“Haz lo que yo no pude”: la historia olvidó a madres y abuelas (y nosotras no queríamos ser como ellas)
“Cuéntame tus viajes, que yo vivo a través de ti”. Sentada a la mesa del salón, mi abuela Ana pedía historias y compartía las suyas. Detrás de las frases que muchas escucharon de sus madres o abuelas había mucho más que mujeres que querían para las suyas lo que ellas anhelaron. “Tú estudia”, “sé libre”, “gana tu propio dinero, no dependas de nadie”, “haz lo que yo no pude”, “disfruta todo lo que puedas”. Esas consignas hablaban, de alguna manera, de sus heridas: del sacrifico, de la renuncia a lo que una es o desea, de la frustración por las vocaciones aplastadas, de la negación de su autonomía. Y por último, del olvido: ni la historia con mayúsculas ni la sociedad más cotidiana parecía considerar importante lo que ellas habían vivido, hecho, pensado o trabajado. Las batallitas siempre eran las del abuelo. Pero, ¿qué soñaban madres y abuelas?, ¿qué batallas dieron ellas?
La periodista Gemma Ruiz Palá se hizo estas preguntas cuando, pasados los cuarenta y algo, se dio cuenta “de la injusticia” acerca de cuáles eran los referentes en una casa. “Salías de una reunión y te sentías orgullosa por haber defendido tu punto de vista y te salía compararte con tu padre, porque es a quien has identificado con el éxito, pero yo en realidad nunca le vi en acción. A quien veía en acción era a mi madre, que nos decía, por ejemplo, 'vamos al banco que me han cobrado unas comisiones tremendas' y la veíamos ir y dar argumentos y convencer al director de la oficina”, recuerda. Así que Ruiz Palá se propuso recuperar a las “referentes más privadas”.
Y así, de ese cuestionamiento sobre qué es lo importante y a quién consideramos referentes, nació su novela Nuestras madres (Consonni), un libro que entrelaza las historias de diez mujeres, la mayoría nacidas durante el franquismo, cuyas vidas son ficcionadas pero muy reales. Sus historias cotidianas hablan de esa generación de mujeres que no tuvo más remedio que renunciar a casi todo, a las que se les negó la posibilidad de decidir y disfrutar, y a las que el franquismo relegó a menores de edad cuyo tutor debía ser siempre un hombre. Esas mismas mujeres son también las que sacaron adelante familias, las que abortaron como pudieron, las que amaron a escondidas, las que se encerraron en iglesias para apoyar la lucha obrera, las que pelearon por desarrollar su talento aunque nunca tuvieran reconocimiento.
“Quería revertir la falsa impresión de que ellas son los referentes de lo afectivo y doméstico, pero en lo público y lo ‘importante’ son ellos. Nos han adiestrado en pensar que lo de dentro no tiene ni interés ni valor social o económico”, explica la autora, cuyas protagonistas sufren, pero como parte de un relato que también habla de sus sueños, intentos, logros, dudas y placeres. “Qué de talentos y de inquietudes vitales se tuvieron que tragar y cómo a pesar de todo siguieron adelante. Nos enseñaron a menospreciarlas, llevamos siglos con ese pensamiento de que todo lo que viene de las mujeres es lo pequeño, lo cutre, lo no valorable”.
Lali, Dora o Montserrat conviven en las páginas con mujeres nacidas entre los 70 y 80, como Bet, que muestra cómo algunas cosas no han cambiado tanto, y con Lana o Gabriela, que hacen de espejo para que veamos cómo la precarización de las migrantes es la que permite hoy en día que los cuidados se sostengan.
Nietas de la memoria
Con el mismo propósito, diez periodistas se unieron hace varios años para lanzar el proyecto 'Nietas de la memoria'. Las diez escribieron las historias de sus abuelas (o abuelas de otras) como manera de recuperar el relato de mujeres anónimas y sus contribuciones sociales y cotidianas. Nadie les había preguntado nunca porque nadie había pensado que sus historias fueran interesantes, que merecieran la pena. Sin embargo, después del '¿pero yo qué voy a contar?' o del 'si mi vida es muy normal' había horas y horas de conversación.
“Nuestra sensación era que se hablaba mucho de memoria histórica pero prácticamente era desde de un punto de vista masculino, del guerrero, de las batallas, de los represaliados... pero se hablaba poco de las mujeres en la retaguardia, de la persecución que también sufrían, de las secuelas. El franquismo laminó los derechos conseguidos y se volvió a los códigos decimonónicos, supeditadas al varón, teniendo que pedir permiso para casi todo. ¿Cómo sobrevivieron esas mujeres? Su misma existencia estaba silenciada, muchas eran amas de casa, las que supuestamente no trabajaban pero que se pasaban horas limpiando el hogar o limpiando portales o cosiendo para sacar adelante a sus familias”, reivindica la periodista Carolina Pecharromán, editora de Igualdad de TVE y una de las autoras de 'Nietas de la memoria'.
Detrás de sus abuelas encontraron historias que hablaban de la batalla “por la supervivencia social y económica”, de vidas que chocaban contra una sociedad “que les cerraba todas las puertas y que les daba a escoger entre muy poco”. “Existía un corsé social que hacía que el destino que se daba por hecho era encontrar marido, ser madre, ser sumisa. Muchas eran batalladoras en su pequeño ámbito”, apunta Pecharromán, que remarca, no obstante, que muchas encontraban sus espacios de desahogo. Como la abuela Juana, protagonista de su relato, que se sentía la criada de los vecinos cuando trabajaba en una portería pero que, a la que podía, compraba un cuartillo de vino y se reunía junto a sus amigas.
Para la veterana feminista Begoña San José, primera secretaria de la Mujer de CCOO, existe una dicotomía: “Solemos reconocer como antecesoras solo a unas cuantas famosas y de un periodo corto. Sin embargo, cuando hablas con mujeres de 40 años para abajo ves que el refuerzo de sus madres ha sido enorme. Quizá esas mujeres reconocen en privado ese empoderamiento que viene de sus madres pero no lo ven tanto como genealogía feminista, cuando también lo es”. San José aboga por recuperar las historias cotidianas de mujeres que han sido cruciales para empoderar o ayudar a otras, pero cuyas contribuciones también forman parte de las luchas vecinales, sindicalistas o feministas.
Esta recuperación de la genealogía más cotidiana coincide con otra: el feminismo está rescatando escritoras, científicas, pintoras o académicas para trazar una historia más completa, sin el sesgo machista que sigue borrando los nombres de las mujeres en libros, museos, universidades o reconocimientos. En Las Primeras Periodistas (1850-1931). Profesionalización y activismo en España, Francia y Reino Unido (Renacimiento), Pecharromán traza esa genealogía con las periodistas. “La de las periodistas, como la del resto de mujeres, forma parte de una invisibilización generalizada de las mujeres, de nuestra agencia. Nosotras mismas, hasta poco, tampoco la veíamos o lo valorábamos”.
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