat, pese a ser la ministra de Política Territorial. Los datos del CIS revelan que los índices de conocimiento de la mayor parte de los nuevos ministros es muy bajo, pero el dato de la portavoz, que pretende ser el rostro de la coalición, es especialmente llamativo. Solo el 26,9% de los encuestados dice saber quién es frente al 52,2% que conocen a Bolaños. Por detrás de Rodríguez están, no obstante, las titulares de Educación, Pilar Alegría (22,7%); Justicia, Pilar Llop (22,1%); Transportes, Raquel Sánchez (17,7%); y Ciencia, Diana Morant (12%). También el responsable de Universidades, Joan Subirats (25,7%).
Desde el inicio de la legislatura, la derecha ha colocado a Bolaños en la diana en buena medida por ser el 'hombre fuerte' del presidente. No obstante, es también el interlocutor de los conservadores para asuntos clave, especialmente la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) que se le resiste al Gobierno desde hace más de tres años por el bloqueo del PP. Pero es un papel que no es nuevo para el ministro de Presidencia, que lleva desde el principio del mandato de Sánchez detrás de este asunto. De hecho, fue el negociador en la última intentona, que fracasó por el veto de Pablo Casado a los nombres de Victoria Rosell y el juez Ricardo de Prada, que fue uno de los redactores de la sentencia de la Gürtel que tumbó al Gobierno de Mariano Rajoy. En Moncloa confían que Alberto Núñez Feijóo cambie de rumbo.
Al frente de todas las comisiones que se constituyen en el seno del gabinete por hechos extraordinarios, como la guerra en Ucrania o la erupción del volcán de La Palma, Bolaños también es el encargado de las delicadas relaciones con otras instituciones del Estado, como la Iglesia -a la que tiene el reto de hacer pagar el IBI en esta legislatura tras haber llevado a cabo el inventario de los bienes incorrectamente inmatriculados- y la Casa Real, que acaba de aprobar un nuevo reglamento de su funcionamiento en un esfuerzo de transparencia que se queda a medias.