Camarón nunca supo que cantó en la sinagoga perdida de los judíos de Utrera

Presbiterio de la antigua iglesia, en el que se ha localizado el hejal de la sinagora.

Antonio Morente

17 de febrero de 2023 21:31 h

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Salvando las muchas distancias, el arqueólogo Miguel Ángel de Dios cuenta que la historia en la que ahora nos embarcamos es como una versión local de cuando Heinrich Schliemann descubrió los restos de Troya: tomando como referencia las indicaciones de la Ilíada de Homero, se plantó en un rincón de lo que hoy es Turquía y resultó que sí, que en aquella zona de Anatolia se levantó la mítica ciudad que arrasaron los aqueos. El poeta ciego no cantó a la localidad sevillana de Utrera, pero sí lo hizo Rodrigo Caro, un sacerdote y humanista utrerano de cuna que entre sus obras dejó el Memorial de la villa de Utrera, de 1604, que incluye una referencia que fue la palanca que lo movió todo: los judíos “tenían su sinagoga donde ahora es el Hospital de la Misericordia”. Más de 400 años después, y cuando han pasado cinco siglos desde la expulsión de los judíos y la pérdida de su sinagoga, los restos del templo han aflorado allí donde dijo Rodrigo Caro, un emplazamiento en el que no lucharon ni Aquiles ni Héctor, el Domador de Caballos, pero en el que sí cantó Camarón, que tampoco es que sea moco de pavo.

De la noticia del descubrimiento de esta sinagoga medieval se ha hecho eco hasta la prensa internacional, y es que el hallazgo es más relevante de lo que los propios expertos esperaban. Primero, porque en España no llegan a la decena los templos (en mejores o peores condiciones) que hay de antes de que los Reyes Católicos expulsaran a los judíos en 1492, y segundo porque lo normal es que sólo se conserve la sala de oración, y aquí todo ya han empezado a aparecer más elementos. Por eso los arqueólogos hablan de un complejo sinagogal, quizás el más importante que haya visto la luz hasta la fecha en la Península Ibérica, una perspectiva ante la que se frotan las manos.

Lo cierto es que, con la mención del libro de Rodrigo Caro en mente, el Ayuntamiento de Utrera adquirió en 2018 el edificio que en Utrera se conoce como del Niño Perdido, porque fue casa cuna y hospicio, pero también iglesia, escuela, restaurante y sala de fiestas que hacía las veces de discoteca, Los Montoya, acogiendo fiestas de Carnaval y de Nochevieja. A la vieja sinagoga la sepultaron bajo la iglesia de la Misericordia, con una importante reforma en el XVII que le añadió dos naves laterales y subió su cubierta. Aquí “se daba de comer a vergonzantes y se dotaba a doncellas sin recursos”, señala Miguel Ángel de Dios, hasta que se desacralizó en el XIX con la desamortización. El aventurero devenir del inmueble incluye que en los años ochenta del pasado siglo desfiló lo mejorcito del flamenco, que para eso Utrera es tierra de cabales, desde Bambino (que jugaba en casa) al ya apuntado Camarón, como queda constancia en las procelosas aguas de internet.

“La mayoría de los utreranos han conocido el edificio en uso”, apunta el alcalde de la localidad, José María Villalobos, que incide en que siempre ha tenido “un uso social muy vinculado con el pueblo”, de ahí el cariño que le profesan los lugareños. El consistorio lo adquirió por 460.000 euros y “se compró para buscar la sinagoga”, subraya el regidor, aunque con la baza de que es un inmueble asociado a la memoria sentimental local, así que algún uso se le daría.

Un arco, la primera pista

La campaña arqueológica se inició a finales de 2021, y el primer indicio fue un arco tapiado del siglo XIV de respetables dimensiones en un muro del patio trasero, que en principio se baraja que fuese el acceso principal a la sinagoga. A la hora de buscarla, la única pista ha sido la famosa crónica de Rodrigo Caro, ya que la reurbanización de la zona en los siglos XIX y XX se encargó de borrar cualquier posible traza original, y también se perdió el antiguo topónimo de Val de Judíos en lo que hoy es la plaza del Altozano, la principal del municipio. Sobre el papel no quedaba ninguna otra huella de la presencia judía, aunque los más viejos del lugar sí recordaban una con la que hoy nos llevaríamos las manos a la cabeza: lo que hoy es la calle Fray Cipriano de Utrera fue conocida como Callejón de los Perros, para incidir en el desprecio al pueblo de la Torá.

