Dicen… Blanca, un referente. Blanca, una pionera. Blanca, un juguete roto. ¿Para qué le sirve a un pionero ser un pionero?
Desde que Blanca Fernández Ochoa desapareció, en nuestro país no hemos dejado de rememorar sus logros deportivos, su dedicación, esfuerzo y sacrificio. He leído y escuchado, hasta la saciedad, comentarios acerca de lo que le debe el deporte español, lo que aportó al deporte de nuestro país y lo que le debemos a ella como mujer deportista que abrió el camino para otras. Pero… ¿De qué le sirve a un pionero ser pionero?
Tras la confirmación de su fallecimiento, las informaciones no han pasado por alto el trastorno bipolar que le había sido diagnosticado desde niña. Como si ese trastorno respondiera por sí mismo a todas las preguntas. Muchos se han atrevido, incluso, a calificarla de juguete roto. ¿Juguete roto por haber sido medallista olímpica en 1992 y no seguir en la primera línea, bajo los focos en 2019? ¿Qué se supone que debería haber hecho para morir coronada de gloria? ¿Qué les espera a los deportistas de élite cuando termina su vida deportiva?
Ignoro cómo fue esa vida en segundo plano, si la eligió o tuvo que aprender a vivirla –o no-. Solo sé que los elogios post mortem me revuelven el estómago. Nunca le ofrecieron un puesto relevante en las instituciones deportivas digno de su “pionerismo”. Tampoco sé si ella lo ambicionaba. Pero no me importa. Me pregunto de qué le sirvieron esos méritos, hoy tan recordados…
El sacrificio de su juventud, los esfuerzos para ser deportista de élite, la primera mujer española medallista en unos juegos de invierno… a la que se atreven a denominar juguete roto. Esta sociedad mediocre a veces no permite seguir brillando a pioneros como Blanca, a la que me niego le cuelguen ahora la etiqueta estigmatizante de un problema de salud mental.
Los pioneros, los referentes son y serán siempre gloriosos, porque sus hitos son atemporales. Pero el nuestro no es un país para pioneros. No hay recompensa para su sacrificio. No hay futuro detrás de las medallas. A nivel institucional, dejamos que el brillo de la estrella se apague, en lugar de aprovechar su luz para iluminar el camino a los que vienen detrás. Ni siquiera por egoísmo social.