Emilie Caspar, neurocientífica: “Para cometer un genocidio, nuestro cerebro primero debe deshumanizar al otro”
Buscar la base neural de los comportamientos inmorales. El objetivo del Laboratorio del cerebro moral y social que dirige la belga Emilie Caspar es ambicioso. Intentan “comprender cómo los humanos toman la iniciativa y la responsabilidad de sus acciones y cómo perciben y sienten el dolor que podrían causar a los demás”. Dicho de otra manera, Caspar y su equipo tratan de encontrar la base científica de la banalidad del mal.
En la conferencia Falling Walls, en Berlín, Caspar dio una charla sobre cómo derrumbar “el muro de la obediencia ciega”. Una obediencia, que como vemos a lo largo de la historia y de la geografía planetaria, puede llevar al ser humano a cometer las peores atrocidades. Una y otra vez.
Como investigadora, no ha dudado en sentarse en la cárcel con los perpetradores del genocidio en Ruanda o del genocidio en Camboya para estudiar su manera de pensar. ¿Es difícil pasar tanto tiempo con este tipo de personas?
Efectivamente, es una población difícil de manejar. Creo que es también una de las razones por las que hay tan poca investigación sobre estos perfiles. Lo que cuentan es muy difícil de entender. Cuando comencé a hacer eso, tuve que mentalizarme durante meses y meses solo para asegurarme de estar preparada. Leí libros de otros académicos que habían trabajado con antiguos perpetradores y habían narrado sus historias.
Uno en particular, que se llamaba Une saison de machettes (Temporada de machete), donde se cuentan, sin escatimar detalles horribles, las historias de los perpetradores del genocidio ruandés de 1994. Empecé leyendo las primeras tres páginas, pero luego tuve que hacer una pausa. Tuve muchas pesadillas. Luego volví a leer, tres páginas más, luego unos días de descanso. Muchas pesadillas, y así sucesivamente.
Es fácil decir que son monstruos que aman hacer daño a los demás. La realidad es mucho más compleja. Son seres humanos normales, que hicieron cosas dentro de un contexto
Después de un tiempo, te acostumbras. Y aprendes a manejar tus emociones cuando lees o escuchas esas historias. Pero también aprendes a no juzgar, porque mi papel no es juzgarlos. Yo soy neurocientífica, soy una psicóloga. No soy abogada, ni jueza. Lo que estoy haciendo es tratar de entenderlos, de entender su perspectiva. Es fácil decir que son monstruos que aman hacer daño a los demás. La realidad es mucho más compleja. Son seres humanos normales, que hicieron cosas dentro de un contexto. Sí, algunos tienen rasgos oscuros, pero no todos. Y entonces en realidad –sé que suena raro– cuando interactúas con ellos en la corta distancia, son personas muy agradables. Así que tienes que aprender a gestionar un montón de altibajos en tu equilibrio emocional, especialmente cuando el mismo día que hablas con ellos, también has trabajado con las víctimas y has escuchado sus terribles historias.
¿Puedes acabar teniendo empatía hacia los verdugos?
Bueno, diría que con todos ellos, no. Pero sí que hay personas con las que hablas, y ves tristeza en sus ojos cuando te cuentan lo que hicieron. Algunos de ellos apenas pueden lidiar con este sentimiento. Por ejemplo, en Ruanda. Tienes que pensar que cuando entiendes cómo sucedió todo aquello, cuando imaginas que no tenían educación, que vivían en pueblos pequeños, que no tenían informaciones, excepto las de los medios del Gobierno que durante años habían hablado del otro grupo, los tutsi, como de una amenaza constante y como causa de todos sus problemas.
Hablemos de su investigación. ¿Se puede estudiar científicamente la moralidad?
Es complicado. También porque la definición de “moralidad” difiere mucho entre individuos, pero también entre diferentes culturas, poblaciones, y también a lo largo de la historia. Hay diferentes maneras de hacerlo. En Europa, el método experimental que utilizaríamos sería el de examinar situaciones en las que las personas participantes se enfrentan a una decisión moral.
