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Rivera se sube al caballo abandonado por Casado y los centristas lloran al verle alejarse de ellos

Albert Rivera entra en la sala de Moncloa para la rueda de prensa el martes.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Pocos días después de las elecciones del 28A, los centristas ya deambulan por la España no tan vacía al saber que han perdido al Lancelot que guiaba sus pasos y calentaba su corazón. El martes era el día en que podían haberse cumplido sus más íntimos deseos con la imagen de la reunión en Moncloa de sus dos paladines, Pedro Sánchez y Albert Rivera. La Comisión Europea, los bancos y la CEOE estaban dispuestos a poner los entremeses y unas copas de cava para la celebración, un ágape modesto, ya que sabemos que los centristas son gente de apetitos moderados en público. 

Lo que recibieron en cambio fue la constatación de algo que ya habían advertido apesadumbrados los politólogos al examinar la letra pequeña de las encuestas. No existe ningún incentivo para Rivera en la continuación de su presunto periplo centrista. Cuenta con la oportunidad de convertirse en líder de la derecha –él, que se había quedado en 32 escaños en 2016– por la llegada de antiguos votantes del PP. Sus partidarios tienen más tirria a Sánchez que a Abascal. Para Rivera, no hay color.

Ah, esos tiempos en que Rivera alardeaba de que Ciudadanos era el heredero de “los liberales de Cádiz” y de esa Constitución de 1812 aniquilada pocos años después por la España reaccionaria dirigida por la monarquía, la nobleza y la Iglesia. “Los tres grandes proyectos que gobernaron España aglutinaron a la mayoría. Suárez, González, Aznar. Giraron hacia el centro. Nosotros no tenemos que movernos, ya estamos ahí”, dijo el líder de Cs en Cádiz en febrero de 2017. Pero ahora toca moverse, y rápido.

Lo único que parece quedar de entonces es ese curioso concepto de “clase media trabajadora” en el que no se sabe si se trata de un mutante de orígenes sociales mezclados surgido de algún experimento de laboratorio o una expresión en la que 'trabajadora' hace las veces de adjetivo. La clase media que trabaja, no como otras, usted ya me entiende. 

La decepción de los moderados

Lágrimas centristas surcan los rostros de tantos que habían puesto sus esperanzas en el Rivera liberal y gaditano. Pocos sufren tanto como José Antonio Zarzalejos, que escribe en El Confidencial: “La decepción es un sentimiento pesaroso por un desengaño. Albert Rivera tiene, sobre el papel, todas las condiciones de un buen político y todos los defectos de un líder enardecido, quizá dominado por una precoz y desordenada ambición. Creo, sinceramente, que le importan los valores constitucionales y, en particular, la integridad de España, pero creo, igualmente, que ha errado en sus prioridades y en su estrategia”. 

Algunos como él creyeron ver el primer atisbo del problema con ocasión del pacto de las tres derechas en Andalucía y luego comprobaron aterrados que la cosa iba en serio con la foto de la manifestación de Colón. Rivera tuvo sólo un momento de duda. No quiso subir solo al estrado y reclamó que sus compañeros de partido le arroparan. Al día siguiente, nada de eso era un problema. 

Rivera es el político español que mejor podría utilizar la frase del discurso con el que el ultraconservador Barry Goldwater aceptó la candidatura presidencial en la convención republicana de 1964, tan aplaudida por la audiencia y que años después reciclaría el Tea Party: “El extremismo en la defensa de la libertad no es un defecto. La moderación en la búsqueda de la justicia no es una virtud”. No esperen moderación en Rivera si el destino de la patria está en peligro.

Sánchez era un “peligro público” en opinión de Ciudadanos, mientras que la extrema derecha –que si ha sido algo en España desde el siglo XIX ha sido antiliberal– se había convertido en el socio inevitable por incómodo que fuera. 

Después de reunirse con Sánchez en Moncloa, Rivera confirmó lo que ya ha dicho unas cuantas veces, pero que algunos se resisten a creer por razones que tienen que ver más con ellos mismos que con Ciudadanos. El partido no pactará con el PSOE, no se abstendrá para asegurar la reelección de Sánchez y sólo ofrece su apoyo para poner el finiquito a la autonomía catalana a través de un 155 permanente.

“Estamos hartos de hablar de Torra, de Puigdemont y de Bildu”, dijo el 4 de mayo el líder que más habla de Torra, Puigdemont y Bildu. Por eso, descarta pactos estables con Sánchez, excepto en un tema que le obsesiona: “Le he ofrecido que me llame al minuto si va aplicar el 155”.

Desde el punto de vista de Rivera, conceptos como 'geometría variable' son poco menos que una traición a la patria. Y no se pacta con los traidores. En una entrevista el martes en ABC, lo deja claro: “Es que no es una cuestión de izquierdas o derechas, es España sí o España no”. Es difícil encontrar una afirmación de corte más nacionalista, pero no imposible. 

En esa epopeya nacional, el PP es sólo un estorbo, aun más si Casado se ha visto forzado por los barones a abandonar su imitación de Patrick Bateman en 'American Psycho' y dar una pátina de moderación a su discurso. Rivera es ahora quien enarbola el hacha en defensa de su idea de España. En la rueda de prensa de Moncloa y en la entrevista, Rivera se refirió varias veces al PP como un partido “en descomposición” para justificar su autonombramiento como líder de la oposición a pesar de tener nueve escaños menos que Casado. 

Liberal de aquella manera

Lo que no abandona Rivera es el estandarte liberal. No hay tantas etiquetas ideológicas en el mercado como para elegir. Busca votos en el universo conservador del PP, pero necesita que parezca que son esos votantes los que vienen hacia él, no él el que los busca con ahínco. De ahí su optimismo sobre el futuro de la marca liberal, a pesar del escepticismo del entrevistador de ABC, que debió de quedar francamente sorprendido por la explicación del presidente de Ciudadanos: “Cada vez hay más liberalismo y menos socialismo y menos conservadurismo. La globalización está haciendo gente más libre, que quiere elegir, decidir, viajar, trabajar en diferentes países”. 

Con la cantidad de artículos que han aparecido en medios de comunicación y 'think tanks' norteamericanos y europeos sobre la crisis de la democracia liberal, sobre cómo la globalización se ha visto frenada por un resurgir de las identidades nacionales y de un aumento del resentimiento étnico y cultural, y resulta que todos están equivocados, menos Albert Rivera. 

Verás cómo se queda cuando le cuenten el resultado del referéndum del Brexit en Reino Unido. El de 2016, claro.

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