“Respeto por ambas partes”, así transcurre la vida en Alcalá de Guadaíra tras la acogida de 85 refugiados subsaharianos

Este grupo de migrantes solicitantes de asilo ha tenido que ser reubicado tras el cierre de un dispositivo similar en Granada en el que llevaban unos cinco meses

Sara Rojas

Alcalá de Guadaíra (Sevilla) —

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Desde este lunes 9 de septiembre, el municipio sevillano de Alcalá de Guadaíra cuenta con 85 nuevos residentes. Se trata de un grupo de refugiados procedentes de países subsaharianos –la mayoría de Mali– “que vienen huyendo de países en conflicto o donde sus derechos han sido vulnerados”, como explican desde la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), la ONG que se encarga de gestionar el dispositivo de acogida humanitaria que se ha instalado de urgencia en el hotel Sandra de la localidad alcalareña, tras el cierre de un dispositivo similar en Granada en el que llevaban unos cinco meses.

Desde que la noticia de su llegada empezó a circular por redes sociales a las puertas del fin de semana, la “inquietud” y la “incertidumbre” se apoderó de parte de los vecinos, que llegaron a movilizarse para manifestar su rechazo. Pero, pasadas las primeras 24 horas y con este grupo de personas migrantes solicitantes de asilo ya instaladas, la vida continúa transcurriendo con “tranquilidad” en Alcalá de Guadaíra, según trasladan este martes a SevillaelDiario.es quienes habitan la zona.

Es el caso de Gonzalo, que vive justo al lado del hotel Sandra, de donde salen y entran a lo largo de la mañana los nuevos huéspedes. Cogido de la mano de su nieta, dice sentirse “tranquilo” y añade: “Mientras se comporten, no hay de qué preocuparse”. Sabe que algunos de sus vecinos conviven ahora con la preocupación, pero, a ojos de este abuelo, “no hay diferencia” con respecto a la semana anterior, salvando la expectación social y mediática que se generó este lunes en las inmediaciones del hotel Sandra ante la llegada de dos autobuses escoltados por un dispositivo policial.

Falta de información

En frente del hotel, se encuentra la casa de Mari Carmen, propietaria de un bar ubicado a escasos 70 metros del centro de acogida. Desde el otro lado de la barra, reconoce haber sido una de las que se dejó llevar por “el revuelo que se formó” en Alcalá los días previos a que llegaran los migrantes. Se refiere a la “alarma social” que se disparó el jueves de la semana anterior, alentada por una “malintencionada suma de bulos y desinformación”, según lo explica la alcaldesa de la localidad, Ana Isabel Jiménez (PSOE), quien ha recibido amenazas e insultos por este tema.

Para Mari Carmen y otros tantos vecinos, el problema está en que “no nos dijeron nada” y que la información oficial tardó en llegar, por lo que los bulos que circulaban por canales extraoficiales fueron alimentando el “miedo” a lo desconocido de algunos vecinos. Sin embargo, ahora que les ha puesto cara, que se ha cruzado con ellos –“te dicen hola y adiós”– e incluso los ha atendido en el bar, confiesa que le han dado “buena impresión”. La clave para Mari Carmen está en que haya “respeto” por ambas partes: “Si queremos que nos respeten, no es justo que los insultemos a ellos”.

Uno de los clientes que escucha la conversación agrega, con recelo, que “todavía es pronto” para valorar, pues la acogida temporal puede prolongarse hasta final de año, en virtud del acuerdo entre CEAR y el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones para hacerse cargo del dispositivo instalado en el hotel alcalareño. Desde la ONG se recuerda que estas personas migrantes son “solicitantes de protección internacional, a la espera de resolución de su solicitud por parte del Ministerio”.

Pensando en mudarse o en poner alarmas

En la puerta del bar de Mari Carmen, Manuel, Rafael y Pablo comentan la noticia del día mientras ven pasar a un grupo de subsaharianos capitaneados por dos trabajadoras de CEAR, que los acompañan en sus “procesos de integración con el aprendizaje del idioma, formaciones y búsqueda de empleo”, como informan a este periódico fuentes de la organización.

