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Cristóbal Colón, los misteriosos orígenes de un “gran escapista”

Estatua de Cristóbal Colón en el puerto de Cartagena.
14 de diciembre de 2024 22:15 h

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Uno de los grandes enigmas de la humanidad, junto al recibo de la luz y quién fue Jack el Destripador, es el origen de Cristóbal Colón. En esta época floreciente de feroces rosalegendarios, nada parece aceptable fuera de que los españoles hemos venido a este mundo a embellecerlo y civilizarlo. Para el nacionalismo ejpañol (con j), no es suficiente con que la gesta del Descubrimiento se hiciera bajo el pabellón de Castilla, que ya se sabe que para aquéllos es España-España, sino que el descubridor también tiene que ser, además, del solar patrio, nada de genovés: ya tuvimos bastante con que Américo Vespucio, otro italiano, si bien declarado natural de los reinos de Castilla y de León por la reina Juana I, nos hurtara el nombre del continente.

En verdad, no hay misterio más inextricable que el de esta figura histórica universal. “El gran escapista”, lo llama el historiador Alfonso Carlos Sanz Núñez, defensor de la teoría del origen castellano.

La comunidad científica espera con cierta expectación la publicación de los resultados de la larga investigación del doctor José Antonio Lorente Acosta, catedrático de Medicina Legal, Toxicología y Antropología de la Universidad de Granada, que desde 2003 trata de establecer el origen del navegante provisionalmente genovés mediante análisis genéticos y de ADN tanto de Colón y sus familiares como de personajes que sustentan las ocho teorías más probables de su origen de entre las más de 25, de Portugal a Croacia, que se reclaman como patria, grande o chica, de Cristóbal Colón.

Fue una iniciativa del historiador Marcial de Castro Sánchez –“Todo lo relacionado con Colón es un auténtico caos”, dice–, que en 2001 sugirió al doctor Lorente comparar el ADN de los restos atribuidos a Colón sepultados en la catedral de Sevilla –en duda, puesto que la República Dominicana mantiene que los restos de Colón, a quien se considera Padre de la patria, son los que están en Santo Domingo aunque siempre ha rehusado analizar su ADN– con los indubitados de su hijo Hernando, también enterrado en la catedral sevillana sin haber sufrido los vaivenes de los de su padre –fallecido y sepultado en Valladolid y exhumado para trasladarlos a Sevilla y de allí a Santo Domingo, cual era su voluntad testamentaria; cuando la República Dominicana cae en manos francesas, son llevados a Cuba y, tras caer ésta en manos norteamericanas, de nuevo a Sevilla–. En 1877, se descubrió en el curso de unas obras un nicho con una caja de plomo que contenía 125 gramos de huesecillos e inscripciones que los identificaban como de Colón. Pese a que la Real Academia Española dictaminó que se trataba de una falsificación, fueron albergados en un monumental túmulo funerario catedralicio.

Los análisis iniciales confirmaron la relación paterno-filial de unos y otros restos, pero lo primitivo de las técnicas de ADN amenazaba con consumir los escasos restos óseos de Colón y aconsejaron aplazar las investigaciones hasta que la evolución de la técnica garantizara su conservación. Esto sucedió en 2021. Los sucesivos análisis, corroborados por otros laboratorios internacionales independientes, permitieron descartar las diversas teorías con argumentos científicos. Lo que no es el caso, por cierto, de la generalmente aceptada, la genovesa, pues analizar el ADN de 140 genoveses apellidados Colombo sólo demuestra que ninguno de ellos es descendiente del almirante. Y alegar que los judíos fueron expulsados de Génova en el siglo XII, tampoco; también los Reyes Católicos expulsaron a los judíos en 1492 y la historia de España está trufada de judíos conversos –y de criptojudíos, que practicaban su religión en secreto mientras se bautizaban y declaraban cristianos en público–.

De momento, las conclusiones de la investigación del forense doctor Lorente, que Colón era judío converso procedente del arco mediterráneo occidental, se han plasmado en un documental de TVE (Regis Francisco López, Colón ADN, su verdadero origen, 2024), emitido el pasado 12 de octubre, 532º aniversario del Descubrimiento o el más correcto políticamente Encuentro de Dos Mundos, eslogan que fue del V Centenario. Con gran éxito de público y notoria displicencia de la comunidad científica, que esperaban para ese día la publicación de los datos científicos prometida por la universidad granadina para ese pasado día 12 o su publicación en una revista científica acreditada. De momento no se sabe en qué fecha se harán públicos.

