Al final, el balance más o menos devastador de los incendios forestales en España depende de las condiciones meteorológicas. 2018 está siendo un curso cuantitativamente bueno: habían ardido 11.400 hectáreas de monte hasta el 29 de julio, según las estadísticas del Ministerio para la Transición Ecológica. Son 43.000 menos que la media de la década y 55.000 menos que el curso pasado. 48 horas después se declaró la primera ola de calor del verano y en poco más de cinco días han ardido más de 4.000 hectáreas en tres grandes incendios. El fuego ha obligado a evacuar a 2.600 personas en la zona de Llutxent (Valencia).
La ola de calor declarada por la AEMET se ha prolongado entre el 1 y el 6 de agosto con las temperaturas máximas llegando a 45º y las mínimas ancladas en los 25º. Nada más empezar, con el termómetro marcando 42 y la humedad por debajo del 12% se declaró un incendio en Nerva, al norte de Huelva, que acabó convirtiéndose en un gran incendio que se ha llevado por delante 1.700 hectáreas. Hasta ese momento, Andalucía entera había acumulado 879 hectáreas de monte calcinado, según el INFOCA. La mitad de lo que ha ardido en pocos días. Cuando todavía no estaba controlado ese fuego prendió otro en la zona de Almonaster La Real -300 hectáreas más destruidas-. Todos intencionados, según ha confirmado la Delegación del Gobierno en la comunidad.
Las comunidades autónomas declaran generalmente el riesgo alto de incendios a partir del 1 de junio. Este año, hasta esa fecha se llegó con una primavera (de marzo a mayo) más que favorable, según los informes de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet): tuvo “carácter frío” y, sobre todo, “extremadamente húmeda” con precipitaciones un 83% por encima de la media. La temporada alta de fuegos forestales ha visto un junio “normal” en cuanto a calor y, de nuevo, “muy húmedo”. Incluso julio se ha acercado a este patrón ya que la Aemet lo ha calificado de “húmedo en su conjunto” aunque ha añadido que hay una importante “desigualdad en cuanto a temperaturas y reparto de precipitaciones en diferentes áreas del país”.
Así que, tras meses de alivio meteorológico, cinco días de pico térmico han bastado para prender bosques. Los técnicos del Infoca andaluz explican así el riesgo por calor y sequedad ambiental: “Aumenta exponencialmente el precalentamiento por convección del combustible por delante del frente de llama”. Es decir, el fuego avanza alimentado a toda velocidad. Tras los grandes incendios onubenses arrancó el incendio de Llutxent que calcina los bosques alrededor de Gandía
Este miércoles, las llamas avanzaban todavía sin control en Valencia. A los miles de evacuados se le han añadido, además, una veintena de casas carbonizadas. Dentro del nuevo paradigma de los incendios forestales se ha instalado el fuego que amenaza viviendas o grupos de viviendas rodeadas de bosque (los técnicos lo llaman interfaz urbano-forestal). La urbanización descontrolada del monte ha multiplicado estas zonas de alto de riesgo que la normativa obliga a que cuenten con medidas preventivas y un plan de protección.
Sin embargo, “la implementación de esta norma es mínima”, explica Lourdes Hernández, experta en incendios de WWF. De los 4.977 municipios españoles emplazados en zonas declaradas de alto riesgo (por la frecuencia o virulencia de los incendios y los valores amenazados) solo algo más del 20% cuentan con el plan al que obliga la ley, según ha recopilado la organización Greenpeace (únicamente Catalunya con el 91% y Andalucía con el 72% han extendido estos planes, además de Canarias, que está en el 49%).
Millones de euros públicos
Hernández recuerda que “al final estamos supeditando el éxito de la campaña a las condiciones”. Y no es que no haya dinero público destinado a cada campaña de incendios. En 2016, entre la Administración central y las comunidades autónomas, se pagaron 383 millones de euros en labores de extinción. Para prevención fueron unos 159 millones.
“Igual durante este verano no llega otra ola de calor, pero lo que es seguro es que las nuevas condiciones climáticas que hacen que los fuegos sean más virulentos están aquí para quedarse”, añade Hernández. Las condiciones a las que se refiere son las asociadas al cambio climático: olas de calor más agudas y más frecuentes en el tiempo. “Y crean un mayor riesgo, no solo para los ecosistemas sino también para las vidas humanas. Estamos jugando a la ruleta rusa”, resume la portavoz.
Con este nuevo contexto, cuentan estas organizaciones, la prioridad cuando se declara un incendio es salvaguardar las vidas, después los bienes y, por último, la naturaleza. Esto obliga a destinar los recursos por ese orden lo que puede terminar en que el incendio queme muchas más hectáreas.