Pese a todo, los puntos de vista xenófobos no faltan. “La inquietud está, sobre todo por los niños”, refiere Rafael contando con el gesto afirmativo de sus compañeros de mesa. “Si antes dejábamos las puertas abiertas, ya no, y hay quienes están poniendo alarmas”, señala Pablo. De su lado, Manuel comenta que su hija tiene que dejar a su nieta de 10 años en el aula matinal muy temprano y que “ahora le da miedo ir sola”. Por eso, cuenta, fue una de las madres que se organizaron en contra de la acogida de los migrantes, participando en una concentración que tuvo lugar el domingo entre el establecimiento hotelero y el CEIP Silos, situado a menos de 200 metros.

Conforme avanza la conversación, los tres llegan a la conclusión de que “no tiene por qué pasar nada”. “Ahora mismo la cosa está tranquila”, reconocen, antes de que Rafael apostille: “Llevan dos días, mientras respeten...”. La cuestión es que en Alcalá “no estamos acostumbrados a esto”, como explica Manuel, de ahí que haya “mucha incertidumbre”. En ese momento sale del bar Francisco Javier, un joven que está apuntado en la autoescuela de la esquina que colinda con el hotel. “Nos ha pillado de sopetón”, afirma para tratar de explicar la discrepancia que se palpa en parte de los vecinos y que él atribuye al desconocimiento: “No sabíamos lo que iba a venir”.

La dueña de otro comercio cercano corrobora que la preocupación ha calado en parte de la población: “Aquí hay clientas que han llegado a decir que si la cosa se pone muy fea, venden la casa y se mudan”. Otras, en cambio, “dicen que se alegran de que vengan porque hay que ayudarlos”. Ella personalmente reconoce haberlo “pasado mal” desde que le llegó la noticia por redes sociales, aunque ahora, después de cruzarse con ellos, dice sentirse “más relajada”. “Al principio estaba muy asustada porque no nos lo esperábamos y no sabíamos en qué estado iban a venir, pero ya lo vamos normalizando porque pasean por aquí con las monitoras y hay que integrarlos”, concluye.

“Son personas”

De camino al colegio para llevar a sus nietos a su primer día de clase, Dolores se cruza con otro grupo de subsaharianos. “No me preocupa en absoluto, son personales normales”, afirma. Lo mismo opinan Yaiza y Naira, quienes defienden que “son personas” y se merecen “toda la ayuda que podamos darle”.

Sin embargo, otros padres que caminan en la misma dirección exponen su temor a que la llegada de estos refugiados pueda “alterar la vida” de un barrio que definen como “muy tranquilo”. “Lo que espero es que esté muy controlado y que no se produzca ningún incidente”, expresa Juan Carlos, quien se sorprende al conocer que la cifra total es de 85 refugiados y no de cientos, como se había difundido.

Algunos de ellos, de hecho, replican el discurso que dio el portavoz de Vox en el Parlamento andaluz, Manuel Gavira, a las puertas del hotel coincidiendo con el día de la llegada. El portavoz de la formación ultraderechista habló de “200 inmigrantes ilegales enviados por Sánchez” y advirtió que todos son “adultos y corpulentos”.

“Me gustaría que les dieran trabajo”

Frente a las sospechas que arrojan sobre los migrantes recién llegados, José asevera: “Preocupación ninguna”. Y destaca de ellos que son personas “con educación”, que “te saludan cuando se cruzan contigo”. “Lo que sí me gustaría es que le dieran trabajo”, reflexiona este jubilado, antes de sugerir que “en Arahal hace falta manos para coger aceitunas”.

Junto a quienes expresan su inquietud o confianza abiertamente, están aquellos vecinos y comerciantes que prefieren “no opinar”. Aunque guardan silencio, deslizan con sus gestos cierta disconformidad y malestar. “Prefiero no opinar porque no lo van a tener en cuenta”, zanja una clienta en una tienda cercana al hotel. Otras dicen tener miedo, pero no por la llegada de 85 solicitantes de asilo, sino “por lo que la gente se puede llegar a inventar en las redes”, habida cuenta de la polémica que se desató los días previos.

A pesar de los recelos que todavía se palpan entre algunos vecinos, desde CEAR aseguran que “todo está funcionando con total normalidad” y se muestran convencidos de que “Alcalá es una sociedad solidaria y acogedora”. De hecho, hay alcalareños que se han interesado por colaborar con la organización como voluntarios, “y eso es una de señal muy bonita de solidaridad”, apuntan desde la ONG. Muestra de ello es el testimonio de personas como Adriana, que opina que “no se puede juzgar tan rápido” y recuerda que “todos necesitamos ser acogidos”.

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