Las misteriosas, generosas, Capitulaciones de Santa fe

Y es que Cristóbal Colón, nacido en 1436 (otros dicen 1451) es quizás el más notable farsante de su siglo, de quien se duda no sólo de su origen sino hasta de su nombre: en ninguno de los 32 documentos firmados por él lo hace con su nombre: en unos, firma 'El Almirante' y en el resto, con un logogrifo o anagrama de cuatro líneas en pirámide (las tres primeras con iniciales: “.S.”, “.S. A .S.” y “X M Y” y la cuarta: “Xpo FERENS”, portador de Cristo, que es lo que significa Cristóbal). Pero no es sólo que él rehúse poner vida en la obra como no sea para falsearla –el caso de, entre otros, Cervantes–, sino que siembra pistas falsas e incluso borra las certeras.

Hasta que dice aparecer en 1476 como náufrago en las costas portuguesas, buscando auxilio de su hermano Bartolomé –que, milagro, ya estaba establecido en Lisboa (tiene otro menor, si es que lo era, Diego, el único, por cierto, que se naturalizó español para poder optar a beneficios eclesiásticos, y, quizás, otras tres hermanas, de todos ellos se sabe tanto como de él: apenas nada–; envuelto en brumas, progresa como navegante y comerciante hasta casarse con una dama de la nobleza lusa.

La práctica imposibilidad de casarse entre 'desiguales' –se supone que la familia de Colón era una familia de tejedores y pequeños comerciantes genoveses o valencianos, pero, como Cervantes su certificado de 'limpieza de sangre', ¿un farsante no puede falsificarse un pasado a la altura del distinguido rango social adquirido en Lisboa como navegante y comerciante?–, abona la trinchera de que Colón no era de las despreciadas clases de los pobres y de los judíos sino cristiano noble y de sangre real. No en vano, otra trinchera asegura que, en realidad, era un sobrino extramatrimonial de Fernando de Aragón, hijo de Carlos, príncipe de Viana, hermanastro mayor que reclamaba la primogenitura de la corona aragonesa, y de la judía mallorquina Margalida Colom. Los atrincherados aquí aseguran que las Capitulaciones de Santa Fe de la Vega de Granada (17 de abril de 1492) entre los Reyes Católicos y Colón fueron un verdadero pacto de silencio por el que éste enterraba sus orígenes y, en consecuencia, renunciaba a sus derechos al trono aragonés; lo que, según esos irreductibles, explica la enormidad de las concesiones hechas al navegante en dichas capitulaciones.

Colón obtiene, además del tratamiento de Don, título propio de la realeza y la alta nobleza y eclesiástica; el título perpetuo y hereditario de Almirante de la Mar Océana, a semejanza del que don Alonso Enríquez (Guadalcanal, Sevilla, 1354-Palencia, 1429) poseía en Castilla; virrey –un cargo inédito en la corona de Castilla que equivalía a crear una franquicia, como había hecho la corona de Aragón en Nápoles, Sicilia y Cerdeña– y gobernador general, con derecho de presentación para los cargos gubernativos a su mando; la décima parte de las mercancías que se obtengan y la jurisdicción en los litigios derivados de tal comercio y, finalmente, la posibilidad de sufragar la octava parte de los gastos de futuras expediciones y obtener, por tanto, la octava parte de los beneficios.

Títulos que son 'previos' al descubrimiento, es decir, que no se tratan de premios sino de condiciones y, más importante, no fue obligado a naturalizarse, requisito preceptivo para desempeñar tales cargos e ingresar en la marina de la corona española –y como hubieron de hacerlo Magallanes, Américo Vespucio, etcétera–, posible señal de no necesitarla por ser español –aunque sí lo hizo Diego, el supuestamente menor de los hermanos Colón, que, según la investigación granadina, resulta ser un pariente lenao–. ¿No lo hizo por ser español? En una de sus cartas, a doña Juana de la Torre, ama del príncipe don Juan, primogénito de los Reyes Católicos, dice taxativamente: “No soy el primer Almirante de mi familia”. La afirmación coincide con la teoría de que era un hijo extramatrimonial del príncipe de Viana.

También, que dichas capitulaciones dicen con naturalidad y claridad que el diezmo es en compensación “de lo que ha descubierto en las Mares Océanas y del viaje que ahora (...) ha de hacer por ellas en servicio de la Corona”, que si le parece “misteriosa” frase a la historiadora americanista María Luisa Laviana Cuetos, profesora de la Universidad de Sevilla, también reconoce que para unos es prueba de la existencia de un “predescubrimiento”, incluso de un viaje de Colón previo al primer viaje, el de 1492, aunque para otros, la frase sencillamente procede de una redacción posterior al “descubrimiento”. Incluso, dice la señora Laviana, puede tratarse de una humilde errata. Explicaciones que, la verdad, suenan bastante improbables y parecen eludir la búsqueda de respuesta a una incógnita histórica trascendental. En carta del 16 de agosto de 1494, los reyes le dicen a Colón. “(...) Que todo lo que al principio nos dijiste que se podría alcanzar, por la mayor parte todo ha salido cierto como si lo hubierais visto antes que nos lo dijeses”, recuerda la historiadora Mercedes Junquera.