Los seres humanos nos separamos mucho entre nosotros. Tenemos fuertes prejuicios intergrupales hacia personas que no reconocemos como de nuestro propio grupo. Ese es un peldaño típico de cada genocidio que ha ocurrido
Por ejemplo: ¿harías daño a alguien para aumentar tu propio beneficio económico? En nuestras culturas occidentales, estaríamos de acuerdo en que es una decisión moral que hay que tomar. O les ponemos delante de unos dilemas morales. Así que, por ejemplo, les preguntamos: ¿matarías a esa persona si eso te permite salvar a cinco personas más? Este sería el enfoque experimental. Medimos su comportamiento y, por ejemplo, medimos lo que sucede en su cerebro cuando toman esas decisiones mediante un escáner. Una resonancia magnética o, sobre todo, una electroencefalografía.
Pero después también entrevistan a jemeres rojos en Camboya o presos en las cárceles de Bélgica.
Exacto. El segundo enfoque es el de estudiar a personas que en algún momento cometieron actos inmorales o ilegales y tratar de conocer su punto de vista. Los perpetradores con los que he trabajado hicieron cosas que iban en contra de todos los estándares morales en todas las culturas. En general, los seres humanos aceptamos que no se debe matar ni torturar a otro ser humano que no nos ha hecho nada. Los entrevistamos y tratamos de entender por qué hicieron lo que hicieron.
Y ¿a qué conclusión han llegado hasta ahora?
Es una pregunta muy difícil. Desde la perspectiva del cerebro, la moralidad no es como una región cerebral –por otro lado, ya sabemos que nada es como una sola región cerebral–. Siempre hay una interacción entre muchas regiones cerebrales diferentes que entran en juego y el ambiente. Por eso es muy difícil darte una respuesta simple. Hay muchos estudios de resonancia magnética que muestran que hay muchas áreas involucradas en la toma de decisiones morales.
Cuando se nos muestra a un individuo que sufre se desencadenan actividades en regiones cerebrales en la CCA (córtex del cíngulo anterior) y se ha demostrado que cuando no es de nuestro propio grupo –por etnia, religión, etc.– nuestro cerebro procesa menos su dolor
Tengo que decir que algo con lo que no estoy satisfecha en la neurociencia es que basa casi todas sus conclusiones en valores occidentales. Utilizamos la misma definición de ‘moralidad’ que vale para la mayoría de nosotros. Pero el mundo occidental solo representa el 12% de la población mundial, así que casi todo nuestro campo de investigación basa sus conclusiones en una muestra restringida. No tiene ningún sentido estadístico. Por eso trato de ampliar la muestra accediendo a poblaciones de todo el mundo que son diferentes, que pueden procesar la moralidad de manera diferente, para intentar tener una imagen más global sin sacar conclusiones exclusivamente centradas en Occidente.
De acuerdo, ampliemos la mirada. Pero no podemos obviar que los genocidios siguen pasando, basta con mirar a Palestina. Y buscamos respuestas sobre los horrores que pasan ahora, no solo después de que hayan pasado, como los ejemplos que nos ha dado.
Cada caso es diferente, y cada guerra o genocidio actual es complejo. Pero al mismo tiempo es fácil de entender. Hay grupos diferentes, y uno quiere el poder sobre el otro.
Los seres humanos nos separamos mucho entre nosotros. Tenemos fuertes prejuicios intergrupales hacia personas que no reconocemos como de nuestro propio grupo. Ese es un peldaño típico de cada genocidio que ha ocurrido. Primero, hay una categorización de las personas; luego hay un proceso de deshumanización; y finalmente es ahí donde se puede iniciar la violencia. Hay patrones para los genocidios. El sitio web Genocide Watch detalla 10 etapas que caracterizan cada genocidio. Ahí puedes ver ejemplos reales y actuales, y ellos te dicen en qué etapa se encuentran. Hay patrones parecidos en todo el mundo y en todas las sociedades.