Pero volviendo a la sinagoga, los restos localizados se mueven entre los siglos XIV y XV, y después del arco exterior lo primero que vio la luz en el interior fue el hejal, en este caso una pequeña cámara en la que se guardaban los rollos de la Torá, que se localizó en el presbiterio de la vieja iglesia. La orientación es hacia el este, mirando a Jerusalén. El momento fue muy emocionante, rememora Miguel Ángel de Dios, “sólo faltó que tuviera banda sonora”. Los trabajos han determinado que la nave central y más antigua de la iglesia se correspondería con la sala de oración de la sinagoga del XIV, y de hecho en los muros que se levantan en la cabecera y a sus pies se puede rastrear el tapial original del templo judío.

¿Y qué es lo que hace tan singular el descubrimiento, más allá de que aquí hubiera una discoteca y cantara Camarón? Pues lo dicho del complejo sinagogal, porque se han encontrado trazas de elementos que se corresponderían con el banco perimetral de la sala de oración, la casa del rabino, la zona de la bimah (donde se ubica la plataforma para desenrollar los textos sagrados), la escuela rabínica, la hospedería, el espacio reservado a las mujeres, el mikve para el baño ritual... El hallazgo “no deja de ser excepcional pues, con las evidencias arqueológicas documentadas, incluido su alzado completo, pueden restituirse su superficie y volumetría originales”, apunta el informe arqueológico.

Cinco niveles en el suelo

Lo que puede verse a día de hoy está en la cabecera de la iglesia, donde se ubica el hejal y el acceso al mismo, consistente en una escalera, enlucida y pintada con almagra que quedó embutida en el presbiterio del siglo XVI pero cuyos escalones han salido ahora a la luz. En esta zona del templo se suceden hasta cinco alturas distintas en el pavimento, tanto de la iglesia como de la sinagoga, que sería un humilde suelo de terrizo. El arqueólogo está convencido de que todavía se podrá profundizar más porque “no hemos llegado al nivel fundacional”. La memoria arqueológica precisa que “de la sinagoga, a falta de alcanzar los niveles fundacionales, se ha documentado su alzado original, el hejal y su acceso, el banco perimetral y evidencias de varias fases en la vida del edificio”, así como el momento de abandono, que fue 1492.

Las respetables dimensiones de la sala de oración nos hablan de una importante comunidad judía, aunque de la judería no hay ni rastros ni estudios. El historiador municipal, Javier Mena Villalba, habla de asentamientos intramuros y extramuros, y extrañamente no hay menciones a Utrera de las matanzas de judíos de 1391, mientras que las crónicas si referencian las de Sevilla, Écija o Marchena. En el repartimiento de Alfonso X, en el siglo XIII, se menciona a 65 judíos de Facialcazar, un rincón perdido en lo que hoy es término municipal utrerano en el que se asentaron romanos visigodos y musulmanes.

Una considerable comunidad conversa

En aquellos tiempos Utrera (con el título de ciudad desde 1877 y hoy con 51.000 residentes, el cuarto municipio más poblado de la provincia) “era una torre y poco más”, pero fue el enclave elegido para aglutinar a las pequeñas poblaciones dispersas de sus alrededores. Enrique II concederá exenciones fiscales para animar a la mudanza, aunque parece que fue más determinante la muralla que se levantó como refugio y la política de no proteger al resto de núcleos de las razias granadinas. En 1496 consta la conversión de 86 judíos, lo que situaría a la comunidad conversa utrerana como la tercera más importante de Sevilla, tras la capital y Écija, según los estudios del investigador José Antonio Suárez.

Con todos esto, ahora está por ver qué se hace con el recinto en el que están saliendo a la luz tantos restos. Por ahora, la idea municipal es un abierto por obras, reparar el edificio para que se pueda visitar e interpretar mientras continúan los trabajos. Aunque todavía por concretar, el uso final será turístico para poder contemplar los restos del complejo más importante de la Península Ibérica, y seguro que no faltará quien cuente que encima de la sinagoga hubo una discoteca en la que no se paró de bailar, además de un escenario en el que cantó el mismísimo Camarón.

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