De lo que no cabe dudar es de los cronistas contemporáneos: tanto Francisco López de Gómara, en su Historia general de las Indias (1552), como Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, en su Sumario de la Natural Historia de las Indias (1526) y en su Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano (1535-1855), hablan de un misterioso piloto que, por orden del rey de Portugal o por accidente en su navegación hacia las Islas Salvajes, arribó a las costas americanas y, tras grandes penalidades y muertes, volvió a la isla de Madeira, donde vivía Colón, que acogió al incógnito piloto y “navegando una carabela por nuestro mar Océano tuvo tan forzoso viento de levante y tan continuo, que fue a parar en tierra no sabida ni puesta en el mapa o carta de marear. Volvió de allá en muchos más días que fue; y cuando acá llegó no traía más que al piloto y a otros tres o cuatro marineros (...) Quedáranos siquiera el nombre de aquel piloto, pues todo con la muerte fenece (...) concuerdan todos en que falleció aquel piloto en casa de Cristóbal Colón, en cuyo poder quedaron las escrituras de la carabela y la relación de todo aquel largo viaje, con la marca y altura de las tierras nuevamente vistas y halladas”, escribe López de Gómara.

Un negocio de conversos

En todo caso, cabe preguntarse en el laberinto de incógnitas, por qué, si tan ciertas eran las pruebas que poseía Colón del viaje por el oeste a la Especiería, tardó casi una década en tratar de convencer sin éxito, tres años, a los reyes de Portugal, Alfonso V y Juan II y seis más en convencer a los Reyes Católicos, en ambos casos con la opinión contraria de los geógrafos y cosmógrafos consultados por ambas Coronas –el duque de Medina Sidonia, luego protector, también lo rechazó en principio–.

Además de la escasa preparación científica de Colón, que disimulaba con profusión de citas de autores que conocía poco o mal, le critican –tan simple, que cuando vio las aguas del oceánico Orinoco no dudó en comunicar que había descubierto uno de los cuatro grandes ríos que alimenta la “fuente de la vida” situada en el centro del paraíso terrenal–, la profesora Junquera examina la hipótesis alternativa de que hubiera copiado el “mapa hecho por mis propias manos en que están dibujados vuestros litorales e islas”, que envió al rey portugués en junio de 1474 el matemático y físico de Florencia Paolo del Pozzo Toscanelli, quien creía perfectamente navegable la ruta del poniente a Cipango (Japón) y a Catay (China)... Lo que explica que nunca pudiera convencer al rey portugués, quien había mandado guardar secreta y celosamente el informe de Toscanelli en los archivos reales para no alertar a las coronas europeas de que había descubierto una nueva tierra al otro lado del Atlántico –Brasil–, pero que, revelado a la reina Isabel, la convenciera de la certeza de la empresa.

De lo que no caben dudas –es una manera de hablar– es que Colón sabía perfectamente a dónde se dirigía. Es decir, perfectamente, no, porque confundió la medida de la milla árabe con la milla romana y aunque llevaba doble contabilidad del recorrido –“anduvieron cuarenta leguas entre día y noche; contó a la gente treinta y tres leguas”, dice en su Diario de a bordo, manuscrito de autor desconocido y atribuido generalmente a Bartolomé de las Casas–, hubo de desvelar sus cartas, las náuticas y las otras, a su socio Martín Alonso Pinzón, avezado piloto, para que enderezase el rumbo de una expedición perdida y a punto de motín. No sólo le convenció de que sabía cómo ir sino, sobre todo, cómo volver: navegando hacia el norte para alcanzar la corriente del Golfo que, aunque el viento fuera contrario, los transportaría hasta las Azores; al revés de los alisios, que los habían encaminado desde las Canarias hacia las Antillas. Encarrilada la navegación, al día siguiente, en la noche del 11 al 12 de octubre, el marinero Rodrigo de Triana lanzó el grito de “¡Tierra!” y desembarcaron en la isla de Guanahaní, que bautizaron San Salvador, de la que Colón tomó posesión en nombre de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón y V de Castilla.