¿Y cómo explica desde el punto de vista científico ese proceso de deshumanización tan importante para que un genocidio tenga lugar?
Hay que pensar: ¿por qué separamos la gente en grupos? Es difícil demostrarlo, pero creo que es parte de la evolución. Somos sociedades muy grandes. Hemos evolucionado en grupo. Y ser parte de un grupo nos brinda protección. Allá es donde podemos tener apoyo. Es como si estuviéramos hechos para proteger a nuestro propio grupo. Esa es una tendencia natural que todos los seres humanos tenemos. Y esto lo ve la neurociencia en nuestro cerebro.
Por ejemplo, cuando se nos muestra a un individuo que sufre, se desencadenan actividades en regiones cerebrales como la empatía, en la CCA (córtex del cíngulo anterior) o la ínsula. Y se ha demostrado muchas veces que cuando se muestra a alguien que no es de nuestro propio grupo, sino de otro grupo –por etnia, religión, o lugar donde vive la persona, o también puede ser un forofo de otro equipo de fútbol– en este caso, nuestro cerebro procesa menos su dolor.
Hay una diferencia en la actividad cerebral en esas regiones en los cerebros de los perpetradores, de los rescatadores o de los transeúntes que no hacen nada delante de la barbarie
Estos sesgos intergrupales están fuertemente integrados en nuestro cerebro. Y la deshumanización también afecta a muchas regiones cerebrales diferentes, asociadas con la cognición social. Cuando vemos, por ejemplo, a personas típicamente deshumanizadas, como drogadictos o personas sin hogar, utilizamos menos las regiones cerebrales asociadas con la toma de decisiones sociales. Esto tiene mucho impacto. Si a esto le sumamos el hecho de que obedecer órdenes tiene un fuerte impacto en el cerebro, entonces podemos explicar mejor que la gente siga este tipo de movimientos en lugar de resistirse a ellos.
¿Es más fácil, moralmente, seguir órdenes que tomar decisiones por uno mismo?
Creo que sí. Pero esto es algo que todavía estamos estudiando en el laboratorio. Muchos datos nos indican que las personas siguen órdenes porque es más fácil. Y creo que a nuestro cerebro le gusta hacerlo porque no tienes que detenerte y pensar. A nuestro cerebro le gusta ahorrar recursos cuando puede. Y además hemos evolucionado en sociedades jerárquicas, en sociedades organizadas. Es más fácil seguir lo que nuestros compañeros nos dicen, y se requieren más recursos para ir en contra.
Pero no todo el mundo decide torturar o matar.
Es así. Hay una diferencia en la actividad cerebral en esas regiones en los cerebros de los perpetradores, de los rescatadores o de los transeúntes que no hacen nada delante de la barbarie. En el cerebro de los rescatadores, las personas que sí intervienen para salvar las víctimas, no se atenúa la actividad de empatía, siguen procesándola. Y es eso quizás lo que ayuda a no desviarse del dolor de los demás, sino actuar.
¿Y a qué se debe esta diferencia?
Es una buena pregunta, y estamos intentando estudiarlo. Tenemos datos contextuales. Por ejemplo, algunos rescatadores dicen que, como vieron a sus familiares ayudar a otras personas en el pasado, se han criado en la compasión. En la empatía, tal vez la educación puede ser un factor. Sin embargo, la gran parte de la investigación está buscando una respuesta a esta pregunta.
Así que no podemos decir si la empatía es una tendencia innata o si nos la enseñan.
Probablemente en la mayoría de los casos las dos cosas están en juego. Pero estudiar la intersección de las dos con enfoque experimental es tremendamente difícil porque no puedo escanear a todas las personas del mundo. Es muy difícil estudiar comportamientos humanos, y no es fácil comparar casos con tipos de crianzas diferentes. De momento, no sé contestar. Sería mi sueño poder hacerlo.
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