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Los 370.000 hijos de San Pedro Sánchez

Pedro Sánchez recibe los aplausos de los asistentes al acto de las 370 medidas.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Ante la duda, propaganda. Pedro Sánchez tenía pendiente presentar su última oferta a Unidas Podemos para conseguir su apoyo en una hipotética segunda sesión de investidura siempre que renuncien a un Gobierno de coalición. En primer lugar, lo pasó a un medio de comunicación (“Si tú quieres negociar con una formación, quizá lo más inteligente no es enviar primero la propuesta al grupo Prisa”, dijo Pablo Iglesias, que ya no tiene ganas de cortarse nada). Después, dio el martes un discurso en Madrid ante un grupo de dirigentes y militantes del PSOE en el que el público importante era el que estaba sentado al final de la sala, los periodistas, y el receptor directo del mensaje no estaba allí, sino en la sede de Podemos o donde se encontraran en ese momento los dirigentes del partido de Iglesias. Negociar por control remoto.

Se trataba de anunciar que nos vamos a unas nuevas elecciones, pero la culpa es de los otros, no mía, porque yo sufro un montón con toda esta situación tan injusta para mí, yo, que he ganado las elecciones mientras la oposición se niega a concederme sus votos. Sánchez anunció que había pedido al PP y Ciudadanos “una abstención técnica”, como cuando llamas a un fontanero para que te arregle un atasco en las cañerías. Necesitas a un técnico para estas cosas. No pueden pedirte que lo hagas tú solo. No necesitas caer bien al fontanero. Sólo pretendes que te solucione un problema... técnico.

Sánchez resumió ante una audiencia entregada –no los periodistas– los 370 puntos de un programa conocido este martes –cuatro meses después de las elecciones– con el que quiere poner en evidencia a Podemos. Lo llama “programa progresista”, y lo es, pero algunos de sus puntos son inevitablemente tan genéricos que requieren un acto de fe. Eso tampoco es raro en una negociación para formar un Gobierno.

Iglesias dijo unas horas antes que ese programa “no suena mal, suena bien”. Su problema es que no se fía: “Está bien desconfiar de quien no cumple sus promesas, y el PSOE ha incumplido muchas”.

Sánchez optó por la concepción del matrimonio en siglos anteriores. No tiene que haber amor para casarnos: “La desconfianza no es una base para construir. No hay condiciones para convertirnos en socios de Gobierno (de coalición), pero eso no quiere decir que seamos adversarios”. Formemos una familia y esperemos a que el amor aparezca más tarde. A día de hoy, es imposible: “Esa coalición podría conducirnos al desgobierno”.

Si no hay confianza, ¿cómo puede haber, no ya un Gobierno de coalición, sino ni siquiera un pacto de legislatura? En el debate del Congreso de la semana pasada, el portavoz socialista, Rafael Simancas, gritó “no son de fiar”, refiriéndose a Podemos. Tanto gritó que a los cinco minutos se había quedado sin voz y no paraba de toser.

Las garantías de Sánchez

Sánchez tiene una solución para este problema. Ofreció “una triple garantía” compuesta por cuatro medidas (sí, cuatro, la política y las matemáticas tienen a veces una relación complicada). Una oficina del Ministerio de Hacienda que verifique el cumplimiento de lo pactado, una comisión que funcione en el Congreso y el Senado y “un mecanismo de garantía” con la presencia de la “sociedad civil”, con independencia de lo que eso signifique. La bola extra sería “un acuerdo de gobernanza en instituciones” más allá del Consejo de Ministros. No está muy claro a qué se refiere con esto, así que queda para las negociaciones aún pendientes entre ambos partidos.

Todos estos filtros de seguridad ayudarían mucho a un pacto de legislatura entre PSOE y Podemos. No está claro por qué no surtirían el mismo efecto en un Gobierno de coalición.

“No queremos votos gratis en nuestra investidura”, reconoció Sánchez. Para eso están los 370 puntos del programa ofrecido. Un ejército de medidas destinado a doblegar la voluntad de Podemos y aceptar que debe pasar por caja en una repetición de la investidura. Como con los cien mil hijos de San Luis, quizá lo que importe no es el número exacto, sino que tenga un efecto abrumador sobre el contrincante, antes llamado socio preferencial. Hay que restaurar a toda costa el Gobierno anterior, sólo con ministros nombrados por Sánchez. Resistirse es inútil.

Una oferta atractiva... menos en vivienda

Algunas de esas medidas podrían ser suscritas sin problemas por Podemos. El PSOE promete subir el salario mínimo al final de la legislatura hasta el 60% del salario medio. Eso supondría dejarlo por encima de los 14.000 euros anuales. Se plantea incrementar los fondos públicos en las políticas activas de empleo. Prohibir los cortes de luz, agua y gas a personas sin recursos económicos suficientes para afrontar ese gasto. Declarar la emergencia climática para aumentar el peso de las energías renovables. Derogar la Lomce. Universalizar la educación gratuita para niños hasta tres años. Actualizar las pensiones con el IPC real.

En el apartado de vivienda, es donde el PSOE admite su timidez. Hay varias medidas para “ampliar la oferta de vivienda asequible”. Ninguna de ellas tiene que ver directamente con actuar sobre su precio. Se habla de profundizar “en las medidas ya adoptadas para frenar las subidas abusivas del alquiler” –medidas que no han servido de mucho hasta ahora– sin concretar nada. Una de las situaciones que más ayudan a deslegitimar el sistema político y económico entre los jóvenes queda para el apartado 'el Gobierno estudia y hace cosas, pero no sabemos si tendrán algún efecto'.

Es un paquete contundente de medidas que podría haber sido un buen punto de partida para las negociaciones entre ambos partidos después de las elecciones generales. Lo que se supone que debería haber pasado si las prioridades del PSOE hubieran sido otras y si hubiera habido más tiempo para estudiar 370 medidas, o 740 si los otros presentaban otras tantas, y además para que Podemos insistiera en su propuesta de coalición.

En su discurso, Sánchez dijo que un Gobierno de coalición era ya “impracticable”. No sólo eso. Comentó que sólo en San Marino, y por un corto espacio de tiempo, se había puesto en marcha en Europa un Gobierno formado por socialdemócratas y otra fuerza situada a su izquierda.

San Marino. 33.000 habitantes. 61 kilómetros cuadrados de extensión. Un PIB de 1.600 millones de dólares. Al menos, la audiencia tuvo el buen gusto de no reírse. Igual es que no era un chiste y lo que quería decir Sánchez es que los socialdemócratas sólo pueden compartir Gobierno en Europa con conservadores o liberales.

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