Pero, en fin, para 'la historieta' ha quedado la leyenda de una reina Isabel tan enfebrecida por la fe en el navegante, sin insinuar siquiera que quizá por algo más, que empeña su joyero para que 'descubra' las Indias Occidentales para el Altísimo y el reino de Castilla. Para la historia oficial, la académica y la enseñada en las escuelas, durante siglos ha sido 'leyenda negra' tanto que Colón fuera un converso como que fue otro, un financiero, llamado entonces prestamista, Luis de Santángel y Mallorca, quien sufragara el gasto de la aventura. Debe de ser muy duro para un cristiano nacionalista asumir que cuando los judíos estaban destinados a ser apenas más que carne de quemadero inquisitorial, los protagonistas, desde la estrella a los figurantes, de la epopeya de la 'españolidad', de la 'raza' y del sursum corda fuera interpretada por judíos conversos.

“Poderoso caballero es don Dinero”, señalará un siglo más tarde Francisco de Quevedo, recogiendo lo que ocurre desde un siglo antes en la protoburguesía ascendente. Con Juan II de Aragón (1398-1479), padre de Fernando de Aragón, Santángel había sido escribano de ración, escrivà de ració, el encargado de efectuar los pagos de la Corona a las órdenes del maestre racional, mestre racional, de la hacienda y patrimonio reales –que en Castilla era el contador mayor, administrador del patrimonio real e inspector de ingresos y gastos de la corte–; el rey Fernando lo confirmó en su cargo del reino aragonés y en el de secretario suyo y, en 1481, la reina Isabel lo nombró contador mayor de Castilla.

En realidad, una de las grandes cualidades de Santángel era ser prestamista de los reyes, sobrada barrera de seguridad para enfriar los ánimos inquisitoriales contra él por su origen marrano. Esto ya le había causado problemas en Aragón, que no llegaron a mayores gracias al rey Fernando: junto con sus hermanos y Gabriel Sánchez, otro converso, tesorero de la corte de Aragón, fue acusado de complicidad en el asesinato de Pedro de Arbués, canónico de la catedral de Zaragoza y mandamás de la Inquisición aragonesa. Fue reconciliado por el tribunal y, por tanto, obligado a vestir el sambenito que distinguía a los procesados reconciliados.

Para dejarle claras las cosas al Santo Oficio, los Reyes Católicos le expiden en 1497 un privilegio personal en forma de estatutos de 'limpieza de sangre', de manera que le aseguraban que ni él ni sus descendientes podían ser llevados a los tribunales inquisitoriales. Santángel había aportado a la expedición colombina el montante correspondiente a la Corona: cinco millones de maravedís, prestados sin intereses o muy bajos y a cancelar con rentas castellanas, ya que el reino de Aragón, aunque era ganancial de la empresa, no participaba en la expedición. De hecho, los reyes asignan los nuevos reinos a Castilla, temerosos de que las reivindicaciones del príncipe de Viana terminen por otorgarle la corona de Aragón.

Como director económico de la empresa y secundado por Gabriel Sánchez y por Alonso de la Caballería, consejero y procurador fiscal del rey y vicecanciller del reino de Aragón, Santángel completó el trío que convenció a Isabel y Fernando de la futura grandeza que prometía la empresa. Los otros dos fueron también otros dos conversos aragoneses, hombres de la máxima confianza del rey: el dominico Diego de Deza (Toro, 1444-Madrid, 1523), quien, a su reconocimiento como uno de los primeros teólogos españoles de aquella hora y preceptor del príncipe don Juan, primogénito de los Reyes Católicos, llegó a ser Inquisidor General, y Juan Cabrero (Zaragoza, 1440-, 1514), nieto de víctima de la pira inquisitorial, camarero mayor del monarca y uno de los servidores cuya opinión más respetaba. Sin despreciar la influencia del Vaticano, deseoso de que los barcos cristianos navegaran, en vez de al sur, al África musulmana y más allá, como los portugueses, hacia el oeste en descubierta. Ni, desde luego, la de fray Antonio de Marchena, el franciscano cartógrafo del monasterio de la Rábida, a quien Colón desvela, en confesión para asegurarse el secreto, los conocimientos que posee para 'descubrir' el Nuevo Mundo y le sirva de introductor en la corte.

Santángel, Sánchez, De la Caballería, Deza y Cabrero: todos los artífices de la decisión real, todos conversos. Y el descubridor, no se sabe bien, quizá también. Los mismos o los herederos de los que habían sido expulsados ignominiosamente de España controlan los resortes de la monarquía más católica del orbe...

