“Eran gente corriente como tú o como yo, simples trabajadores que cada día cogían los cepillos para limpiar las calles de Madrid. Su único delito fue tener conciencia política, estar sindicados y haberse puesto del lado de la legalidad republicana frente al golpe de Estado franquista”. Así resume Óscar Rodríguez la triste historia de los barrenderos municipales madrileños represaliados por Franco.
Este voluntario de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha sido el encargado de dirigir una investigación, centrada en ese colectivo olvidado, que se ha prolongado durante algo más de un año. Una investigación singular para la que ha contado también con un equipo muy especial: 12 voluntarios, hombres y mujeres que actualmente trabajan como barrenderos en la capital de España.
“Han hecho una gran labor y, como siempre, sin contar con ningún tipo de subvención ni ayuda institucional de ningún tipo. Han empleado sus días libres, los ratos que debían destinar al ocio y a la familia para visitar archivos y entrevistar a descendientes de las víctimas”.
Rafael Sánchez Toribio es uno de ellos y lleva ya 31 años limpiando las calles de Madrid: “Me embarqué en esto al saber lo que habían sufrido todos estos hombres. Eran, al fin y al cabo, compañeros míos de trabajo. Eran mis antecesores y no podía ser que siguieran ahí, en el más absoluto de los olvidos. Por eso me sumé a este proyecto”.
La fuente inicial de la investigación fue el periódico El Obrero Municipal, órgano de comunicación de la agrupación de trabajadores municipales de la UGT que aglutinaba, básicamente, al personal de limpieza pública y jardines.
“Se publicó desde 1921 hasta enero del 39 –apunta Óscar Rodríguez–. De ahí sacamos cientos de nombres de barrenderos que luego cruzamos con los sumarios franquistas que se guardan en el Archivo Histórico de la Defensa”. El resultado fue estremecedor. Al menos 413 barrenderos madrileños fueron depurados por el franquismo. De ellos 11 fueron fusilados, 45 pasaron largas temporadas en prisiones, campos de concentración o realizando trabajos forzados, 11 acabaron en paradero desconocido; el resto fueron despedidos y/o sufrieron otro tipo de represalias laborales y administrativas.
No hubo clemencia
Detrás de cada barrendero los investigadores han descubierto una historia desoladora. “Vas profundizando, te metes en la piel de la víctima… te conmueves y también te acojonas –confiesa Óscar–. Quizás el caso que más me impactó fue el de Victoriano Sánchez Medina. Este hombre tenía que ser muy querido porque sus vecinos se atrevieron a firmar una carta en la que defendían su inocencia. Más si se tiene en cuenta el momento en que lo hicieron.
Era mayo de 1940, en un Madrid sumido en el terror impuesto por los fascistas. Y aún así firmaron. En esa carta manuscrita puede leerse: “Los abajo firmantes vecinos de la barriada de Bilbao, término de Vicálvaro, certifican y juran por su fe católica… que es persona de muy buenos antecedentes… y que ni antes ni después del movimiento molestó a nadie personalmente ni políticamente”. 12 rúbricas rematan la misiva que, sin embargo, no sirvió para nada. Cinco meses después de ser entregada a las autoridades militares, Victoriano fue fusilado.
Leyendo los sumarios y las sentencias de muerte de Victoriano y de los otros diez barrenderos fusilados se entiende perfectamente cómo funcionó la “justicia” franquista. Los testimonios directos exculpatorios eran directamente ignorados. A los acusados ni siquiera se les solía permitir hablar en los consejos de guerra para defenderse de unos cargos basados en suposiciones, difusas pruebas sin contrastar y un profundo odio político hacia quienes habían defendido el régimen democrático republicano.
Con matices, las 11 sentencias de muerte fueron parecidas a la que se dictó contra Francisco Arellano. En ella se puede leer que será ejecutado por “un delito de adhesión a la rebelión con las circunstancias agravantes de perversidad y trascendencia de los hechos…”
Barriendo el olvido
Las conclusiones de esta investigación le fueron presentadas, en primer lugar, a los descendientes de las víctimas. Aunque la ARMH no ha logrado localizar a familiares de todos los barrenderos depurados, sí ha encontrado a los hijos y nietos de algunos de ellos. “A todos le hemos entregado la información sobre sus seres queridos –señala Óscar Rodríguez–. La familia del barrendero Joaquín Féniz, por ejemplo, sí sabía que había sido fusilado. Sin embargo, nos hemos encontrado con otros casos que pensaban que su abuelo o su tío había muerto en el frente de batalla. Hasta ese punto ha llegado el olvido al que fueron condenados estos hombres”.
En algunos casos, estos familiares también han aportado documentos e incluso objetos que conservaban de las víctimas. Kati, la nieta de Gregorio Panadero guardaba un cinturón que el barrendero confeccionó, con cartón y papel, en la cárcel para regalárselos a su hija Julia. Panadero también hizo sencillos dibujos con emotivas dedicatorias mientras aguardaba, inútilmente, la conmutación de la pena de muerte: “De su papá, para mi niño de 7 años”, escribió en uno de ellos.
Esta parte final de su trabajo es la que más marcó a Rafael Sánchez Toribio: “Ver a los familiares de mis compañeros asesinados fue también muy duro porque comprobé lo mal que lo pasaron las viudas y los huérfanos”. Rafael recuerda especialmente el caso de Clara y Aurora, esposa e hija de Joaquín Féniz: “Las dos fueron muy luchadoras. Clara fue encarcelada en la prisión de mujeres de Ventas y por negarse a gritar ¡Arriba España! la castigaron enviándola al penal de Deusto. Su hija Aurora, cuando fue mayor, saltaba por la noche la tapia del cementerio civil. Como no sabía dónde estaba enterrado su padre, depositaba unas flores en las tumbas de Pablo Iglesias y del teniente Castillo.”
Y tras las familias, toda esta información será puesta a disposición de los españoles en general y de los madrileños en particular. Será el próximo domingo, 19 de noviembre, a las 18:00 horas en el auditorio centro del Palacio de Cibeles. Allí se realizará un homenaje a este colectivo de olvidados entre los olvidados. Un homenaje que contará con un lema muy elocuente: “Barriendo el olvido”.