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El legado radiactivo de Chernóbil en Europa continúa 30 años después

El accidente de Chernóbil obligó a evacuar los pueblos cercanos

Teguayco Pinto

  • “Debemos entender que la radiactividad no encuentra fronteras y lo que ocurre en cualquier lugar del globo puede afectar a zonas muy lejanas”, explica a eldiario.es Francisco Castejón

Era poco más de la una de la mañana cuando se inició el experimento. Los operarios realizaron las preparaciones oportunas, pero algo salió mal. La potencia del reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil se disparó y se produjo una explosión. Apenas unos segundos después se producía un segundo estallido. Era el 26 de abril de 1986 y había tenido lugar uno de los accidente industriales más importantes de la historia. Un accidente cuyo número de víctimas mortales es aún objeto de controversia y cuyos efectos se continúan sintiendo en varios puntos del globo.

“Se les fue de las manos”, explica a eldiario.es Rafael García, catedrático de Física Aplicada de la universidad de Sevilla. El resultado de aquel experimento fallido provocó una nube radiactiva que se extendió por distintas zonas del continente. “Fue una contaminación no uniforme y algo errática que se extendió por Europa siguiendo la dirección de los vientos”, asegura este investigador.

La peor parte se la llevaron los países más cercanos, especialmente lo que hoy es Bielorrusia. Varios estudios han mostrado que la contaminación ha provocado un aumento de casos de cáncer de tiroides entre niños y que el personal que trabajó en la central accidentada tiene un 60% más de incidencia de leucemia.

Sin embargo, García explica que, aunque hoy en día se puede seguir detectando radiación en muchos lugares, el peligro para la población de Europa occidental “es insignificante”. Aún así, este investigador aclara que hay poblaciones “más sensibles, especialmente en el norte de los países nórdicos”.

En varias zonas del sur y el centro de Noruega las precipitaciones y la nieve terminaron depositando grandes cantidades de cesio-137 que había salido de Chernóbil. Los niveles más altos de esta sustancia radiactiva se encuentran en la capas superficiales del suelo, donde es absorbida por las plantas, especialmente por musgos, líquenes y hongos, que son ingeridos por la fauna local.

Según García, el peligro potencial depende del tamaño de la cadena trófica. “En este caso los musgos y líquenes absorben gran cantidad de cesio-137, que pasa directamente a los renos, con lo se puede producir una mayor transferencia”.

Una amenaza para el pueblo lapón

Pero aquel 26 de abril Kjell Joran Jama, un granjero lapón de 67 años y cuya forma de vida se sostiene en la cría de renos, no sabía que aquella lejana explosión que se había producido en la Ucrania soviética le acabaría alcanzando. “Recuerdo verlo en las noticias, pero nunca pensé que pudiera llegar hasta nosotros… Sin embargo, llegó y nuestros renos se volvieron radiactivos”.

Kjell, que vive en la Laponia Noruega, es el protagonista de un fotoreportaje realizado por Amos Chapple para Radio Free Liberty. Según este medio, cuando comenzaron las mediciones de la carne de reno, el gobierno noruego descubrió que superaban ampliamente los niveles marcados por la UE, así que tuvieron que aumentarlos en un intento de salvar de la quiebra a Kjell y los suyos, cuya supervivencia depende de la cría de estos animales.

Durante el último año los científicos que han medido los niveles de radiación de los renos han obtenido unos resultados que cumplen la laxa normativa noruega. Sin embargo, los niveles de radiación en los estos animales fluctúan enormemente de un año a otro y en 2014 los medios locales informaron de unos niveles de radiación excesivamente altos en la carne de reno, lo que provocó grandes pérdidas para los lapones.

La contaminación no conoce fronteras

Pero el caso de los saami, como también se conoce al pueblo lapón, es solo uno de los varios ejemplos de hasta donde llegó la contaminación y en muchos países se mantienen órdenes de restricción para la producción, transporte y consumo de alimentos que pueden seguir contaminados por radioactividad de Chernóbil.

Según el informe TORCH, publicado en el vigésimo aniversario de la catástrofe, en el Reino Unido varias granjas de ovejas mantienen restricciones y en ciertas zonas de Alemania, Austria, Italia, Lituania, Suecia, Finlandia y Polonia, se han detectado altos niveles de radiación en jabalíes y ciervos, así como en setas, bayas y algunas especies de peces en lagos.

Además, gracias al accidente de Chernóbil también se han identificado mecanismos de propagación de la contaminación que resultaban insospechado. “Hoy sabemos que hay aves migratorias que pasan por allí, se alimentan de plantas contaminadas y luego llevan la radiactividad por todo el mundo”, explica a eldiario.es Francisco Castejón, investigador del Centro de Investigaciones Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT) y miembro de Ecologistas en Acción.

Según este físico, “debemos entender que la radiactividad no encuentra fronteras y lo que ocurre en cualquier lugar del globo puede afectar a zonas muy lejanas, por lo que es necesario que haya un acuerdo internacional para ir sustituyendo poco a poco esta fuente de energía”.

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