La revalorización de cuernos y colmillos en el mercado negro hace peligrar a grandes especies
Grandes animales. Gran negocio. El contrabando de especies enormes, iconos de la vida salvaje, está abocándolos hacia la extinción muchas veces por el valor económico que se le ha otorgado a una ínfima parte de sus cuerpos. En esa lista están los elefantes y rinocerontes pero, hace pocos días, durante la Conferencia sobre Biodiversidad de la ONU celebrada en Cancún (México), se dio a conocer el grave declive de las poblaciones de jirafas. Uno de los motivos para abatir estos gigantes apacibles es, simplemente, hacerse con el mechón de sus colas.
El tráfico ilegal a base de pequeñas porciones de elefante (sus colmillos de marfil) o rinocerontes (por sus cuernos) no para de crecer. Para satisfacerlo es necesario matar un gran número de animales para reunir el material demandado: los colmillos suponen un 1,6% del volumen total –100 kilos de 6.000–. Los cuernos apenas un 0,16% de los rinocerontes (4 kilos de 2.400, de media).
Mantener el flujo obliga a que la media anual de ejemplares cazados se cuente por miles: 20.000 elefantes, más de 1.000 rinocerontes mantienen la escalada de precios en el mercado negro. Un kilo de marfil costaba 190 euros en 2003, 1.600 en 2009 y rondaba los 2.500 en 2013, según el observatorio de contrabando de vida salvaje Traffic. Para el kilo de cuerno de rinoceronte, la escalada es mayor: en 25 años pasó de 765 euros a 62.000. Una vez cobrados y mutilados, los cadáveres son abandonados sin más.
El dato sobre las jirafas confirmado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) explicaba que “la caída de su población fue de casi el 40% desde 1985”. De 157.000 a 97.500 ejemplares.
Stephannie Fennessy, directora de la fundación radicada en Namibia, Giraffe Conservation, cuenta que, aunque el furtivismo no es tan responsable de la situación de amenaza que experimenta la especie, cuando se las persigue es para conseguir “partes específicas de su cuerpo”. Y explica que “en la República Democrática del Congo, sus rabos son considerados como un símbolo de riqueza”. Además sus fibras se usan en brazaletes y abalorios. “Hace muy poco, en el Parque Nacional de Garamba aparecieron tres cuerpos muertos a los que solo les faltaba el rabo”, relata la conservacionista.
Rutas internacionales
Jirafas, elefantes, rinocerontes son abatidos en África. Pero su tráfico no es un problema, al menos exclusivamente, africano. Las incautaciones de grandes cargamentos se producen en muchas ocasiones en sus viajes hacia el sureste asiático, EE UU o Europa.
Las aprehensiones han ido creciendo hasta superar las 41 toneladas de marfil en 2013. Muy por encima de las 19 toneladas de 2000, según los datos de la Convención sobre Tráfico de Animales Salvajes (CITES). Eso supone 4.000 elefantes y 120 millones de euros. Al año siguiente, según las estimaciones provisionales, se acercaron a las 60 toneladas. Con los cuernos de rinoceronte, la cantidad apresada se ha multiplicado por 2,5 entre 2008 y 2013: de 198 a 346 kilos.
El mapa de las rutas del contrabando elaborado por la Agencia para el Desarrollo Internacional de EE UU muestra cómo entre 2000 y 2008, los cargamentos partían desde unos 16 países diferentes de África central y del sureste hacia, sobre todo, Indonesia y de ahí a Japón. También hacia China y EE UU. Reino Unido, Bélgica y Holanda aparecen como puntos de destino.
A partir de entonces, las líneas cambian. Muchos menos estados están implicados en el envío: menos de una decena (sobre todo Tanzania seguido por Suráfrica, Guinea Bissau o Costa de Marfil). El suministro se dirige a Malasia, que sirve de distribuidor a China, el nuevo mercado preferencial. Según ha aumentado la presión sobre los países emisores, los traficantes han buscado nuevos caminos para rodear la vigilancia. Ahí ha aparecido España.
España no ha sido ajena a este tráfico. Ha sido incluida en los estudios de vigilancia de los mercados de marfil en Europa como uno de los principales focos junto a Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia. Cuando el mercado se ha desplazado definitivamente hacia Asia, España ha servido como país de tránsito para el envío de marfil a terceros estados.