Misión: rescatar a la pardela, la joya marina balear que espera su plan de salvación desde hace una década

Raúl Rejón

21 de enero de 2024 21:52 h

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Ensartadas en los anzuelos de pesca que cuajan el Mediterráneo y devoradas por gatos y ratas, las pardelas baleares se extinguen. Y si desaparecen, desaparece la única ave marina exclusiva de España.

Una jornada cualquiera en las aguas levantino-baleares. Allí faena casi toda la flota palangrera del Mediterráneo. Un pesquero cala su palangre, una línea larguísima de la que penden cientos de anzuelos cebados con trozos de sardina o boquerón. Por encima, vuela una bandada de pardelas. Alas cortas, cola corta de la que sobresalen las patas. El dorso chocolate y la barriga crema. Al detectar el barco, las pardelas se lanzan en picado y bucean para apresar el cebo. Muchas ya no remontarán. Se quedan atrapadas en el anzuelo. Mueren.

“Hace 10 años nadie pensaba que estas capturas accidentales les afectaban tanto y nos hemos encontrado con líneas que, al levantar del agua, tenían cientos de aves”, recuenta el responsable de la campaña marina de SEO-Birdlife, Pep Arcos. Ahora, el Ministerio de Transición Ecológica admite que “las capturas accidentales en artes de pesca” son “el principal factor que influye en esta alta mortalidad adulta”.

De canto lastimero cuando se posa en los acantilados y callada cuando vuela sobre la aguas, la Puffinus mauretanicus es considerada el ave marina más amenazada de Europa. Solo cría en el litoral de las Islas Baleares y, desde 2011, está en el Catálogo Español de Especies Amenazadas en la categoría de en peligro de extinción.

Aunque existe una Estrategia de Conservación y planes de protección en las Islas Baleares, esta variedad de pardela continúa al borde del precipicio. La Unión para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) la considera en “peligro crítico” y el Ministerio de Transición Ecológica la mantiene como en peligro de extinción.

“Está bastante mal”, sentencia Arcos. “El censo es difícil de precisar porque anidan en huecos y cuevas, pero en las colonias bien controladas se detecta un declive muy marcado”. Este 2024, Transición Ecológica ha iniciado los trámites para redactar un plan de recuperación que la ley impone “como máximo” a los tres años de que una especie está en peligro de extinción. Ese plazo expiró en 2014 así que la Puffinus mauretenicus aguarda desde hace una década.

Las pardelas baleares viven casi todo el año sobre las aguas, es “estrictamente marina”. Y durante la época de cría, nidifica en los acantilados costeros en cuevas o galerías. Las amenazas que la reducen de año en año le llegan tanto del mar como de la tierra.

Hace 10 años, nadie pensaba que estas capturas accidentales les afectaban tanto y nos hemos encontrado con líneas que, al levantar del agua, tenían cientos de aves

“El declive se debería principalmente a la baja supervivencia adulta”, especifica la documentación del Ministerio. Y los datos disponibles apuntan a que esas capturas en los anzuelos de palangres son la principal causa junto a “la depredación en las colonias de reproducción por mamíferos introducidos”. Es decir, las ratas y los gatos se las comen en los nidos.

Las pardelas baleares no son las únicas aves que mueren en los sedales de pesca. Estas capturas –a las que llaman by-catch– afectan en estas aguas a sus primas las pardelas chicas, pichonetas y cenicienta, a los fumareles, cormoranes moñudos o gaviotas de Andouin. Y a muchas otras especies en otras demarcaciones marinas. Y más allá de España a infinidad de variedades y ejemplares en otras aguas.

Un estudio de la Agencia de Investigación Científica de Australia (CSIRO) calculó que las redes y artes de pesca perdidos en el mar sumaban tantos kilómetros como para dar 400 veces la vuelta al mundo. Solo en palangres (el arte que tanto daño está causando a las pardelas) estimaron 16 millones de kilómetros entre el sedal principal de la línea y sus ramales (de donde cuelgan los anzuelos).

La situación general en España es lo suficientemente seria como para que haya tenido que ponerse en marcha un Plan Nacional para la Reducción de las Capturas Accidentales en la Actividad Pesquera. “Resulta necesario prestar atención a la captura accidental de diferentes especies de mamíferos, aves y quelonios marinos en las actividades normales de la flota pesquera española”, dice el plan, por “los daños colaterales a la fauna y los hábitats”. España es la principal potencia pesquera de la UE con casi 9.000 buques operativos y una producción de casi un millón de toneladas al año.

“Los primeros interesados en evitar esto son los pescadores porque ellos no buscan pardelas baleares”, cuenta Pep Arcos. Y cada anzuelo que atrapa un ave no atrapa pescado. En ocasiones basta con cambiar el cebo para que no sea atractivo para los pájaros o las horas de faena a momentos con poca luz. “Solo el hecho de darse cuenta del problema ha facilitado que haya cambios en la forma de trabajar de los barcos”, admite el investigador.

“Escabechina” en las colonias

Cuando las Puffinus mauretanicus no están en el mar, anidan en acantilados formando colonias. Y allí crían. Poco, porque cada pareja suele poner un solo huevo en esas oquedades y cuevas colgadas. Pero lo que debería ser un refugio también se está convirtiendo en una trampa.

“La depredación sigue siendo importante. Sobre todo de rata negra y gatos”, cuenta el biólogo de la SEO. Estos dos depredadores llegan a las islas e islotes de cría introducidos por los humanos. Y devoran huevos, polluelos e incluso adultos de la especie.

Estos ataques son una traducción directa y concreta de una de las mayores amenazas contra la biodiversidad del planeta como son las especies invasoras: la entrada de variedades ajenas a los ecosistemas –normalmente de la mano de las actividades humanas– que causan daños profundos en esos hábitats.

“Es cierto que se han desratizado islotes, pero no están lejos de las islas principales y vuelven a colonizarlos” –recuenta Arcos–. Y prosigue: “Los gatos pueden ser un problema grave porque cuando penetran en una colonia pueden hacer una escabechina de un golpe”.

En la mola de Maó, por ejemplo, que conforma una península, se planea levantar una especie de barrera en el istmo para impedir que entren más depredadores y luego retirar los gatos que haya. En la mola de Formentera se localizó una colonia de pardela en esta isla habitada por humanos con gatos.

Y aquí surge otra tensión: la gestión de las poblaciones de gatos asilvestrados que ha enfrentado a los que abogan por erradicar –“los gatos son una de las especies invasoras más dañinas en la islas”, afirmaba a elDiario.es el investigador del CSIC, Manuel Nogales–; y los que consideran que es más efectivo un control de esos grupos de felinos. La ley de derechos de los animales avivó la discusión al no permitir la eliminación de ejemplares o colonias felinas asilvestradas.

Mientras el plan de recuperación que debería afrontar esta situación está en sus primeros balbuceos, el biólogo Pep Arcos remata: “Tocar a los gatos genera problemas a los responsables insulares”.