Finalmente, el 3 de agosto de 1492, doce años después de concebir su proyecto, asociado con los hermanos Martín Alonso y Vicente Yáñez Pinzón y con Pedro Alonso Niño, Colón zarpó del puerto de Palos, para iniciar el primero de los cuatro viajes que hizo a las Indias con un presupuesto de unos dos millones de maravedís, alrededor de ciento veinte hombres y dos carabelas, la Pinta y la Niña, y una nao, la Santa María.

Por sus hechos lo conocemos

El idilio de la Corona con Colón no duró mucho. A la mesa del gobierno de los Reyes Católicos llegan relatos espantosos del desgobierno del visorrey de las Indias, el Almirante Colón, y de sus hermanos que los llenan de inquietud: “Denunciaban, en definitiva, el rigor y los excesos de Colón con sus hombres, su enfrentamiento con los primeros frailes franciscanos y mercedarios, sus relaciones conflictivas con los mismos españoles, su 'fiebre del oro' y corrupción en el reparto de bastimentos y sueldos, la esclavitud de los indios y su crueldad omnímoda, como tirano sin freno en el gobierno de hombres y tierras”.

“Aquella mezcla de informaciones y especies, cartas y documentos, llegaron hasta los reyes como una verdadera amenaza en ciernes, de la que, fundamentalmente, se desprendía a efectos de poder y gobernación la posibilidad de que Colón pudiera entregar las tierras descubiertas a un rey enemigo”, dice el escritor vallisoletano Agustín García Simón. Además, los resultados de la segunda expedición (1493), muy costosa –1.500 personas y 17 barcos–, habían sido muy magros, con más promesas que realidades, encubiertas en el servicio a la cristiandad, tan convincente para los Reyes Católicos: el argumento metafísico será la treta recurrente de todos los indianos desvergonzados para perpetrar sus fechorías.

Pero tras el tercer viaje colombino (1498) no sólo continúa el desgobierno de las Indias sino que la 'fiebre del oro', las enfermedades y el hambre provocan espantosas mortandades de indios y grandes entre los españoles y una violencia cuya represión sólo genera mayor violencia, guerras exterminadoras y de esclavización contra los indígenas y civiles entre los ambiciosos españoles 

En 1500, progresivamente alarmados ante la ineptitud de Colón como virrey gobernador de las Indias, por las infinitas quejas de los colonos, los disturbios y los numerosos y poderosos enemigos que desafían la autoridad del Almirante, en cuanto conocen que Colón ha ocultado los criaderos de perlas de las islas Margarita y Cubagua, los Reyes Católicos envían al comendador fray Francisco de Bobadilla (Aragón?, ?-Océano Atlántico, 1502) en función de juez pesquisidor para inspeccionar la situación. Se trata de un fraile mercedario corrupto y corruptor que, cargándose de razones, o exagerándolas, inflige maltratos a Colón, lo empaqueta para España cargado de cadenas junto con sus dos hermanos y le confisca todos sus bienes. Las vivas protestas del Almirante por el trato, que además viola las capitulaciones pactadas con él, avergüenzan a los soberanos que, tras enjuiciarlo, terminan por renovarlo en sus cargos y confianza y llevar a juicio a Bobadilla.

Pero el informe que envía Bobadilla a la corte junto a los tres Colón encadenados no puede ser más desmitificador de la figura del Almirante, si bien sus hagiógrafos lo consideran una gran calumnia contra el 'santo' Cristóbal. Cuenta Bobadilla que al arribar a La Española, actual República Dominicana, se encuentra con una teoría de horcas de las que penden tanto indios como españoles ajusticiados por orden de los Colón. El relato de las 'hazañas' de éstos es estremecedor, incluso quitándole el hierro que añadiera el pesquisidor a las cosas y por su cuenta: que la destitución de Colón lo favoreciera a él como nuevo virrey de las Indias. La hispanista Consuelo Varela, cuenta que en su juicio, Bobadilla acusa al Almirante y a sus hermanos de tal crueldad e injusticia.

“Por poner un ejemplo”, dice la señora Varela, “había subastas de personas en la plaza. Se subastaban esclavos blancos, españoles. Tenemos el caso de un pobre chico al que le cogen robando trigo. A este chico le cortan las orejas y la nariz, le ponen grilletes y lo convierten en esclavo (...) Colón dirigía la colonia con mano de hierro. Ejercía el poder de una forma tiránica. A una mujer se le ocurrió decir que Colón era de baja clase y que su padre había sido tejedor. Bartolomé, el hermano de Colón, se enfada y ordena que le corten la lengua a la mujer. Antes la pasearon desnuda por las calles montada en un burro. Cristóbal felicitó a su hermano por haber actuado en defensa del honor familiar”.

Personalmente, no me importa que este déspota no sea de mi pueblo.

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