Flamenco
Fernanda y Bernarda: cómo plasmar el duende de la soleá en las paredes de Utrera
En un año saturado de efemérides flamencas –de los 40 años de la muerte de Antonio Mairena a los 50 Manolo Caracol–, había una cita que no podía pasar desapercibida: el centenario de Fernanda de Utrera, una de las grandes maestras del cante del siglo XX junto a su hermana Bernarda. La localidad sevillana ha diseñado un programa de actividades para todo el año con el fin de honrar dos de sus mejores hijas (inseparable es la figura de su hermana Bernarda, cuatro años menor), y para empezar, la semana pasada se inauguraba un mural dedicado a ambas en la calle Cristóbal Colón, más conocida como de La Huerta.
“Fernanda es para mí la madre de la soleá, la memoria de muchos ratos escuchándolas a las dos, sobre todo el disco de París [Cante flamenco], que lo tengo en cinta más que gastada. No pude decir que no a este encargo”, comenta el pintaor Patricio Hidalgo, quien añade que estuvo madurando la idea unos diez días y la ejecutó en apenas dos. “Es una reunión soñada, Fernanda canta mientras Bernarda le hace palmas sordas. También insinúo a Diego del Gastor tocando para ellas, y alrededor un imaginario de mujeres gitanas entre las que se intuye la familia, y también hombres, jóvenes y mayores”.
Nietas del cantaor aficionado Fernando Peña Soto, Pinini, Fernanda y Bernarda se consideraban “cantaoras de nacimiento”. Fue Antonio Mairena quien las descubrió a finales de los años 50, y quien las animó para instalarse en Madrid y actuar en tablaos como Zambra, El Corral de la Morería, Torres Bermejas y Las Brujas, iniciando una carrera de proyección internacional. Como señalaba Hidalgo, la mayor de las hermanas destacó como inigualable intérprete de soleares – “magia pura y abismática” en palabras de Ricardo Molina–, aunque su voz se adaptaba a muchos otros palos flamencos.
Tocar para los cuadros
La culminación del mural de Utrera, de diez por cuatro metros, ha supuesto para Patricio Hidalgo toda una experiencia. Nacido en Ibiza en 1979, recuerda que en su infancia “el flamenco siempre estaba a mi alrededor, entre los migrantes de la Baja Andalucía. Había gente de Morón, de La Puebla como mi padre, que se reunía llevada por la nostalgia y cantaba. En el tocadiscos se alternaban Santana, La Paquera, El Lebrijano, Pink Floyd, Fernanda y Bernada… era algo natural. Por eso el flamenco es muy significativo para mí, una búsqueda de raíces y de algo que nos reunía a todos, chicos y mayores, en mesas muy largas con comida y vino donde siempre había una guitarra”.
El artista reconoce que le hubiera gustado ser guitarrista, pero acabó entre lienzos y pinceles, que se le daban mejor. “La toco en la intimidad, a veces para mis cuadros. Y aunque tengo otras temáticas, el flamenco es lo que más me enriquece y me sigue dando. Al principio tuve mis dudas, algunos amigos me decían: ‘¿Flamenco y pintura? No lo veo’. Pero yo sí lo veía. Han sido muchos años de trabajo y de dudas, pero al final se ha afianzado”. De hecho, además de sus múltiples encargos, el pintaor publicó un libro, Figuras flamencas (Libros de la Herida), que ya va camino de la segunda edición.
Hidalgo se considera “un poco yonqui” de la pintura. La conversación con Eldiario.es tiene lugar un domingo por la tarde, y el artista ha acudido al estudio. “Necesito venir. A veces me pregunto qué me pasa, si estoy nervioso o alterado por algo, y yo mismo me respondo: ah, ya, ve al estudio y tranquilízate”.
Sus mayores influencias son el fotógrafo Pepe Lamarca, “gente que me ha guiado la mirada, que sabe mirar y encontrar momentos decisivos, captar la emoción del momento, el gesto preciso del tocar”, así como Francisco Moreno Galván, “el primer pintaor, al que tuve la oportunidad de conocer, así como gente como Pepe El Cachas, mi marchante, mi protector y mi amigo”.
Opiniones al paso
El mundo del flamenco que tanto le atrae puede ser también, reconoce, “a menudo hermético y complicado”. Pero como creador plástico le estimula tanto entrar en él como confrontar luego su trabajo con el público. En este sentido, la experiencia con el mural de Fernanda y Bernarda ha sido de lo más enriquecedora, especialmente porque se ha ido haciendo a la vista de los transeúntes.
La primera alegría se la dio un niño de siete años que, al ver a Hidalgo trabajando sobre las figuras principales, exclamó: “¡Mamá, mira, Fernanda y Bernarda!”. “Me sorprendió mucho el comentario, y la madre me explicó que en el colegio les estaban enseñando a los niños utreranos quiénes eran las cantaoras. Ahí me dije que, si un chaval de esa edad podía identificarlas, yo no iba por mal camino”.
Tampoco faltó alrededor del mural algún comentario de paisanos no muy familiarizados con el arte contemporáneo. “Un vecino me preguntó, ¿pero esto está acabado? Y otro quería saber si no le íbamos a poner color. Estás trabajando en la calle y te sometes al juicio y los guiños de todo el mundo. También ha sido interesante la reacción de los jóvenes que al pasar me dijeron, ‘por fin una cosa con gusto’. O el hombre que pasó con el coche y comentó: ‘Qué me gusta que pinten las paredes, el de Bambino [en relación con otro mural de Utrera en homenaje a dicho artista] también está muy bien'”.
“A Fernanda sí la había hecho antes, a Bernarda hasta ahora no”, concluye Hidalgo. “De la primera me conmueve su cante, me destroza y me vuelve a recomponer. Pero en este proceso, en los días que pasé en Utrera impregnándome de su ambiente, he conocido a otra Bernarda, que todos dicen que era más cercana. En unos años, en 2027, le tocará a ella el centenario. Y estoy seguro de que ninguna de las dos va a ser olvidada en su pueblo”.
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