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Isabel Zendal, la gallega que cuidó a los 22 huérfanos que viajaron a Filipinas como 'vacunas humanas' contra la viruela

El María Pita partiendo del puerto de A Coruña en 1803 (grabado de Francisco Pérez).

Marta Macho-Stadler

Profesora de matemáticas, Universidad del País Vasco —

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El 30 de noviembre de 1803 zarpó del puerto de A Coruña el barco María Pita con destino a América. Daba comienzo de este modo la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Su misión era luchar contra la plaga de la viruela en las colonias españolas de América y las islas Filipinas, a través de una vacuna que inmunizara a sus habitantes.

El rey Carlos IV (1748-1819) patrocinó esta expedición de carácter filantrópico con fondos públicos, probablemente sensibilizado por el fallecimiento por viruela de la infanta María Teresa (1791-1794), una de sus catorce descendientes. El médico de la corte, Francisco Javier Balmis (1753-1819), lideró esta aventura humanitaria que buscaba vacunar de forma masiva a niñas y niños a lo largo del entonces imperio español.

En el María Pita viajaban treinta y siete personas. Entre ellas se hallaban veintidós niños huérfanos –todos varones–, de entre tres y nueve años. Eran vacunas humanas que debían transportar la recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios de Ultramar.

Estos pequeños no habían pasado la terrible enfermedad: cada nueve o diez días, se pasaba la enfermedad de un bracito con pus al de otro niño sano. Los acompañaba Isabel Zendal, la encargada de cuidarlos y mantenerlos sanos y vivos.

La vacuna contra la viruela: Edward Jenner y… lady Montagu

Recordemos que la viruela era –utilizo el pasado porque actualmente se considera erradicada– una enfermedad causada por el variola virus. Su tasa de mortalidad llegó a alcanzar el 30 % de los pacientes infectados.

En 1796 el médico británico Edward Jenner (1749-1823) comenzó un ensayo con muestras de pústula de la mano de una granjera contagiada con el virus de la viruela bovina. Lo inoculó a James Phipps, de ocho años, hijo de su jardinero. El pequeño reaccionó con algo de fiebre, pero no contrajo ninguna infección. Unos días después, el galeno volvió a pinchar varias veces al chico, esta vez con el variola virus. El niño no llegó a enfermar.

Esta fue la primera etapa de una investigación que Jenner prosiguió con otros veintitrés pacientes. Además, demostró que el pus protector de la viruela bovina podía inocularse de persona a persona, lo que evitaba la utilización de ganado en el proceso.

Tras las comprobaciones oportunas, en 1840 el gobierno británico prohibió la variolación –práctica originaria de China y la India en la que se ponía polvo de costras de viruela sobre un corte realizado en el paciente, algo no exento de peligro– para conseguir la inmunidad contra la enfermedad. La vacuna empezó a ser proporcionada de forma gratuita.

Recordemos que, antes que Jenner, la también británica lady Mary Montagu (1689-1762) observó durante un viaje a Turquía cómo las mujeres circasianas que se pinchaban con agujas impregnadas en pus de viruela bovina no contraían esta enfermedad. La aristócrata viajera inoculó a su propio hijo y, a su regreso a Inglaterra, repitió y divulgó este procedimiento –la variolación– entre otras personas.

Lady Montagu se encontró de frente con el gremio médico, que no hizo demasiado caso a esta técnica.

La otra cara de la expedición filantrópica

Francisco Javier Balmis dirigió junto a José Salvany y Lleopard (1778-1810) la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, la primera expedición sanitaria realizada a nivel internacional.

Esta aventura necesitaba, por supuesto, de los médicos encargados de administrar las vacunas y de los marinos que se ocupaban de transportarlos. Pero no olvidemos a otros actores esenciales para su éxito: los niños.

Estos pequeños procedían de distintas casas de expósitos –de la Casa de Desamparados de Madrid, del Hospital de la Caridad de A Coruña y del de Santiago–. Ellos eran la vacuna, el medio para transportar el antídoto sin que se deteriorase. Preservar su salud y su vida era esencial para la misión.

La persona encargada de cuidarlos fue la enfermera (y rectora del Hospital de la Caridad de A Coruña) Isabel Zendal Gómez (1771-¿?). Uno de los niños, Benito Vélez, de nueve años, era su hijo. También fue ella la que se encargó de la custodia de los veintiséis niños que viajaron a Filipinas para llevar la vacuna de la viruela.

Lamentablemente, se sabe muy poco de su vida.

La madre de todas las vacunas

Conocí la historia de Isabel Zendal a través del periodista y documentalista Antonio López Mariño, que ha dedicado años de investigación a recuperar la figura de esta enfermera. Antonio ha recibido varios reconocimientos por su trabajo –La madre de todas las vacunas–, que fue publicado en forma de reportaje en el diario coruñés La Opinión bajo el título de La rectora Isabel, al descubierto (20 de noviembre de 2014).

En Isabel Zendal Gómez en los Archivos de Galicia (Servicio de Publicaciones del Parlamento de Galicia, 2018) –que puede descargarse en formato pdf de manera gratuita–, Antonio incluye la documentación facsimilar que se conserva en los Archivos de Galicia sobre la vida y la labor de la enfermera.

Allí introduce a modo de presentación a la madre de todas las vacunas de este modo:

Nace en una familia pobre de solemnidad, en una aldea del ayuntamiento de Ordes. Emigra a Coruña donde, siendo madre soltera, trabajará de rectora en la Casa de Expósitos. En noviembre de 1803, como parte del equipo médico de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, emprende un viaje transoceánico de cuatro años, que le dará el prestigio de ser la primera enfermera de la historia en misión internacional de salud pública. Cuidaba del único eslabón imprescindible de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna: los expósitos que, de brazo a brazo, llevaron a América y Asia la primera vacuna conocida –la de la viruela–. Una vida extraordinaria, desde un origen muy marginal hasta las más altas cimas del olvido. Isabel Zendal Gómez es una absoluta desconocida para sus paisanos. Para todos nosotros.

Como tantas otras mujeres olvidadas, Isabel Zendal Gómez merece su lugar en la historia. Sin sus cuidados a los niños que portaban el antídoto contra la viruela, esta expedición –que hasta ahora solo ha recordado a parte de sus protagonistas– no habría llegado a buen puerto.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.The Conversationaquí

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