Ciudadanos inicia su periodo de rebajas con grandes descuentos
Inés Arrimadas ha puesto fin al periodo de interinidad provocado en Ciudadanos por la dimisión de Albert Rivera y lo ha hecho antes de que un congreso vote el nombre del sucesor. No es una gran revelación decir que ella será la elegida, pero en estos casos se suelen cuidar las formas. Es diferente si se trata de una situación de emergencia, en especial si se cree que el partido está a cinco minutos de la desaparición.
Antes de las últimas elecciones de 2019, Rivera dejó claro que la coalición de Navarra Suma era sólo una excepción, no el prólogo de algo nuevo. La idea era acordar pactos poselectorales con el PP, como en Andalucía. Nada más: “Pero hay que sumar con inteligencia. Sánchez desea que no haya un partido liberal, uno conservador y otro ultraconservador. Lo que quiere es que vayamos juntos en una lista”.
Ciudadanos se dispone a complacer los deseos de Pedro Sánchez, tal y como fueron descritos por Rivera.
Arrimadas ha convencido a la gestora del partido para que, en vez de limitarse a organizar la sustitución de Rivera, ponga en marcha un giro completo de la estrategia del partido. Ofrece un pacto al PP para ir juntos en Galicia, Euskadi y Catalunya. Se ocupará de gestionar el tema un “grupo de trabajo” que tiene tantos miembros, diez, como el grupo parlamentario. El miércoles se supo que ese grupo existe desde el 16 de diciembre, un detalle desconocido hasta ahora. Es decir, la decisión ya estaba tomada mucho antes de que se anunciara en público.
Una coalición del PP, recuperado en los últimos comicios, con un Ciudadanos que ha sido casi aniquilado en las urnas es una conjunción muy desequilibrada. Cs intenta camuflarla con la incorporación de personas procedentes de “la sociedad civil” (¿la hay de otro tipo?). Para engordar el plantel de posibles candidatos, Arrimadas ha sugerido buscar a “referentes del centro izquierda constitucionalista”. Si son de la vieja guardia del PSOE que no puede ni ver a Sánchez, se puede decir que sólo son referentes de sí mismos.
Es especialmente humillante para el partido liberal que Catalunya sea uno de los lugares donde se propone un acuerdo preelectoral. Fue allí donde Ciudadanos obtuvo su 'sorpasso' más espectacular sobre el PP, en realidad, el único en una comunidad autónoma. En 2017, fue la lista más votada en las autonómicas, con Arrimadas al frente, y le sacó 21 puntos de ventaja al PP. Las últimas generales confirmaron que esos números son ya una fantasía.
No es menos triste que ofrezcas un pacto y te digan que ya te llamarán para la reunión siempre que subas por la escalera de servicio. Alberto Núñez Feijóo no está interesado en ningún acuerdo más allá de aceptar a algún miembro de Cs en puestos subterráneos de las listas. El partido de Arrimadas sacó un 3,3% en las últimas elecciones gallegas (el PP, un 47,5%). El presidente de la Xunta no está muy impresionado por la aportación de Cs: “Sí cabe en el PP. Cuestión distinta es que esto pueda producirse en el medio o largo plazo, o que no llegue nunca a producirse”. Podría aceptar en 2020 a miembros de Ciudadanos... o no.
En teoría, Ciudadanos no aporta tampoco mucho en Euskadi, donde se quedó en un 2% en los comicios de 2017 (el PP tuvo un 10,1%). Pero allí la dirección nacional del PP no hace ascos a debilitar a Alfonso Alonso. Está dispuesta a buscar con Cs candidatos de consenso en el País Vasco y Catalunya, es decir, alguien que no sea Alonso, que apoyó a Soraya Sáenz de Santamaría en las primarias del PP.
La excusa última de este pacto, que coincide con el objetivo de Pablo Casado de unir a las tres fuerzas de la derecha bajo un mismo paraguas sostenido por él, es la defensa del constitucionalismo, un espacio tan exclusivo como el casino de las ciudades españolas en el XIX. Ahí no entra cualquiera. Tiene colgado el cartel de “reservado el derecho de admisión” y sólo se permite la entrada a las fuerzas de la derecha. Después de la firma del Gobierno de coalición, el PSOE ha sido arrojado a las tinieblas y ya no se puede decir que defienda la Constitución.
“¿Qué queda de las fuerzas constitucionalistas?”, dijo José María Aznar hace una semana en un acto junto a Casado. “El Partido Popular y poco más”.
Ciudadanos parece resignado a integrar ese “poco más” con la mejor de las voluntades. Eso le da derecho a servir las mesas en el casino y aplaudir los chistes del señorito. Y eso que Rivera no quería ser bisagra de nadie. Se iban a comer la política española, dirigir la oposición al Gobierno de Sánchez, en palabras de Arrimadas, y han acabado de personal de servicio del trío de Colón.
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