Este es un espacio donde opinar sobre Sevilla y su provincia. Sus problemas, sus virtudes, sus carencias, su gente. Con voces que animen el debate y la conversación. Porque Sevilla nos importa.
Yo también llevé a Puigdemont en el maletero y lo dejé escapar
Partamos de que soy una persona despistada, aunque no es exactamente algo que soy; más que una propiedad inherente a mí lo definiría como un estado al que he llegado tras cierta pérdida de mi capacidad de atención y la absoluta falta de interés de poner en práctica los prometedores cursos de mindfulness recibidos en el mundo empresarial.
Recuerdo que durante gran parte mi vida no lo fui. De hecho, pocos niños que haya conocido lo son, siempre tienen hambre por absorber todo lo que puedan del mundo exterior, por eso tienen los ojos más grandes. Pero con la desidia nos volvemos laxos con aquello que consideramos de menor importancia, y dosificamos la atención.
Como con todo defecto que me descubro, intento perdonármelo e incluso darle la vuelta y convertirlo en una característica con algo positivo y he llegado a creerme que el despiste es un gran motor del cambio: si no olvidáramos nada de lo que debemos hacer, la inercia seguiría su curso sin ninguna ruptura de la rutina. Gracias a las personas despistadas la vida pierde un poco el paso y así el mundo baila.
Si sumamos el efecto vacaciones ya puede pasar cualquier cosa, como acabar metida en un peliagudo asunto diplomático. Mi implicación en el caso Puigdemont empezó con la típica frase “¿vamos a un concierto?”. Una prueba de que el origen del despiste está también en la laxitud es la facilidad de las personas despistadas para el “sí”, o más bien ausencia absoluta de resistencia. Así, fuimos cinco (en realidad seis) personas en mi Seat Ibiza rosa. Tocaba la Trisexualband, banda sevillana que se reunía tras diez años de que se dispersaran. El encuentro fue en el anfiteatro de Zahora, un tesoro escondido. Cantamos “Quiero un novio de alquiler para los domingos”, coreamos “Tensa” y gritamos con “Yo no sé cantar”.
Al día siguiente vi todas las especulaciones y teorías en torno a complots complicadísimos sobre la huida pero humildemente pensé que, si me hubieran parado y descubierto en mi maletero a Puigdemont, mi única defensa habría sido me despisté
Después quisimos alargar la fiesta, cogimos el coche y nos dirigimos a un barco invertido que prometía estar abierto. Por los caminos andaban grupos de personas un tanto perdidos, porque quien haya visitado esa zona reconoce que es un laberinto donde una nunca está segura en qué dirección y sentido va. Me despisté un poco, nos paramos a preguntar, mi copiloto se bajó y habló con un grupo unos segundos. Después escuché abrir y cerrar el maletero y se volvió a montar. Retomé el trayecto y en uno de baches me comentó tranquilo: Cuidado con los badenes, llevamos a alguien en el maletero. No me extrañó demasiado, era tarde y quien fuera estaría cansado para caminar hasta ese local en el acantilado. Continuamos hacia el bar y, al ver que estaba cerrado, seguimos hasta casa repasando las canciones y anécdotas de la noche. Nos habíamos olvidado absolutamente de la persona en el maletero, que probablemente se hubiera dormido. En una epifanía le pregunté ¿estás bien? Y dio dos golpes a modo de sí.
Había policía en la rotonda, y mi copiloto se preocupó por si nos paraban y abrían el maletero. Habíamos visto las noticias esa tarde y “lo mismo también están buscando aquí a Puigdemont”.
Llegamos a la casa, los demás se bajaron del coche en la oscuridad más absoluta y pude ver por el retrovisor cómo un hombre salía del maletero y cogía su camino. Preferí no saber mucho más, me he vuelto menos curiosa.
Al día siguiente vi todas las especulaciones y teorías en torno a complots complicadísimos sobre la huida pero humildemente pensé que, si me hubieran parado y descubierto en mi maletero a Puigdemont, mi única defensa habría sido me despisté.
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